Con casi tres cuartos de plaza, se lidiaron tres toros de Santa Rosa (1°, 2° y 3°) de presencia desigual pero bravos, con casta y fijeza; y, tres de Trinidad (4°, 5° y 6°), también de presencia desigual, aunque más grandes. El cuarto manso y peligroso, el quinto manso y, el sexto, sin mayor casta pero permitió su toreo.

Mariano Cruz Ordóñez, oreja y oreja

Alberto Aguilar, ovación y oreja

Román Collado, ovación y saludo del tercio. 

Al comenzar la corrida, todos conocimos que el Doctor Franklin Ocaña, juez de Garantía Constitucionales, emitió una sentencia, para impedir que ingresen menores de 18 años a la plaza de toros (?), yéndose en contra de la Ley de la Niñez y Adolescencia, que establece la edad para no ingreso a festejos taurinos, a menores de 16 años. Además, la Constitución de la República, permite a los ecuatorianos mayores de 16 años, para que voten y cumplan varias actividades de los mayores de edad, en forma opcional. Sin embargo, parece que continúan esos “seres raros”, tratando de “jorobar” a todo lo que significa la tauromaquia en el país. ¡Qué pena por estos seres de tan poco cerebro!, ¿verdad?

Estuvo presente en la plaza Enrique Ponce de León, ex - matador de toros y, actual Ministro de Turismo. Ojalá, vaya donde el señor presidente de la República Don Lenín Moreno -que es un gran taurino- y, le cuenta la “burrumbada” del juez Ocaña que, solo es una “astilla más en el zapato”, como parte del Correato anterior.

Mariano Cruz Ordóñez con el capote

La salida del primero de la tarde, un pequeño pero hermoso astado de Santa Rosa, el más bravo del encierro pero, que el matador de turno Mariano Cruz Ordóñez, no alcanzó a entenderlo y, luego de ejecutar algunas verónicas con pintura y poder, dudó ante la cara del toro y, el capoteo del torero, se acabó. Una buena vara de todo lo alto, un gran par de banderillas del Patatas y otro igual de Coneacha, dieron paso a la continuación de la lidia. Ante un astado claro en la embestida por los dos pitones y, que con gran fijeza miraba a los engaños de su matador, tratando de tocar el suelo por la gran humillación del toro ante la pañosa, instrumentó bien una tanda de derechazos lentos y mandones, siempre en los medios de la plaza. Lamentablemente, volvió a dudar el torero y, se acabó la maravilla con la que había comenzado. Al lanzarse a matar dejó una espada delantera y caída y, salió de la “chistera” de Usía un pañuelo blanco, para que obtenga una oreja (?). Aplausos al astado en el arrastre.

El cuarto de la tarde – noche, un feo animal de Trinidad, un manso perdido que no le permitió al matador nacional hacer nada de nada pues, pese a que él y algunos de sus seguidores que, al parecer, no conocen nada de la fiesta brava, vivieron momentos de intensidad, ante absolutamente nada en el plano taurino. Una media vara y un mal par de palitroques, dieron paso al último tercio de la lidia. El toro se rajó y, huyó de su matador. Una falta total de mando en los muletazos dados al animal, al igual que algunos pases aislados y sin ninguna ligazón, fueron el magro espectáculo que se presenció en la arena. Una espada desprendida, cayó el astado con sangre en la boca y, cuando la gente pitaba al toro, apareció “milagrosamente” del palco de la autoridad, otro pañuelo blanco y, sin haber hecho nada de bueno, le otorgaron una oreja (?). Eso sí es de admirarse pues, fue la magra sorpresa de la tarde.

Alberto Aguilar con la mano izquierda

El torero Alberto Aguilar, recibió a un hermoso astado de Santa Rosa y estuvo soberbio con el capote, que lo deslizó por sus manos, como si en el aire escribiera algo romántico. Una buena vara y, una voltereta del animal en todos los medios de la arena, más dos pares desiguales de rehiletes, terminaron los dos primeros tercios de la lidia. Cuando comenzó su faena con la muleta y, pese a su poder con la flámula en las dos manos, el toro comenzó a pararse y, a impedir la fluidez del animal en el engaño. Sin embargo, acortando la distancia y, metiendo la muleta en la cara del astado, con enorme poder, logró sacarle todo lo que pudo, en medio del jaleo del respetable. Dejó una espada trasera y caída pero, fue tal el aporte del torero para obtener del animal todo lo posible, que la faena terminó con una cerrada ovación. Se aplaudió al toro en el arrastre.

Dicen los taurinos que “no hay quinto malo” y, creo que eso es verdad pues, el quinto fue un manso perdido de Trinidad, con una hermosa capa castaña pero, nada más. Se lució con el capote en excelentes y pintureras verónicas que, parecía que llevarían a algo mejor. Una media vara en los lomos, dos pares regulares de banderillas y, lamentablemente, el toro se paró y, la gran capacidad del torero, su insistencia en tratar de sacar al máximo lo que podía dar el astado, dieron paso a mandones pases muleteriles, que llegaron a que el respetable quemara con fuerza palmas en una gran ovación. Un estocadón hasta la empuñadura, pasaportaron al animal que, durante la lidia estuvo de más a menos. Pese a que todo el público pedía un trofeo, con una “lentitud pasmosa”, demoró Usía pero, al fin, sacó un pañuelo blanco como justo premio por lo realizado por el matador de turno.

Román Collado en un gran derechazo

El diestro Román Collado, dejó ver todo su talante de buen torero, ya que, pese a sus recientes cornadas de Valencia y Sevilla, enfrentó a un buen toro de Santa Rosa que, con raza y bravura, salió al ruedo riobambeño. Una buena vara y dos pares de palitroques, dieron paso al último tercio de la lidia. Ejecutó unos derechazos mandones y con gran poder. Eso sí, al igual que sus hermanos de camada, en todos los medios de la plaza. Poco pudo hacer con la mano izquierda. Se lanzó con el acero sobre los lomos de su adversario, y consiguió una entera pero atravesada. Escuchó un primer aviso pero, con un golpe de descabello, pasaportó al animal. Una ovación por su esfuerzo.

El último de la corrida, le correspondió un astado de Trinidad que, pese a no demostrar nada de casta, por lo menos, se dejó torear. El toro no peleó con el caballo, sino que se defendió. Siempre con la cabeza alta. Con la mano derecha estuvo sensacional. Pases mandones y templados, que llevaron a quemar palmas intensamente a los aficionados presentes. Cambios por la espalda sin moverse. Cuatro manoletinas apretadas, eso sí, citando entre los pitones del toro. Una estocada recibiendo que quedó tendida, por lo que hubo necesidad del descabello. Un saludo desde el tercio y palmas aisladas en el arrastre del toro. Lo increíble de todo, es que durante toda la corrida, a Román le fallaron los músculos de la pierna izquierda, seguramente, por las heridas. Sin embargo, su entrega, amor a la profesión y casta torera, suplieron con creces esas deficiencias.

Fotos: Andrea Acosta