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La México no ha llorado este domingo; lo hizo con furia el día que reanudó, con tanta que suspendió el festejo. Los domingos siguientes aunque con menos fuerza, también dejó caer sus lágrimas y uno que otro grito. Continuar con la vida no ha sido fácil, porque como dijera Neruda: nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Nuestros rostros han cambiado. El valor que le damos a las personas, las cosas y el tiempo es otro, uno que no conocíamos y la tierra nos enseñó con muchas muertes, destrucción, tristeza e impotencia.
Poco a poco hemos ido curando ese miedo al cotidiano, sin embargo hay lugares donde aun se respira una tristeza colectiva, de la que nadie habla porque supongo no quieren aceptarla, pero es necesarísimo enfrentarla; por ello hoy más que nunca estoy segura que La México es el lugar más preciso y precioso para reencontrarse con la ciudad. En ella somos libres, volvemos a ser críticos y a la mansedumbre que suelen desbordar en sombra, en sol nos oponemos con bravura; con esa que nos enseñaron aquellos a quienes debemos de por vida el habernos descubierto el maravilloso mundo el toro, con la bravura que nos permite hacerle frente a los bajonazos de la naturaleza y a las malas puyas que los congéneres dejan en nosotros.
Los que oímos toro y nos arrancamos de largo, con la mansedumbre hemos topado en la décima novillada de la temporada chica. El Junco mandó una novillada no sólo dispareja en presencia sino mala, descastada, deslucida: mansa por los cuatro costados. La excepción fue el primero de la tarde, un novillo bastante extraño pues de salida hizo cosas de manso, dio pelea en el caballo de la querencia y terminó por romper a bueno; el quinto también medio se dejo hacer, se desplazó un poquito mejor pero era de embestidas cortas y sin humillar.
Tras ver eso, concluimos: se trata de una ganadería sin definirse aun, muy parecido a Arturo Soto pues anduvo con muchos altibajos y a quien la mansa afición sacó al tercio; le dio al traste a la actuación de José María Pastor quien dispuesto y firme logró lo más torero de la tarde pues se vio con mejores recursos pero sin materia prima para el toreo; hizo añicos también el regreso de José María Hermosillo al coso capitalino -donde por cierto tampoco le fue bien en el sorteo del año pasado- con buenas maneras pero apenas poder ver eso en definitiva no emociona a nadie.
Los primeros turnos parecían no terminar, fue una tarde tediosa y además, es poca la concurrencia en los festejos novilleriles como para andarla ahuyentando con mansos. Esos bajonazos son los que han sacado gente de la plazas, gente que antes no se perdía un solo festejo ahora ni por equivocación se para. Reparar lo que se han cargado en años dando gato por liebre no es sencillo, pero a ello tendremos que oponer siempre y buscar en el campo la razón de ser de esto, la magia: el milagro de la bravura.Foto: @LaPlazaMexico
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