Un trincherazo que llevarse a la boca

La plaza de Madrid sigue en ese tío vivo de verbeneo, festival de la risa y en lugar de entresijos y gallinejas, algo tan del foro, pues orejas a tutiplén. Mansada estrepitosa de Alcurrucén, con un buen toro para la muleta que se le escapó a Adame y en el otro, aparte del mérito de aguantar a la puerta de chiqueros, poco más, porque tampoco da para mucho. Del Álamo sin sobresaltos aguantando arreones del uno y achuchones del otro. Y Curro Díaz, siempre elegante, poniéndose bonito, pero sumergido absolutamente en la modernidad, muy lejos de la verdad que hace años apuntaba. Quizá solo un trincherazo por abajo a su primero, un instante antes de que el animal besara la arena. Muy poquito, pero a muchos les pareció el tesoro de Guarrázar, aunque todo quedara en simple bisutería, lo que no quita que la masa celebrara todo aquello con gran júbilo. Así está Madrid. Lo sorprendente es comprobar cuánto deslumbra el oropel.