Hay días que pareciera uno ha perdido lo aquello que le da identidad, eso que construimos no sólo con el paso del tiempo sino a base de cornadas, de soñar más de lo permitido por una sociedad con vocación inquisitorial. Somos, como dijo Alejandro Talavante, la suma de todo lo que hemos perdido, pero también los días que de tan felices nos hicieron pensar y desear que así debería ser siempre la vida, los abrazos que nos reconstruyeron para continuar en el mundo, las palabras de otros que alentaron nuestro vuelo, somos los actos de amor que nos devolvieron la fe en la humanidad.

Cuando uno siente haber perdido lo que es, se refugia en su tótem o en aquello que siente le da protección, eso que le resguarda de la crueldad mundana, eso que le saca a flote de las injusticias y le ayuda a no soltar sus convicciones.

Estos días, a través de los libros, me refugié en el toro y en mi lengua, en la que he sido siempre feliz. Fue gracias a Alex Grijelmo y su Defensa apasionada del idioma español, pero también gracias a don Alfonso Reyes con su Último Tule. El primero me inflamó el pecho porque, si el idioma español es el instrumento de los sentidos y de las emociones, es evidente que no podría transmitirse en otra lengua el estoicismo de José Tomás, ni hay palabra que por lo menos se equipare a duende para nombrar a Rafael de Paula o a Morante de la Puebla, tampoco hay otra donde con solo decir pellizco sintamos ese jaloncito en el alma al recordar los trincherazos del Pana, no hay algo parecido en otro idioma para describir las embestidas de los grises y bravos pupilos de don Victorino Martin.

El segundo me ayudó a comprender porqué siempre –sin pensarlo- anda uno tras todo lo imposible o por lo menos tras lo que no puede ser inmediato sino que implica una lucha. A pesar de los siglos que han pasado desde la fundación-descubrimiento de América hemos heredado en el alma y llevamos bordada la piel de utopía, la de nacimiento que por ello se vuelve irrenunciable.

La colonización de Diego Rivera

Nuestro continente como nuestro corazón, es tierra para sembrar sueños, tenemos la capacidad de adoptar otras culturas y no sólo aprehenderlas sino matizarlas. Gracias a ello la fiesta brava pudo echar raíces aquí, de ahí que tenemos un toro más compacto pero con más duración; nuestro toro es fruto de la acometividad del Mio Cid y la dulzura del náhuatl, tiene del Uro lo fiero y la clase de Quetzalcóatl. Únicamente un suelo tan fértil pudo concebir el milagro de la bravura que siglos atrás se dio en Mesopotamia.

Toro mesopotámico

Ergo, ¿por qué si somos el continente de la esperanza a veces nos tornamos conformistas?, ¿por qué si hemos luchado contra las dictaduras y las injusticias no lo hacemos por lo que debería ser?,¿por qué darle preferencia a lo dócil y manso en lugar de lo bravo?, ¿por qué quieren llenarnos de teófilos, bernaldos y similiares cuando tenemos bureles como los de Campo Hermoso prestos para enseñarnos con su casta?, ¿y si dejamos la mediocridad?, ¿y si ponemos empeño en perfeccionar el oficio?, ¿por qué no sembrar educación taurina y cosechar aficionados en lugar de villamelones? ¿no es más redituable llenar la plaza a tenerla vacía?

Regresamos a la setentona más guapa del planeta y más que con sorpresa de una nueva temporada de novilladas, con necesidad de retomar el cotidiano, porque los domingos sin toros son peores que los lunes. 

Hace algunos días, Tauro Plaza México anunció junto con la Temporada Chica 2018 -bautizada como Nacional de novilladas “Soñadores de Gloria”- el esfuerzo que hará en conjunto con otras empresas para dar setenta novilladas en diferentes plazas del país así como vacadas los sábados en el coso capitalino.

A lo bueno no se le pone pero, se le presta atención porque es otra aurora para la fiesta brava. Necesitamos que los muchachos lleguen con muchísimo más cuajo a la México, pues muchos –la mayoría- se presentan con muy pocas novilladas y de inmediato acusan el verdor natural del poco rodaje ante una afición tan noble como exigente; eso no sólo le devolverá categoría a la plaza –a donde antes venían los más avanzados y avezados- sino que les permitirá a los muchachos foguearse y consolidar su preparación.

Nueva aurora para la fiesta. Foto: @LaPlazaMexico

Se insiste, en horabuena por impulsarlos. Sin embargo, necesitan prepararse para torear bravos, no mansos; vislumbrar que el toreo por ser arte se debe sentir para transmitirlo; asumirse con humildad como únicos de tal suerte que les permita corregir y mejorar su toreo.

Por lo pronto, así deberán hacerlo José María Mendoza y Andrés Origel; el primero respecto del temple -entre otras cosas para disminuir la celeridad-, las distancias y algunas debilidades en la técnica; el segundo en cuanto a la verticalidad pues aunque lo intenta denota la falta de cuajo que solo se adquiere toreando más, tiene sello y transmite alegría por lo que hace pero no necesita coba sino prepararse a fondo para estar por lo menos con decoro en semejante plaza y tener puestos en él los ojos de una afición exigente y con urgencia de ver toreros interesantes.

Por supuesto que también deberá continuar su formación Isaac Fonseca, pero de la tercia fue el único con carnet de novillero, el único también que se retiró de la plaza con la certeza de la dignidad cumplida. Quizá con el pecadillo de haber alargado faena sobre todo con su segundo pero con capacidad para estar delante de los novillos, además junto con los de Campo Hermoso, sacó adelante la tarde; fueron desiguales en presencia y pese a su reserva en el capote, durante la lidia de muleta fueron prontos y codiciosos, tuvieron recorrido, unos con más clase que otros pero todos ofrecieron posibilidades a los noveles y una tarde con matices interesantes para el aficionado.

Agradecida, la afición invitó a saludar en el tercio al ganadero Pablo Suárez Gerard por acoger y apostarle a la utopía de criar toros bravos.