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Visite nuestra ficha del festejo. Petardo. Esa es la palabra que define al pachangón
guadalupano que le quisieron armar a Morante. Sin sorteo, cada quien con sus
toritos bajo el brazo, una mescolanza sumamente variopinta que ya de antemano
se anunciaba como coctel molotov. De
chile, de dulce, de mole, y de manteca, solemos decir en México para
afirmar que hubo de todo, como en botica.
Tamales rancios y medicamentos caducos se recetaron a la afición de México, que
soportó tres horas y media de sopor con un ánimo eléctrico, desentendidos de la
lidia, pero listos para apretar a la menor provocación dadas las múltiples
situaciones censurables que transcurrieron en el festejo. Durante ese largo lapso de tiempo, todo lo que pudo
salir mal salió mal. La tarde fue un caos, un desastre, el peor escenario
posible. Por ello, amigo aficionado, disculpará usted que altere el orden de
lidia, pues comenzaremos por el último acto, mientras que, amorantaos, abreviaremos con los otros siete. Ya en otra ocasión
hemos desarrollado aquí nuestra preocupación por la falta de sintonía de La
México con la revolución taurina de Roca
Rey. El chaval peruano había estado lejos, muy lejos de montar un palo en
México como los que ha pegado en todos los alberos del mundo taurino. Hubo
antes, y subsiste hoy, una cierta incomprensión entre la joven figura, y
público de La México, avejentado y sumamente comprometido con conceptos
taurinos que no están en boga. Tuvimos la enorme fortuna de ver a un Andrés Roca Rey distinto. El ciclón
debió apaciguarse un poco y bajarle significativamente a sus revoluciones.
Asentado, reposado, tomándose todo el tiempo que requiere el toreo, mismo que
es incompatible con las prisas, gustándose y sintiéndose mucho. Esas fueron las
bases de la faena que le hizo a Diácono –n.
45, 475 kg. – de Jaral de Peñas, un ejemplar más bien anovillado que algunos
protestaron, afortunadamente sin éxito. No solo lo digo por la faena que vimos,
sino porque su devolución al corral hubiera prolongado lo que, para esas alturas
de la corrida, era un suplicio para el tendido. Rápidamente se hizo de la escena Roca, con dos
lances mandones, dejando caer subitamente las manos y los vuelos del capote.
Ganó terreno hacia los medios y ahí pegó una tafallera tras de la que se echó
la capa a la espalda. El puyazo, como fue la generalidad de la tarde, no pasó
de un mero trámite. El peruano, por su parte, se encontraba en los medios, con
la cara metida en la montera, mascullando quién sabe qué cosa. Un rato de
reflexión que precedió al que tal vez sea el mejor momento de Roca Rey en La
México, un sensacional quite por gaoneras, candidato inmediato al quite de la
temporada, otras cuatro o cinco ceñidas, en un palmo de terreno, sacando apenas
las manos, reunidísimas. En resumen, ¡Un quitazo! La faena tuvo muchas particularidades y muchos
momentos importantes. De entrada, es evidente que la desconexión torero-Plaza
México subsiste. La nueva figura del toreo sigue sin ligar tandas largas como
las que hacen reventar a la Monumental, y la estructura de la faena se basó en
series cortas de tres pases y remate. Por ello, en buena parte de la lidia
faltó un poco de la emotividad que suele enmarcar a las grandes faenas de
México, y daba la impresión de que el torero se estaba gustando más de lo que le
estaba gustando a la gente. Incluso en algunos pasajes emergieron gritos de
“¡toro!” por ahí. Foto: @LaPlazaMéxico No obstante, y como ya adelanté, la seriedad, la
torería, el reposo, el temple, la concentración, y el asentamiento de un Roca
Rey en figura del toreo convenció a la afición de México. El tendido supo
observarlo, entenderlo, y aquilatarlo, a pesar de no ser, hasta la mitad de la
misma, una faena que parara a la gente de sus asientos. Es menester recalcar el
inicio de rodillas, con unos péndulos escalofriantes, ante los que muchos
deberían evitarse el ridículo de exhibirse dando pasitos para atrás en esa
suerte.
