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La tradicional corrida de Miura ha puesto el broche final a esta edición de la Feria de San Fermín. De hechuras habituales y lidias muy difíciles, cambiantes los tres primeros que empezaron con movilidad y nobleza y terminaron a medio pase, lanzando gallafonazos, algunos de ellos con muy mala intención. El cuarto se lidió con el hierro de Fuente Ymbro. Fue un armario con pecho y las perchas por fuera. Feo como él solo, acochinado, regordío, incapaz, inmóvil en la muleta. Daba tanta facilidad a la comparación irónica que nos abstendremos de ponernos a ello. El quinto, otra vez de Miura, tampoco fue un dechado de belleza y el sexto anduvo engallado toda la lidia, nobleza obliga.
Rafaelillo: Silencio y silencio
Pínar: Silencio, y vuelta tras petición no concedida
Moral: Ovación y silencio.
 Foto archivo Poco que decir ante un encierro de tales complicaciones. Nada de peligro sordo en ellos; peligro a grito pelao. Muy voluntariosos como siempre los tres espadas, se vieron en la necesidad de cimentar su toreo en las piernas. Eso también es torear aunque no permita que surja la estética. En esta corrida, la estética es esa y tiene su valor y sobre todo su importancia. Pepe Moral pasó las de Caín hasta hacer parar a su primero en la muleta, aunque anduvo largo de capote en el tercio de muerte. Tampoco lo tuvo fácil con el sexto. Rubén Pinar logró momentos bellos en la lidia del toro feo. Le pidieron el trofeo pero no se concedió. Rafaelillo, voluntad y deseo, se estrelló contra el Fuente Ymbro y aguantó tela ante el que abría plaza.
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