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 Miguel Martín pareando sin ese acrobático salto Novillos del Conde de Mayalde, mansos y aprovechables para la muleta, que es en lo que se basa el toreo moderno, pero el toreo moderno también suele cumplir otra premisa y es el adocenamiento, el apelotonamiento de muletazos, pudiendo resultar insulsos y sin alma. Mala cosa si los artífices son novilleros que se supone que tienen la vista en el futuro, en un futuro como matadores de toros. En lugar de atropellar, se recrean en su nada y en lugar de morder, mascan chicle. Ni Pablo Atienza, ni Alfonso Cadaval, ni tan siquiera Toñete, que cortó una oreja tras vaciarse la piscina, perdón, la plaza y concentrarse sus entusiastas, amigos de facebook, seguidores de twitter o instagram, que es lo que se lleva ahora, en las localidades de las gradas, jaleando aquello como si no hubiera un mañana. Si lo de empaparse hasta los ojos es mérito para una oreja, se mereció tres y los aficionados que tuvieron que llegar al metro, al coche o los autobuses, otras tres, para cada uno. Pero no por haber honrado a la tauromaquia, como si lo hizo Miguel Martín al parear al primero, en lo alto del morrillo, con eficacia, majeza, sin aparatosidad y lo que es más inusual, sin ese salto carpado que casi todos los banderilleros practican en la actualidad. Pero esta tarde los regalos en las Ventas venían desde las alturas, el agua para purificar el aire, refrescar el ambiente y las orejas de los apelotonados hooligans de los despojos, que para no mojarse sus galas de día de toros, se colaron en las gradas de la plaza, desde dónde desparramaron sus dones en forma de despojo mientras entonaban himnos de agradecimiento en los que se cantaba a la gloria en las alturas.
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