|
Décima corrida de la Temporada Grande 2017-18 de la
Monumental Plaza de toros México. En tarde-noche fresca y con ráfagas de
viento, se reunieron unas quince mil personas en los tendidos del embudo. Saltaron
a la arena ocho toros, siete de La Joya, uno, el octavo, de regalo;
y uno, el séptimo, primer regalo, de Xajay. Bien presentados todos, quizás
apenas por debajo el primero de la tarde. En cuanto al juego, los primeros tres
y el octavo se desplazaron con distintos matices. Por su parte el cuarto desclasado
y sin bravura, el sexto soso y parado, y los que hicieron quinto y séptimo
fueron ásperos y peligrosos. Partieron plaza los siguientes matadores de toros: Diego
Silveti: silencio tras
aviso, silencio, y palmas en el de regalo. Andrés
Roca Rey: división de
opiniones tras aviso, pitos, y palmas en el de regalo. Luis
David Adame: división de
opiniones, y oreja. Destacó en varas David Vázquez, picando al quinto de la función. Luis David Adame fue el único que paseó un trofeo No cabe la menor duda de que la Plaza México
enfrenta una crisis. Sin embargo, tal parece que, más allá de las entradas y la
presentación del ganado, en plena época del intercambio digital, poco se atiende
a las potenciales razones más profundas del asunto. Y es que la corrida de este
domingo nos ofrece un panorama poco alentador: vimos a las cartas fuertes del establishment taurino en lo que a caras
jóvenes se refiere, y ninguno salió sin algún rasguño del coso monumental.
Es decir, la renovación generacional, la savia nueva
que proponen los grandes grupos empresariales de nuestra fiesta, no han pisado
con fuerza en la Monumental. En un caso casi exagerado, un torero que está en
figura en cada punto del orbe taurino, no puede firmar una actuación rotunda en
La México desde su confirmación. Muchos matadores que triunfan feria tras feria
se estrellan en Insurgentes, como Roca Rey, o Ginés Marín esta misma temporada.
¿Es pura mala suerte o hay una explicación de fondo subyacente? ¿Es cosa de
malos farios y hierberos, o es una cosa razonable de la fiesta brava? El primer espada del festejo, Diego Silveti, fue parte importantísima de la primera avanzada de jóvenes
matadores que refrescó un panorama bastante monótono a principios de esta década.
Sin embargo, a Diego le llegó su techo muy pronto. Una faena de sentimiento,
desbordada, de profunda transmisión, rota el alma, y roto el corazón: fue el 11
de diciembre del 2011, con el inolvidable Charro
Cantor de Los Encinos. Desde entonces el hijo de David ha atravesado por un
doloroso proceso de autodescubrimiento, de racionalización de aquella pasión que
lo llevó a alturas, y que hoy está más que diluido en un viejo recuerdo. Felizmente vimos a un Diego Silveti desapegado de aquel cartabón de entrega forzada que
tanto le costó. Sin el tremendismo de una época, hizo el toreo en redondo suave
y terso ante el primero de La Joya, Caporal –n. 81, 520 kg.–, un toro berrendo
en negro alunarado, con clase y fijeza pero sin mucho motor. Sin embargo,
tampoco parece que el guanajuatense esté dispuesto a despeinarse de más, un
defecto que dificulta la conexión con el público de esta nueva etapa. Diego Silveti con la diestra
Con el cuarto de la tarde, Ilusión –n. 114, 485 kg.–, chorreado en verdugo, inició la venida a
menos de la tarde. Debilidad y sosería le complicaron todavía más la conexión
con el público al ya más bien maduro torero de dinastía. Bernadinas con el
primero, manoletinas con el segundo, previas a dos estocadas enteras y
defectuosas. Diego puso el desorden y revivió al mil veces
maldito toro de regalo. El séptimo fue de Xajay,
bautizado Sombrerito –n. 39, 501
kg–, un animal tan serio como áspero y enterado, con el que Diego estuvo digno,
considerando sus pocas dotes de torero poderoso. La gente le trató
respetuosamente y lo despidió con cálidos aplausos. Andrés
Roca Rey no termina por
llegar a los tendidos de La México, no por incapacidad, sino por su corte, por
su concepto. No cabe duda de que la idea taurina del peruano es de mucha
entrega, de valor y aguante. Sin embargo es un valor un tanto frío, quizás
sobrado técnicamente, basado un tanto en la seguridad de las facultades físicas
y la solidez técnica. Estas características pueden ser todo un choque idiosincrático,
en el sentido en que la entrega a la manera mexicana es de una profunda sensibilidad.
Es una entrega de sentimiento puro, y en algunos casos, hasta de profunda
fragilidad y vulnerabilidad, como Silverio Pérez o el propio David Silveti. En
ese sentido, el alarde técnico del arrimón dice poco, sobre todo si no hay
temple ni largueza. La faena al bellísimo chorreado Cazador –n. 106, 520 kg.– se perdió entre alardes de valor y de recursos
justo cuando el arte y el sentimiento debieron redondearla como una pieza sólida.
