Siempre queda una tristeza nueva por conocer, y un trapo roto y sucio para torearla.
Almudena Grandes
El día que me fui, la ciudad lloraba con rabia y tristeza. Me fui para torear esa tristeza nueva; para curarme la impotencia de querer hacer más y no poder; me fui para reafirmar mi deseo de seguir flotando en la fraternidad de este lago.
Cuando regresé me recibió vestida de oro, entonces la quise muchísimo más; tal vez ese sea su maldito encanto, se cae y se levanta todo el tiempo. Han sido días muy duros, porque siempre duele ver roto lo que se ama pero han servido para saber por fin con quiénes se cuenta, quiénes son los que llamamos nuestros. Así, me encontré una vez más con la setentona más guapa del planeta y en ella la camaradería con la vieja guardia que nos hace parte del diálogo al tiempo que alimenta nuestra afición con anécdotas y su aprendizaje al correr la legua.
La México no ha parado y arrimó el hombro cuando se necesitó. Se mantiene estoica, bonita a rabiar y maja las veinticinco horas del día, puesta para recibir a quien quiera dejarse la piel un domingo si y otro también, como Juan Ramón Saldaña.
El domingo cuando la tarde era más fría, pues a nuestra plaza aun se le salen algunas lágrimas, su capote me calentó la sangre, igual que el sol con que me había recibido la capital apenas unos días antes. No hay quinto malo, para entonces ya había bregado estupendamente a los anteriores, todo mundo le jaleaba y tras la magnífica ejecución de dos pares de banderillas la plaza rompió en aplausos y lo sacó a saludar al tercio al grito de ¡torero, torero! Pero ahí no paró la cosa porque él continuó lidiando con su capote hasta el último tercio, siempre atento pues él se hace cargo de la lidia de principio a fin aunado a su eficacia, aun con los toros difíciles.
Juan Ramón tiene verdaderas ganas de verse con el toro; con más de cuarenta mayos sale cada tarde a por todo, es un hombre de plata con capote de oro, templado y poderoso, con hambre infinita de estar y la vergüenza torera que muchos ni siquiera conocen. Ir a La México y verle es como ir el domingo a misa de nueve, uno sabe qué cura oficia y cómo lo hace.
¡No te mueras nunca Juan Ramón! Juan Ramón Saldaña *Foto: Humberto García "Humbert"
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