Con la llegada del verano, en Europa, llegan las vacaciones; con las vacaciones las fiestas; con las fiestas los toros y con los toros la Fiesta. Sólo una duda al respecto: ¿Con los toros de las fiestas patronales, de verdad, llega la Fiesta con mayúsculas?.
Es esta una cuestión importante y digna de debatir. Cierto es que en casi todas partes donde hay fiesta se dan toros, es indudable. Cierto es que se anuncian corridas de toros y se anuncian toreros vestidos de luces ¿pero es la Fiesta, con mayúsculas, la que prevalece?. ¿Se dan las circunstancias para que discurra en plenitud?. ¿O todo es una sucesión de motivos para pasar ese tiempo de asueto y distracción?.
Muy cerca ya de estas fechas comenzarán, seguramente, las fiestas más famosas del mundo: los sanfermines. Es toda una exposición de fiesta la que discurre por las calles, plazas y plaza de Pamplona durante una semana que es difícil de igualar en ningún lugar del globo. Seguramente, esas fiestas tan populares tengan mucho de lo que el pueblo quiere que sea una fiesta. Un lugar de encuentro para dar rienda suelta a la alegría y el jolgorio, soltarse las ataduras de todo un año de duro trabajo y, bajo la excusa de la propia fiesta, llegar hasta las últimas consecuencias en su festejar. A ello le añaden el componente del toro y con ello se produce la comunión más clara de la relación existente en España entre fiesta y toros. Sin toro parece que no existe fiesta.
De esta conclusión, se llega a determinar la razón del auge de las llamadas fiestas populares, que se desarrollan ya a lo largo de toda la geografía y que representan la participación del pueblo llano en su jugar, sortear y arriesgar frente a un toro. De ahí nació en siglos pasados la raíz de la propia Fiesta y a ella se vuelve a través de manifestaciones tan claras de acercamiento del pueblo a las astas de los toros. Parece definitiva y concluyente la esencia de nuestra querida Fiesta: nació del pueblo y su amor y lucha por y con el toro.
De esas fiestas populares, anárquicas en su desarrollo, surgió la necesidad de regular, para aquellos que mostraban mas pericia en su jugar con el toro, su desarrollo y de ahí a las corridas tal como las conocemos. Como no se trata aquí de escribir un tratado, hemos resumido drásticamente toda la evolución de la Fiesta, pero dejando constancia de su arranque en lo popular. Hoy los festejos populares, con los recortadores ya profesionalizados, son cita casi obligada en la programación de festejos en las ciudades y pueblos de España y en ellos se ve el progreso y avance de dicha modalidad. Con toros en puntas (sin ninguna clase de sospecha) y con trapío para asustar a cualquiera que se quiera aventurar a exponer su anatomía sin los recursos y preparación necesaria. Tienen auge pues se respeta al toro en su integridad, ese es el gran secreto y de ahí la valoración que se hace a los que lo practican.
Pero volviendo a la Fiesta con mayúsculas, habremos de coincidir en que no es la mejor ayuda para el sostenimiento de su autenticidad la permisividad de esos públicos festivos. Y no lo es pues quienes deberían hacer sacerdocio de su vocación, muy en general y con poquísimas excepciones, aprovechan esas fiestas y festejos que en ellas se dan, para liberarse de la carga, responsabilidad y riesgo que supone realizar en plenitud, y cumpliendo todas las reglas con las que se dotó, el toreo. A mayor grado de alegría de los espectadores, menos exigencia de la ortodoxia en la ejecución de las suertes; a mayor facilidad para aplaudir las faenas, menos compromiso con la autenticidad y a mayor condescendencia con el trapío del toro a lidiar, mayor comodidad.
Esa es la fiesta, con minúsculas, que se da, mayormente en verano y sus ferias, impidiendo con ello que esos públicos alegres y amables que se acercan por las plazas de toros, puedan descubrir, de verdad, la maravilla que supone la lidia del toro íntegro y la belleza, naturalmente con el máximo riesgo, que supone el toreo auténtico. Si así fuera, dejarían de ser espectadores de las fiestas de sus pueblos para convertirse en aficionados de la Fiesta con mayúsculas. Bien es cierto que ello supondría exigencia en muchas más plazas y esa sería la pregunta del millón ¿querrían asumirlo así -como si todo el año fuera San Isidro- los profesionales del toro?. Más bien pensamos que no, que les resulta conveniente y más ventajoso que los públicos sigan siendo amables y no estén revestidos de afición y mucho menos en disposición de discernir y consecuentemente exigir.
De ahí que siga aumentando el auge de los festejos de recortadores que transmiten esas sensaciones de “yo no me atrevería a hacerlo por nada del mundo”, valorándoles en muchos casos más que a muchos matadores cuando los ven delante de los astifinísimos pitones. Las corridas recorrerán todos los lugares donde haya fiestas; los toreros cortarán todas las orejas del mundo pero, seguramente, terminado el verano nos tememos que se cuenten con los dedos de una mano los que se nos hayan hecho aficionados y que estén en condiciones de exigir la plenitud que no han visto. De ahí que lo mejor que podemos hacer es terminar este escrito del mismo modo que lo hemos comenzado, deseándoles a todos: felices vacaciones.