|
Octava
corrida de la Temporada Grande 2017-18 en
la Monumental Plaza de toros México.
En tarde-noche soleada y fresca, pero agradable se dieron cita unas dos mil
personas en los tendidos del embudo. Se lidiaron seis toros de Caparica, muy bien presentados, de
entre los que destacó el tercero de la tarde. En cuanto al juego fueron bravos,
encastados, emotivos, codiciosos, y con dificultades, aunque no todos metieron
la cabeza con calidad. Sobresalió el buen cuarto, y quedó por debajo el
desfondado quinto. Fue la presentación en el coso más grande del mundo de dicho
hierro con una corrida completa. Actuaron los siguientes matadores de toros: Jerónimo: vuelta al ruedo protestada, y
oreja. Juan Pablo Llaguno: saludo en el tercio tras aviso, y
silencio. Antonio Lomelín (confirmó su alternativa): palmas
tras aviso, y saludo en el tercio. Los
ganaderos Roberto Viezcas y Julio Muñoz Cano saludaron en el tercio tras finalizar
la corrida. Los
picadores sobresalieron toda la tarde, aguantando reuniones comprometidas con
los toros mexiquenses. Jerónimo en un gesto "acapetillado". Foto: @LaPlazaMexico Caparica volvió a La México tras de mandar
dos novilladas el año pasado: una regular, y una buena. Su primera corrida de
toros en el embudo monumental trajo las buenas nuevas del trapío y la emoción.
Estos regalos de reyes contrastaron con la tónica de la temporada, sumamente
golpeada por los pobres encierros que se han lidiado. Ganado con edad y
seriedad, que pidió el carnet a los espadas, y a las cuadrillas también.
Para romper
aún más con el tedio y la monotonía, apareció Jerónimo, el esteta mexicano. Ante lo descafeinado del concepto
taurino de nuestros espadas, la desaparición del sentimiento en sus formas y
actitudes, y el aburrimiento que provocan el verdor y la falta de oficio que
padecemos tarde a tarde, ver a un torero de tanto aroma enrabietado y echando
pa’lante es un auténtico lujo. Remolino –n. 120, 521 kg.– fue el toro de la
devolución de trastos. Después de transmitir en los lances de recibo y en el
quite por chicuelinas y tafalleras, el capitalino estructuró una faena de oficio y conocimiento con
un toro deslucido y un poquito quedado, pero con recorrido. Perdiendo pasos
entre los pases fue como Jerónimo cuidó las distancias que exigía el burel,
hasta que logró los mejores muletazos pasada la mitad de la faena. Fueron
naturales sueltos, con el toro muy entregado, y derechazos ligados a media
altura los que lograron la mayor conexión con el tendido. Mató de pinchazo y
estocada, y se dio una vuelta que el respetable protestó. Es menester mencionar
también el tercer par de banderillas habilidoso y muy expuesto que clavó Diego Martínez tras pasar en falso. Pero lo
mejor de la tarde fue la lidia del cuarto. Vaquero
–n. 115, 523 kg.– fue un toro con un gran lado derecho, claro y humillado.