La faena rompió hacia el final de la misma en virtud
de los excelentes procedimientos del peruano, llevando a media altura, dando
pausa al toro, muy a favor de él durante esta primera parte del trasteo de
reconocimiento sin mucha emotividad. Hubo mando y entendimiento, decidiéndose
el torero por la senda derechista tras el fracaso al natural. Así, poco a poco,
creció la faena hasta dos sobresalientes tandas de derechazos, consolidación de
la estructura que fabricó durante toda la faena. Vino, como colofón, la entrega
de las bernadinas, estrujantes, como solo un tío con los tamaños de Roca Rey
las puede pegar. Si a los demás les salió todo mal, a Roca todo le salió
bien. Gritos de “¡Torero! ¡Torero!” y el público de pie. Mató de un señor
estoconazo aguantando mucho en la suerte contraria. Patas para arriba rodó el
Jaral, y la locura en los tendidos. Dos orejones otorgados por Jesús Morales y la Plaza México, que
premió la actitud, la inteligencia, y el buen hacer de una figura del toreo,
que saldó su mayor asignatura pendiente en su breve pero intensa trayectoria.
Hubo alguna petición de rabo más bien marginal. El primero de su lote fue Agua Clara de Villa Carmela, número 135, que dio
490 kilos de romana. Un cárdeno escurrido y cómodo por delante que fue
protestado sin mucha enjundia. El mismo tuvo acometividad, pero sin estilo ni
humillado. Roca Rey se hizo más bien bolas con el engrudo, tuvo problemas con
la espada, y la gente le apretó. Escuchó pitos. Volviendo al orden de antigüedad, la otra cara de la
moneda fue Morante de la Puebla.
Vino extraviado, sin ganas, y además con unas exigencias ridículas, y un
vedettismo insultante. Por cuatro minutos hizo frente a Gonzalo Querido –n. 52, 488 kg. – antes de tomar la espada. Lo
mejor de su actuación fueron los lances que pegó al choto desmochado Morenito –n. 485, 521 kg. – de Teófilo
Gómez que volvió por donde nunca debió salir. Foto: @LaPlazaMexico En otro episodio vergonzoso, tardaron todo el tiempo
del mundo en echarlo al corral, como en tiempos de Herrerías. Tal vez en lo que
referente al toro no ha cambiado mucho desde entonces. Al reserva de Los
Encinos, Toto –n. 27, 487 kg.
– le pegó algunos trapacitos, lo cambió de tercio por ahí, hizo lo necesario
para hacer ver peor al toro, y mató de pinchazo y estocada. Abucheos.
Joselito
Adame consiguió un
trasteo de altibajos con Escapulario –n.
3, 510 kg. – de Santa Bárbara, mal presentado y protestado. En general la faena
tuvo continuidad y vino a mejor. Hay que destacar el inicio, muy torero, con la
muleta en la mano izquierda, por trincherillas, desdenes, estatuarios. De ahí
en más hubo un abuso del grito y el zapatillazo, un tanto destemplado y echando
para afuera. Hacia la mitad del trasteo las series fueron más limpias y
ligadas, haciendo algo más de consenso a su favor. Después intentó las llamadas
luquecinas, sin mucho lucimiento. Mató de estocada defectuosa tras igualar mal
y saludó en el tercio. Completó su lote Clavellino
–n. 413, 502 kg. – de Barralva, tan bien presentado como
vacío, con el que hubo poco. Foto: @LaPlazaMexico La peor parte la llevó Sergio Flores, que tuvo la tarde más gris de su trayectoria en la
Plaza México. Por delante echó a Pato –n.
43, 502 kg.– de Los Encinos, deslucido y descompuesto que le tiró un fuerte
derrote al tlaxcalteca en la cara. De Campo Hermoso fue el séptimo, una
mesa sin ningún juego que provocó el cabreo de los tendidos. San Lupito –n. 110, 482 kg. –, bautizado
tan feo como el juego que dio. Quizás no haya más que recordar que el catastrófico
tercio de varas en el que el burel perdió las manos, quedó por debajo del
caballo, y lo tumbó de esta forma. Un bochorno, igual que el tercio de
banderillas con el toro apencado en tablas, al que le clavaron tres palos a la
media vuelta. Sergio, visiblemente frustrado, abrevió.
Foto: @LaPlazaMexico En resumen solo la faena de Roca Rey pudo tapar, muy
a medias, el petardo del formato de una corrida con lotes de dos toros por
matador y ocho toros distintos. Habrá que agradecerle, también, a quien
determinó reducir el trapío con relación a la corrida del año pasado, a quién
quitó la televisión, y todos quienes ayudaron a enrarecer el ambiente en torno
a la corrida. Todos los indicios apuntan a La Puebla del Río. Bien dicen que al que obra mal...
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