La mujer que yo quiero… ¡Tan melancólica como zalamera! Más atrevida que guapa, y ya es decir. Tiene setenta y dos tacos. La billis negra y la mirada astifina. La piel dorada y los labios carmesí.
La mujer que yo quiero ha de perdonar la tinta fuera del calendario porque sabe de la infinidad de veces donde le damos importancia a compañías que sólo nos hacen sentir vacíos e indiferentes al milagro de vivir, ella sabe que la mala fe ambiental obstruye el flujo del duende. La mujer que yo quiero Sabe también que el orgullo levanta aunque se deba lidiar con Costuras del alma, qué más da si hoy vienen herradas con el #53, no siempre traen 492 kilos, lo importante es torearlas como Ignacio Garibay, el recibo bien hecho a la verónica, así se cose el alma, ajustada por chicuelinas aunque sepamos que más pronto que tarde se zafará de nuevo y estaremos obligados al saludar como Gustavo Campos desde la soledad del tercio. Y así habrá faenas, donde seremos honestos cuan lo fue Nacho y por derechazos nos irán bien las cosas, logramos trazos pulcros, de buena hechura, mientras que por naturales no conseguiremos nada. Así habrá tardes, como esta, donde la vida por generosa o por caridad nos entregará una oreja. Costuras a la verónica Y llegarán las del adiós donde una Matita de romero no será más que el nombre y cantidades, #42, 545 kg. Sin embargo estallarán las palmas, se encenderán los focos para llevarse en la memoria digital el adiós de un hombre serio y capaz, sonarán las golondrinas para despedirlo, en silencio, con respeto, sin juicios que el hombre en cuestión de tan imparcial jamás causó revueltas.
La mujer que yo quiero sabe de los días, los meses y las vidas donde vestimos la desfachatez con desgano como Sebastián Castella, de cuando apenas queremos saludar a esa Leyenda del tiempo #43 con 499kg de genio que no es ni la sombra de lo que fuimos. A veces la Calle real #26 son tan sólo 528 kilos de peligro sordo que con algo de recursos podremos despachar. Para no irnos de vacío jugaremos a reponernos eligiendo algo “mejor” pero no será suficiente porque el problema es nuestra apatía y el Tiempo sabio nos dirá que el #7 es el perfecto para perdonar y torear, si 504kg se desplazan y repiten así hay que armarles un lío gordo, a nadie engañamos sino a nosotros mismos. Sin ánimo La mujer que yo quiero, me enseñó -en la lejanía de mi querencia- a entender las bendiciones de nuestros padres como las que más, nada somos sin ellas. Los apoderados se hablan de tú con Dios por ello siempre nos harán el avío cual rey David a Diego Silveti; quizá no habrá ninguna o quizá sean Veinte razones herradas con el #32 y sus 515 kg, pero acudirán a hacernos el quite porque el amor en su infinito a veces termina por ser como ese toro: absurdamente débil.
Y le bautizaremos todo lo flamenco posible, Duquende #46 con 498kg, por ejemplo. Pero no servirá de nada porque no hay fondo ni bravura, no hay de dónde tirar y para abonar a las protestas estaremos indecisos en la suerte suprema. El hijo del Rey La mujer que yo quiero también ha tenido citas con moritos infumables pero su categoría le impide engancharse, sabe que mi amor por ella como el de Serrat es un amor de antes de la guerra.
La mujer que yo quiero me ató a su encierro.
*Fotos: Facebook @LaPlazaMexico
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