Sin embargo no era una hermana de la caridad, y obligaba a hacerle las cosas
bien como buen toro de casta con edad. Por el lado izquierdo, simplemente no se
dejó meter mano. A pesar de que le castigaron fuertemente en varas, donde
provocó uno de los varios tumbos de la tarde, y sangró profusamente, sobre todo
de un puyazo trasero, llegó con brío y codicia a la muleta. Jerónimo echó pa’lante emocionado, sintiendo
y haciendo sentir. Toreó abandonado, como en trance, tal vez por ello un poco
acelerado y sin mucha limpieza. Pero lo hizo con el sentimiento y la
interpretación del toreo mexicano, ese en el que el desbordamiento de las
emociones profundas vale más que el clasicismo. Una línea taurina que conecta a
Silverio Pérez con El Pana, alimentada profundamente por Manuel Capetillo,
prodigada por Mariano Ramos, y caracterizada por el acompañamiento del pase con
el cuerpo como una expresión personal. Las
entrecortadas tandas de derechazos de Jerónimo transmitieron por la rotundidad
de un sentimiento y una expresión sin fecha de caducidad, aun cuando la misma
se encuentra en grave peligro de extinción. Intenso fue el reencuentro de un
torero marginado con una afición que le espera desde hace veinte años. Los
trincherazos de pintura antes de ligar, y los remates de pecho torerísimos
abrocharon una obra tan pasional, que simplemente no podía ser perfecta. Una
estocada entera y un poco caída, ejecutada con toda la verdad posible, pasaportó
a Vaquero entre la petición
mayoritaria. Fue aplaudido en el arrastre, mientras que Jerónimo cortó una
oreja de mucho peso. El testigo
de la confirmación, Juan Pablo Llaguno,
tuvo una actuación firme, digna, y meritoria frente al imponente Ilusionista –n. 111, 557 kg.–. La
conformación por delante del cárdeno, bragado, y nevado, enmorrillado, muy
abierto de sienes, y vuelto de cornamenta, con una enorme distancia entre pitón
y pitón, descolgado, de expresión seria, y hocico fino, traía a la mente la lámina
de un toro de Miura. Los 557 kilos que le anunciaron, muy por encima de lo
habitual en estos lares, validan hasta cierto punto la fantasiosa comparación
entre este toro mexiquense y la icónica vacada andaluza. Naturalmente, a Ilusionista le faltaba la proverbial
alzada, casi equina, y las dimensiones de caja que hacen del ganado de Miura
una estampa única e inigualable en el mundo de la tauromaquia. Llaguno
estuvo firme y en el sitio, atornillado a la arena, buscando las vueltas sin
cejar en su intento, relajado, y muy dispuesto. Además de los doblones de
inicio, fueron pocos los pases de lucimiento que pudo extraer durante gran
parte de la faena, pues el toro protestaba la distancia que le dio el
queretano. No obstante, el mérito ahí queda, máxime después de la tremenda
voltereta se llevó. El menudito torero voló por los aires cuando el toro hizo
por él sin acudir al cite para un adorno por bajo tras el forzado de pecho. Todavía
lo buscó Ilusionista en la arena con
mucho celo. Volvió Juan
Pablo a la cara del toro para extraer los mejores derechazos de su labor, citando
más en la línea, dándole su aire al toro. Fue una tanda breve, rematada con el
cambio de mano por delante y el de pecho, pero suficiente para mantener al público
metido en la lidia. Mató sin confiarse para pasar por la arboladura del toro, y
dejó dos pinchazos, media estocada, y buen descabello. La lidia del
quinto de la tarde, Trueno –n. 119,
555 kg.–, dejó poco para el recuerdo, además de la anécdota del salto al callejón.
Fue un toro complicado y que se revolvía, con el que Llaguno, visiblemente
lastimado del rostro, cumplió decorosamente. Escuchó algunas palmas tras dejar
un pinchazo y estocada perpendicular. El
confirmante, Antonio Lomelín, dijo
poco frente al bravo toro de la confirmación: Divino –n. 114, 538 kg.–. Lidió a la defensiva por el pitón
derecho, dejando apenas algunos detalles de su tauromaquia. Por el lado
izquierdo sufrió un par de coladas, por lo que prácticamente no intentó torear
al natural. Cerró plaza
Soñador –n. 112, 515 kg.–, el menos
en cuanto a presencia del encierro. Recibió
dos varas, se escupió de la primera, y peleó en la segunda, y acusó cosas de
manso al encontrarse con los capotes. Al inicio del trasteo muleteril acudió
pronto, con motor y emotividad, pero el toricantano poco pudo hacer para
sujetar al toro y meterlo en la muleta. Tan solo un manojo de naturales ligados
con el de pecho animaron al cotarro antes de que el cierraplaza desparramara la
vista y saliera suelto. Las manoletinas finales dejaron constancia de disposición
y valor. Mató de estocada entera caída y salió al tercio. Saludaron
los señores ganaderos de Caparica al terminar el festejo, con todo
merecimiento. A pesar de sus matices, y de sus altas y sus bajas, los toros
exhibieron un nivel de casta y de raza muy por encima de lo que cotidianamente
vemos en el coso capitalino. En conjunto con la excelente presentación del ganado,
con muchos kilos pero también con mucha seriedad, podemos calificar a la
corrida como un evento destacado. Por ello, muy seguramente que al final de la
temporada se considerará al encierro mexiquense para pelear por ser el mejor de
la temporada.
|
|