El pasado domingo concluyó la feria de Alicante y, la verdad es que, la misma, nos ha dejado gratos recuerdos como, a su vez, regalos innecesarios que, sin lugar a dudas, no han beneficiado a los “afortunados” receptores de dichos regalos que, su caché, está clarísimo, no aumentará un solo euro por haber cortado muchas orejas en Alicante. Si alguien piensa que, las tres orejas que le dieron a Esplá, con ellas, va a conseguir algún que otro contrato, está equivocado. Quiero decir que, este año, por razones equis, la plaza de Alicante se ha convertido en un tómbola festiva en que, como se comprobó, para todos hubo premio. Nuestra plaza ha sido siempre amable y respetuosa para con los toreros pero, a su vez, mantenía ese halo de justicia que le hacía diferente al resto de las plazas de segunda de todo el territorio nacional. Y, sin embargo, en esta ocasión, hemos tocado fondo. El gentío se confabulaba para que, el oropel, en segundos, lo convirtieran en oro por obra y gracia de unos presidentes generosos que, más que presidir, en realidad, parecían primos hermanos de los toreros actuantes.
La feria, vista bajo la perspectiva de la noticia de agencia escueta, digamos que, pura y dura, ha sido de un éxito de clamor. Se han cortado innumerables orejas y, como resultado escueto, no se puede pedir más. La realidad ha sido muy otra. El medio toro ha sido la tónica dominante de la feria y, de este modo, nada arreglaremos. Se ha manipulado al personal que, en su mayoría espectadores ocasionales, se les ha hecho creer que un burro vuela y, la mentira, como tal, no puede ser más grande. Alguien contaba que, en realidad, la gente se había divertido y, la gran verdad es que, lo sucedido en Alicante bien lo podríamos resumir en decir aquello de que, tuvimos pan para hoy pero, con toda seguridad, hambre para mañana. Desdichadamente, buscar la fiesta del jolgorio y la merienda y, en el ruedo, que hagan lo que quieran, me parece una actitud muy pobre para todo aquel que, como yo, se gasta una fortuna en cada entrada. Se pude ser serio y justo a la vez, por supuesto que sí. Lo que es verdaderamente deplorable es que, tras pagar, nos tomen por tontos por aquello de no protestar nada. Tampoco pido que nadie sea catastrofista, nada más lejos de mi ser. Pero me preocupa esa actitud de pasotismo como ahora definen a los que no tienen criterio propio y que, de dicho pasotismo, hagan bandera los que se dicen triunfadores. El medio toro ha sido la tónica dominante y, Palha, lo demostró en la última corrida de la feria que, en un encierro más bien pequeño, el ganadero lusitano supo demostrar lo que en realidad es un toro de verdad; la pena es que, en dicho festejo, estábamos los cabales, los aficionados auténticos puesto que, la masa, el gentío y los juerguistas, en dicho día, estaban de resaca y, claro, se perdieron la auténtica corrida de todos de la feria.
Paradojas del destino puesto que, el único torero que no estaba contratado para la feria, Morante de la Puebla, se ha llevado todos los premios. Vino a sustituir a Finito de Córdoba y, jamás le podremos pagar a Morante el favor que nos hizo; primero por evitarnos a Finito y, acto seguido, por proclamarse el gran triunfador con la faena más hermosa de cuantas se han celebrado en la feria y, por supuesto, en muchas ferias atrás. Morante de la Puebla puso el arte en su más viva expresión y, el ganadero lusitano, la inusitada bravura del toro auténtico. Si el arte estuvo en las manos creativas de Morante, el valor, la emotividad y la raza de hombres cabales, la pusieron Pepín Liria indultando a un toro, Padilla con su dosis de apasionamiento en su quehacer y, Fernando Robleño, en su apasionada manera de jugarse la vida.
Me quedo, respecto a los hombres de plata, con la gallarda forma de interpretar la suerte de banderillas de un torero alicantino que, con toda seguridad, camina por el sendero del éxito y, a no dudar, en breve, logrará las metas que se proponga. Me refiero a Alfredo Cervantes que, en sus dos toros, tuvo que saludar montera en mano al recibir clamorosas ovaciones. No era para menos puesto que, la verdad de Cervantes, resplandecía cuando se jugaba la vida de forma rotunda al enfrentarse al toro auténtico. Mis respetos para este torero que, como digo, camina embalado hacia la cúspide.