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 Mariano de la Viña lidiando Otra tarde más de sin razón en esta feria de locura. La cosa es muy fácil, Se acartela alguna figura, Ponce, Castella y Colombo; se trae una ganadería con el visto bueno de estas, Garcigrande; se pone a un presidente sin rigor, ni afición, un público verbenero, se pone a fuego lento, un revolcón, en este caso impresionante, y en nada tenemos una puerta grande, muy chica, aunque la labor del espada, en este caso Castella, esté repleta de vulgaridad y toreo de otros lares. Los transeúntes salen felices, dispuestos a volver el año próximo otra tarde y los fijos, más mosqueados que una mona, volverán al día siguiente, porque estos sí que tienen querencia, a soportar al otro día otra ración de lo mismo. Solo Mariano de la Viña permitió fugazmente sentir algo más que rechazo a tanta vulgaridad. Cuándo su matador no se hacía con el sobrero de Valdefresno, apareció el banderillero para sujetarlo con suavidad, por abajo, sin molestar y mostrándole al toro el camino. Luego ya vendría la verbena de cada tarde y lo mejor de todo, dos despojos para el galo, en un mismo toro; vamos, la juerga padre.
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