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Décimo segunda corrida de la Temporada Grande 2017-18 y primera corrida del aniversario 72 de la Monumental Plaza de toros México. Más de media entrada en tarde agradable, saltaron al ruedo nueve ejemplares, los seis del hierro titular, Teófilo Gomez, fueron protestados durante el arrastre, no sólo por pequeños sino por su juego descastado y soso; el sexto de la tarde fue devuelto y lo sustituyó uno de Bernaldo de Quirós, también débil y malo. Se lidiaron también dos toros de regalo, el primero de Bernaldo de Quirós, mejor presentado y noble, y el segundo de Xalpa, bien presentado pero sin fondo. Actuaron los siguientes matadores de toros:
Julián Lopez “El Juli”: silencio en su lote y orejas en el de regalo.
Sergio Flores: silencio en su lote y orejas en el de regalo.
Saludaron en el tercio: el monosabio Carlos Cadena tras derribar a un antitaurino que saltó al ruedo y el subalterno Christian Sánchez por el tercer par de banderillas al primer toro de regalo. ¿Seriedad?
El pasado 4 de febrero, la NFL
celebró la edición cincuenta y dos de su gran final, el Superbowl. Dicho evento
es, hoy por hoy, una festividad unánime, por lo menos en el área de la Ciudad
de México. El deporte de las tackleadas es una afición que se alimentó en
nuestras universidades desde hace casi un siglo, ámbito en el que tuvo su auge
hacia la mitad del siglo XX, etapa de oro para los espectáculos en la capital,
incluyendo la tauromaquia. Hacia la década de los 70, la comercialización de un
producto de primera categoría, el futbol de la NFL, totalmente desprovisto de
la engorrosa maraña política que hizo de ir al estadio una práctica de alto
riesgo en las universidades mexicanas, se impuso en el gusto del aficionado. No
hay quien, pues, no tenga invitación a una comida/reunión/parrillada/fiesta/botellón
para ver el partido, sobre todo para quienes somos aficionados al emparrillado.
Sin embargo, esta temporada de
aquella liga estuvo marcada por la duda. Las relaciones en las altas cúpulas
dejaron mal parada a la NFL, cuyas decisiones en el terreno de juego parecieron
producto más de las relaciones clientelares (y por qué no, de sometimiento)
entre el grupo propietario de los Patriotas de Nueva Inglaterra, y la liga. Muchos
nos sentimos ofendidos como consumidores, y decidimos prestar poca atención al
gran juego. La NFL respondió con un espectáculo impecable, de primer nivel, sumamente
emocionante, y en el que lo deportivo acabó por imponerse al entramado
institucional. Los gringos lo tienen bien claro, su cliente es el que paga, no
los dueños del balón.
Mientras tanto, en el tercer
mundo, las relaciones clientelares de alto nivel determinan la forma de hacer
negocios en muchos ámbitos. Los espectáculos no son la excepción, y la pobre
tauromaquia, acostumbrada a los caciques autoritarios desde hace mucho tiempo,
se pinta sola para maltratar a su público. Después de dos semanas desastrosas
para el todavía fresco proyecto de TauroPlaza México, solo nos queda preguntarnos
¿Quién el cliente de la Plaza México? ¿Julián
López “El Juli”? ¿Ganaderos como José Manuel Gómez y Fernando de la Mora? ¿Se pretenden
suntuosas remodelaciones y aposentos de lujo en los tendidos de la plaza con
todos los parámetros de demanda, mercado, costo, beneficio, ganancia, y fiesta
brava desplazados en favor de cumplir los caprichos de nuestros caciques
taurinos? Tal parece que sí, que lo importante en el escaparate más grande del
mundo para nuestra fiesta es satisfacer esas relaciones clientelares, y no
ofrecer un espectáculo de primera categoría.
Desfilaron por el ruedo las
penosas reses de los herederos de Teófilo
Gómez, bautizadas Coquito –n. 315,
532 kg.–, Puño de Tierra –n. 403, 495
kg.–, Soñador de gloria –n. 465, 501
kg.–, Rumberillo –n. 449, 514 kg.–, Galletero –n. 335, ¿547? kg.–, y General –n. 469, 537 kg.–, devuelto por
impresentable. Su lidia fue tan sustancial y beneficiosa para el Huey Tlatoani taurino que los impuso,
que antes de completar las dos horas de festejo, ya había anunciado un toro de
regalo. Mentados regalitos, a los que también acudió Sergio Flores para salvar su tarde, revelación mexicana aventada a
los cascos de los caballos en sacrificio para mantener al tlatoani en la cima.