Los cambiados por la espalda del inicio, impactantes, entraron muy bien en la
faena, ligados con los derechazos de mano baja. Sin embargo, lo mejor del
peruano vino en tres naturales enormes, que adelantaban que el toro rompería
por ese lado, a pesar de los extraños que hizo en la brionesa que remató el
quite, que fue por saltilleras. A partir de ese momento, Roca Rey se desdibujó
entre procedimientos desordenados, formas toscas, revolucionadas, y que en poco
respondieron a lo que el propio torero nos mostró del toro. En consecuencia, las opiniones comenzaron a
polarizarse entre aquellos que respaldaron los procedimientos del torero, y
quienes le recriminaron el desorden en su actuación. Pero en fin, para
frustración del respetable, después de que todo apuntaba para que la faena crecería
por ese lado, no vimos ni un solo natural más, ni esbozo, ni intento, ni
sugerencia del mismo. Una lástima, pues la desilusión se generalizó con el postrero
rosario de pinchazos, y la consiguiente división de opiniones. El peruano, valiente y con técniva
El momento más tenso de la tarde entre torero y
afición vino tras la lidia del quinto del festejo. Joyero –n. 71, 480 kg.– le pidió los papeles al joven peruano, que
sinceramente hizo poco más que quitarse de enfrente al negro zaino. Empujado por el público regaló al octavo, Alquimista –n. 147, 519 kg.–. Con este toro
se reafirmó como estupendo capotero, pinturero en la media y largo en la
gaonera, así como estrujante en la saltillera. La faena de muleta fue otra vez
irregular, entre el in crecendo del
toreo templado, ligado en redondo y por abajo, y el cambio de procedimientos
sin éxito. Menos revoluciones y atropellamientos le hubiesen valido dos faenas
posiblemente de orejas, y no una tarde de claroscuros. Hubo más pinchazos, y más
posiciones encontradas sobre el peruano. Luis
David Adame es otro chico
al que no le han permitido desarrollarse con la claridad necesaria para
encontrar su expresión como torero. El absurdo ha llegado al límite de que el
joven hidrocálido amaga con dejar de anunciarse con su apellido, para quedarse
simplemente como Luis David. El
espejo de su hermano es un caramelo envenenado, del que debe prescindir
inmediatamente si quiere trascender como torero. Pero deshacerse de su propio
apellido parece más un alarde de desesperación, de querer y no poder, que de acciones
reales en ese sentido. Poco le vimos con el primero de su lote, Artista –n. 96, 489 kg.–, un toro sin
mucha clase ante el que el chamaco lució frio y encimista. La afición le tuvo
poca paciencia. Guajiro
–n. 120, 519 kg.–
fue un toro tan imponente como feo de hechuras, muy grande por delante y
brocho. Le quitó por zapopinas, tragándose el burel las primeras dos, pero
definitivamente probón después. El sexto de la tarde tampoco le permitió el ya
trillado inicio cambiándoselo por la espalda, en el que quedó ligeramente
atravesado y además adelantó la suerte, dejándole mucha luz al de La Joya. Aunque
cayó muy mal con las rodillas, felizmente pudo continuar en la plaza. Luis David se gusta
Del resto de la faena es menester señalar que el
mediano de los Adame es un muchacho que hace el toreo muy personal. No se
parece y no tiene por qué parecerse al hermano. Se gusta mucho, siente el
toreo, con estética, con calidad, gusta de cargar la suerte, y hace la suerte
con mucho empaque. Quien lo aleje de ese camino en su entorno, sea cual sea su
relación con él, es nocivo para el desarrollo de su expresión y personalidad
como torero. Mató muy entregado, y cortó una oreja que ha levantado polémica,
pero que juzgo merecida.
En conclusión, pareciera que no queremos entender a
los toreros de los grandes emporios taurinos de la actualidad, y que ellos
tampoco quieren entendernos como afición. Tal vez la formación de los toreros
conforme a fórmulas sea muy eficaz en términos generales. Pero es notorio
cuando, en vez de continuar por la misma linea, Roca Rey parte sus faenas en
dos partes, o cómo Luis David Adame encuentra su mejor versión cuando se desata
de la sombra de su hermano. La Plaza México siempre agradecerá más lo segundo,
la expresión personal y la creación honesta, que lo primero. ¿Vale más una buena tarde en México que doscientas
orejas en provincia? Tal vez en ello radica la subsistencia de un modelo que
provoca que los toreros lleguen a Insurgentes con un palmarés lleno de
triunfos, y aquí no den una. En lo que respecta a los toreros extranjeros, como
Roca Rey, la sutil diferencia de entendimiento del toreo puede complicar
bastante la incursión en La México, incluso en comparación con el resto del país.
|
|