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 Agustín Romero y sus tres puyazos en el sitio Lo que se pensó como un desafío ganadero, acabó en un desafío para los propios toreros. Cuatro de Pallarés y dos de Rehuelga, quizá la ganadería que más crédito logró el año anterior. La corrida transcurría por unos senderos de anodina languidez, cuándo surgió la esperanza, dos de Pallarés, el cuarto para Iván Vicente y el sexto para Javier Jiménez, dos toros que regalaban embestidas, embestidas que había que ir cuidando, modelando, pero con fineza, con los mamporros de la maza de la vulgar modernidad, porque así solo se conseguiría un adefesio. Como si fuera mármol, la posible obra de arte quedó en un amasijo de cascotes. Javier Cortés creía tener una veta para empezar a crear, pero el sobrero de Marca le quitó del medio de un derrote seco y certero. Fue en el sexto en el primer tercio, cuándo se unieron el toro y el torero, en este caso, torero a caballo, Agustín Romero, que se decidió a mover el caballo, con la única idea de encelar al toro y provocar su embestida. Tres fueron las veces en que el de Pallarés se arrancó al caballo, tres veces en la que el piquero fue adelante, atrás, se dio la vuelta y se levantó sobre el estribo para llamar al toro. Tres arrancadas y tres puyazos en el sitio, fuera los marronazos traseros, las puñaladas en la paletilla. Agustín Romero pico arriba, tres veces, tres y se agarró al triunfo con la misma decisión que apretó el palo sobre el morrillo del sexto de la tarde. Pero no todos tuvieron tal acierto, Iván Vicente y Javier Jiménez dejaron escapar dos toros para sentir el toreo, pero quizá no era el día y dejaron escapar el triunfo.
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