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Con dos tercios de
entrada se han lidiado toros de Montalvo desiguales de presentación,
de buen juego, con nobleza y movilidad, a excepción del deslucido
quinto.
Enrique Ponce, oreja y oreja
Miguel Ángel
Perera, silencio tras aviso y silencio tras aviso
Ginés Marín, oreja y dos orejas.Foto archivo
Las altas dosis de
nobleza de los toros de Montalvo pusieron en bandeja de plata el
triunfo a la terna.
Ponce construyó una
faena bien hilvanada al primero de la tarde, un toro alto de agujas y
corto de cuello. Faena, en sus inicios algo acelerada, cimentada en
el temple y la ligazon, toda ella en una baldosa, con un manejable
toro, al que pasó por ambos pitones con cadencia, labor de largo
metraje. Abrochó con unas poncinas, dejando una estocada trasera, en
el segundo envite.
Tuvo volumen el
cuarto, un toro rajado pero de buena condición. La tenacidad de
Ponce sacó lo mejor de “Tenaz” sin llevarle la contraria,
embebido en la muleta, siempre puesta en la cara, manejando a la
perfección las querencias del rajado animal. Media estocada
defectuosa, con derrame.
Brillaron con los
palos Ambel y Barbero, se desmonteraron al parear al segundo.
“Ramillete” de buena condición tuvo nobleza y clase en la
embestida, sin embargo duró poco. Perera muy firme y sin fisuras,
abrió la faena rodilla en tierra, le exigió mucho el extremeño,
muy por abajo todo. Le faltó toro a Perera, muy desafortunado con
los aceros.
Se picó mal al
quinto, muy trasero. Sin romper en la muleta, echando la cara arriba
a mitad del muletazo, sin fuelle. Esfuerzo de Perera que intentó
llevarlo largo al natural. Labor monótona, plana que no toma vuelo.
Ginés Marín a
tumba abierta desde que se abrió de capote, su quite por
saltilleras y gaoneras fue toda una declaración de intenciones.
Bravo pronto y codicioso el de Montalvo, Marín principió la faena
de rodillas, con arrucina incluida. Faena en la que prevalecieron las
ganas y la ambición sobre la razón. Volcánica, un tanto eléctrica,
logró la conexión con los tendidos. Vibrante y variada, la faena
sucedió por los caminos de la heterodoxia, supo cortar en el momento
justo, mató de una estocada entera trasera y tendida.
Ginés Marín lanceó
a la verónica de rodillas al que cerraba función, un toro hondo y
brocho. Nuevamente muy entregado, apostó por la vistosidad y
variedad con un animal manejable, que repitió en la embestida.
Faena de querer, sin reposo. Unas manoletinas terminaron de prender
la mecha de una receptiva parroquia. Contundente espadazo.
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