De lo poco que cabe destacar de
la lidia ordinaria, es la tackleada que el buen Carlos Cadena, un monosabio que es todo un tío, con un sentido del
humor que hace llorar de risa, le pegó al cancerigeno Peter Jansen, europeo pagado para llevar su cantaleta por el mundo.
Saludó en el tercio antes de salir el segundo de la tarde. Ese toro se llamó Puño de Tierra, como el que debió tragarse
Sergio Flores con la gente muy en
contra por la esperpéntica presencia del bichajo. El sexto de la función sí que
lo echaron para atrás, en su lugar salió Cubetero
–n. 794, 542 kg.–, de Bernaldo de Quirós,
no mucho mejor presentado, y de poco juego, con el que el tlaxcalteca abrevió.
A Julián le apretaron tras la lidia de los primeros dos de su lote, mucho menos
protestados que los de Sergio, y le tomaron a bien el regalo durante la breve
lidia del quinto.
 "Por esa acción se merece una ovación" Cántico de tribunas infantiles y juvenile  ¿Seriedad? Vinieron los regalos a salvar el
naufragio. Campero –n. 842, 549 kg.–
de Bernaldo de Quirós fue el reserva
que regaló Julián López. Un toro cárdeno claro, no muy rematado de carnes, pero
con cara y serio por delante. A pesar de que hizo por salir suelto en varias ocasiones, el toro tuvo un
estupendo lado derecho, largo, enclasado, y con cierta codicia. Por el
izquierdo resultó reservón y parado. El de Velilla hizo el toreo superior en
dos tandas por ese lado, rematados con soberbios cambios de mano rematados detrás
de la cintura, y desdenes. Se cambió la muleta al lado izquierdo,
y el trasteo se desdibujó un tanto entre toques bruscos, jaloneos que restaban
importancia a los pases, y altibajos muy marcados. Eso sí, los remates por
bajo, fueron obra del mejor Juli, un tanto extraviado entre la pirotecnia
julianista. Mató de estocada entera, trasera y desprendida, de efectos rápidos,
para obtener el premio de las dos orejas.
 ¡Seriedad! No importa el hierro Sergio Flores regaló a Suerte
–n. 477, 523 kg.–, de Santa María de Xalpa, anunciado simplemente como Xalpa. Un señor toro hecho y derecho,
aplaudido de salida, pero de poca movilidad. Ante él poco pudo torear el
tlaxcalteca, quien en cambio optó por ponerse un señor arrimón, exponiendo
mucho, girando en los martinetes en la misma cara del toro. Entrega sin
cortapisas del gallo mexicano, cuyo estilo no es proclive al camino de la estética
y el arte, pero sí al de la emoción y la rápida conexión con el público. La
faena vino para arriba a partir de una voltereta tremenda, resultado de un
momento de exposición muy vertical, bamboleando la muleta por detrás del
cuerpo. El toro no se lo tragó y Sergio fue a dar a los pitones de Suerte, que
todavía hizo por él en el suelo. No cabe duda de que es el momento de Sergio
Flores con la afición de México, misma que se le entrega a carta cabal, y que
seguro que pronto asistirá en mayor cantidad a los tendidos al conjuro de su
nombre. Estoconazo hasta las cintas, y otras dos orejas.
 ¿Seriedad? La historia de terror tuvo final
feliz. Sin embargo ello no basta para quitar el dedo del renglón en el sentido
del pésimo planteamiento de festejos como estos, que son un auténtico puntapié
para el aficionado. En su afán de acumular cada vez más poder, y tener cada vez
más control sobre el mundo de los toros, el cacique de Velilla ha desarrollado
todo un modus operandi que sufren los
mexicanos que torean con él, sobre todo en mano a mano. Ya le pasó al Payo hace
dos años, y esta ocasión a Adame y Sergio Flores les tocó el lote chico. Las
empresas, incluyendo a la de México, que debería ser la más poderosa del país,
le tratan como si fuera el cliente, y no un profesional. Mientras tanto, los
numerados lucen cada vez más vacíos para verle torear. ¡Seriedad! Y otro gran triunfo de Sergio Flores *Fotos: Luis Humberto García "Humbert".
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