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 Morenito de Aranda a la verónica Salieron por la puerta de chiqueros bellos animales que hacían que los ¡Ooooohhh! de admiración se apelotonaran en el aire de Madrid. Toros, torazos de la Quinta, de bella capa, firme traza y carnes prietas, de los que se esperaban vendavales de embestidas boyantes y encastadas. Pero… embestidas tuvieron, pero muy escasitas, uno no llevaba más de dos tandas cortas, otro, el negro, alguna más y sus hermanos quizá no llegaran a tanto, los excesos no son buenos, que dicen. Pero esto es cosa de dos, el toro y el torero y si el primero ofreció poco, los segundos no llegaron ni a la nada. Juan Bautista dispuesto a mantener esa imagen de sosería vulgaridad y aburrimiento continuado. El Cid que prosigue en esa penosa peregrinación por el camino de la incapacidad y el empeño en intentar borrar tanto recuerdo bueno que el aficionado se resiste abandonar. Y Morenito de Aranda, torero de fino porte, pero al que cada vez le cuesta más exhibir ese pellizco, que si dejó escapar en las verónicas de recibo a su tercero, en especial lo que iba por el pitón izquierdo. Pero la realidad es que la terna acabó estampándose contra una vulgaridad que deja sin aire y sin ánimo al aficionado que espera, espera y espera, mientras ve como la tarde transcurre entre estampas y estampados.
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