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Otra vez tu cuerpo le ganó al despertador. No te extraña, lo hace los días de liturgia, esos que de tanta alegría y emoción desembocan en nervios. Dudas que haya pasado casi un año de aquella primera corrida de la prensa en Apizaco, para ti, forma parte de esos recuerdos que Gioconda Belli describe como imborrables porque guardan exactamente el olor del día, el soplo del viento. Sabes que nada pasa de la misma manera dos veces, ahora ya eres consciente que la bravura es un milagro; se adelantó casi un mes el festejo pero vas porque crees que el que pega primero pega dos veces. Asistes pues no es pronto si se trata de ir al toro, porque nunca será demasiado temprano para volver a la patria de los bravos para beberse la vida a sorbitos en la tacita de plata, ¡y cómo no!, porque te ilusiona preparar el terno para caminarle a la vida como el Pana, a pasito y con salero. Confirmar de blanco y oro no es otra cosa que no perder la capacidad de asombro, nada somos sin ilusiones y tu mantienes la de una fiesta brava. Nada has inventado, ya tenía todo, ya era fiesta de toros muchísimos siglos antes de ti, así te la entregaron. Así es como la cantas, con toros. Esos como Martito #142 de 530 kg que no le permite dudar a nadie de su edad, que deberían abrir cualquier plaza; larguísimo y enmorrillado, con cara de señor. Ante este, Jerónimo regala las primeras verónicas con el sello de la casa para luego dar paso a los hombres del castoreño, el toro va dos veces pero en el tercio final se viene abajo, no termina por humillar, sosea y se raja, busca las tablas como todos los que se empeñan en hacer de este tiempo uno mediocre. El torero lo pincha y después de un aviso escucha algunas palmas generosas.  Jerónimo y Ramillete No sucede lo mismo con el cuarto, de ahí se retira en silencio. Ramillete es guapísimo, pesa 490 kg y está herrado con el número 68, el cárdeno es apretado de carnes pero como bordado a mano, si fuera capote sería de la aguja, si escultura lo habría cincelado Bernini y si música tendría la armonía de Bach. Pero no basta, porque no puedes verlo ni a su aire ni en su distancia, con este son contadas las verónicas, cumple en varas y lo someten a un pésimo tercio de banderillas. Jero está bien, pero -en apariencia- sin la firmeza de otras ocasiones, en los pocos cites de largo el toro va mejor, parece que ha estado más bien encima de este, cuando ya no queda duda de su esfuerzo toma el acero y después de pinchar concluye su actuación. José Luis Angelino no ha sido jamás nombrado figura del país pero si que ha toreado bravos, sin honores ni titulares le hace frente a toros como Mimuma #108, un toro más corto de tan sólo 520 kg al que prende de su capote a la verónica, el morito recibe un puyazo hondo y enseguida el tlaxcalteca viste de alegría los tendidos con sus pares de banderillas; de muleta se torna difícil pues el toro aunque fijo no es de dulce, sino todo lo contrario, parece tener ese peligro que llaman sordo. Lo despacha con media, la gente aplaude en el arrastre y a lo que sigue.  José Luis Angelino a la verónica Menudo es el siguiente, Tejedor pesa 503 kg, es el número 42 y justamente le permite tejer un puñado de verónicas, su acometida no miente, el pupilo de don Antonio es bueno. Condecora la divisa con su pelea en varas, de nuevo espectáculo con los palos al son de aquellas notas que Silverio inspiró en el flaco de oro, el matador pide a los músicos Granada, se arrancan pero muy despacio, arrastran el sonido hasta desesperar de tan delicioso que suena, sin embargo Angelino se pierde, se distrae y ya no hace faena al toro sino al viento. ¡Qué sinsabor! el morlaco es claro, no dura mucho pero lo suficiente para mostrar bravura y mucha clase, lo hace caer patas pa´arriba con tremendo estoconazo, el juez se tarda pero concede la oreja. Del quinto de la tarde sólo queda la ovación del arrastre, no hubo faena.  Angelino se perdió entre las notas de Granada Tampoco la hay con el tercero, Alejandro Lima “el mojito” conecta y cae en gracia de inmediato al público pero le falta no sólo experiencia -eso es normal- sino reposo y ese no está peleado con la edad; Labue pesa 535 kg, tiene en la piel el número 144, repite al cite de su lidiador desde el saludo, una vez más la suerte de varas se ejecuta con rigor; el muchacho pone alegría en las chicuelinas, le hace falta estilo pero lo suple con disposición en todo momento, alborota con las banderillas. El toro se mantiene fijo y embiste con fuerza hacia una muleta sin temple, transmite pero el amor es de dos, termina con mala estocada que el juez ¿premia?; él se queda con una oreja, el toro se va con todo lo que tenía dentro y a la casa ganadera le deja un arrastre lento.  Dispuesto a todo La corrida ha ido de manera dinámica, es momento de cerrar plaza y le toca hacerlo a Magia pura número 100, que desplaza con sus 520 kg la seriedad de un toro que si ha estado por lo menos cuatro años en el campo. Una vez más “el mojito” se pone aunque se revuelve con el percal, el piquero cumple con la encomienda. El burel es fijo, mueve el rabo cuando entra en la tela, pide una reunión a donde jamás llega el matador porque simplemente no lo entiende y no puede darle lo que pide. Para no variar mal con los aceros, petición de trofeo que a Dios gracias no es concedida, el toro es aplaudido cuando se llevan sus restos.  Magnífico lote sorteó Tú llevas más que eso, pero de aquí no sales inmediatamente, necesitas contemplar hasta el último instante la torre dorada y el verde olivo de los arboles que cubren la plaza. No puedes irte sin chamullar un poco con el ganadero, don Antonio De Haro, rara avis que platica con todos y de todo. Por eso estás aquí, necesitas un soplo de sinceridad en un mundo donde se aferran a ponerle agua al vino, a matizar todo para no herir susceptibilidades, como si por eso la vida no fuera a ser por momentos el toro reservón e hijo de puta, como si dejase de comportarse injusta. Vuelves al bastión de la magia porque los cárdenos de plata son una bocanada de aire limpio, porque si llenas el pecho de cielo y bravura eres capaz de volver al cotidiano. Te gusta ver a los De Haro que se pintan de rojo quemado porque te aleccionan, aguantan puyazo si y puyazo también, se puede pelear con la carne abierta; y se puede ¡cómo no! mostrar la clase aun cuando las cuadrillas no dan un palo al agua, la bravura se ve aunque no le dejen proyectarse de largo, se nota a pesar de la carioca. Estás aquí porque va a tener razón Pellicer, el amor es silvestre, lo encuentras en todos lados, en las tierras sin flores; en un natural, en las palabras que otros nos regalan y guardamos en la espuerta como claveles para que la perfumen siempre, la belleza está a kilómetros de casa mugiendo, rascando la arena, levantando la puerta de un toril hasta despitorrarse. Por eso volviste, por eso volverás siempre. *Fotos: Ramón Sienra
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