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Con casi lleno se han lidiado toros de La Quinta, de poco juego en conjunto.
Curro Díaz, ovación en su lote
El Fandi, palmas en ambos
Román, silencio y silencio tras aviso.Foto archivo Con más de tres cuartos de entrada se lidiaron toros de La Quinta, de diferentes hechuras y pesos, de distintos comportamientos pero con la tónica general en la falta de transmisión, a excepción del cuarto. Bien en los caballos aunque muy mal tratados en la mayoría de las ocasiones.
Los toros no terminaron de transmitir, y los toreros no terminaron de comprometerse con una corrida que en todos los casos tenía teclas que tocar y éxitos que ofrecer. Pero no estaba la terna por la labor.
Lo más destacado de la tarde sucedió ante el cuarto, en manos de Curro Díaz. La faena del jienense fue, más que nada, de pinturería, echándose de menos muletazos y naturales trayendo al toro embarcado y rematando atrás como pedía el animal. Curro aprovechó el viaje del toro para gustarse y la gente respondió positivamente. Pecó de encimismo y de falta de colocación.
El Fandi dejó claro que una corrida de estas características le supera. Los alivios fueron constantes. El granadino intentaba salir como podía de los terrenos que el toro le ganaba, de los apretones en los que se encontraba con tanta frecuencia. Lo hacía con solvencia, con disimulo pero el buen observador notaba que estaba pasando un trago. Dudas, inseguridad, falta de confianza. Ni siquiera los pares de banderillas estuvieron a la altura.
Román se topó con dos toros de condiciones muy similares: ambos salían de las telas con la cara alta y la mirada perdida en el tendido, como si buscaran allí a alguien. El primero de su lote metía bien la cara cuando sacaba una oleada de embestidas pero enseguida volvía a las andadas. El segundo mostró un poco más de fijeza y entrega en el pitón izquierdo. Era cuestión de cogerlo en los medios y no dejarle nunca la puerta abierta. Pero a Román también se le vio inseguro y desconfiado, rectificando terrenos.
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