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José Martí decía que saber leer es saber andar y saber escribir es saber ascender. Por eso, en el toreo, la épica la escriben quienes saben andar en el ruedo, esos que interpretan y comprenden la embestida del toro; esos que tienen necesidad de elevarse y se ponen el mundo por montera. La épica, la escriben quienes arden en deseos de contar algo y construyen una narrativa con su muleta.
. Uno esperaría en la segunda parte de la Temporada chica 2017 en la Plaza México, los novilleros tuvieran mejores historias que contar, mucho más estructuradas que los chicos que se presentaron sin caballos, pero no ha sido así. Se presentan con más o menos técnica y aunque tenemos en cuenta, no llegan preparados como debieran sencillamente porque ya no tienen la oportunidad de torear como sucedía en décadas pasadas, lo cierto es que la mayoría no tiene estilo y durante su actuación se muestran distraídos. Ya se sabe, lo primero no se compra, pero lo segundo es cuestión de estar siempre con el toro, ahí está el festejo. Pero no se enteran de la misa la media, quieren comenzar el último tercio sin que aun termine el segundo -no están atentos a los toques del clarín-, cuando les ponen en suerte al toro todavía no traen armada la muleta y terminan por no dirigir la lidia. Si bien son principiantes y no han podido cuajar sus faenas porque están en proceso de aprender y corregir, como mínimo deberían estar en el festejo con todos los sentidos. Eso y despeinarse. No olvidar las razones de la técnica, pero tener presente que el toreo es también instinto, desasosiego. La gracia de torear, dijo Pepe Alameda, está Entre osar y precisar… no en la rígida doctrina. El toreo es una gracia bendita ante la que rompemos el silencio y jaleamos con fuerza olé, hay algo de visceral en el toro que nos ayuda a vaciar y templar nuestra alma; es puente y ligazón, por eso volvemos siempre a la plaza, ahí no hay muros, ni más barreras que las de sol, donde pacientes esperamos la aparición de algún muchacho con ansias de novillero. Por eso volveremos siempre, por los capotes que tejen coplas y las muletas que escriben alegrías. Por emociones.
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