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Se
jugaron toros de Núñez del Cuvillo bien presentados aunque con
diferentes hechuras, de comportamiento noble pero sin clase. Destacó el
cuarto de la tarde que se distanció del comportamiento del resto de la
corrida.
Antonio Ferrera: silencio y vuelta tras aviso
Alejandro Talavante: oreja y silencio tras dos avisos
Ginés Marín: silencio y silencio.
Foto archivo Se
esperan siempre los toros de Núñez del Cuvillo porque ofrecen muchos
éxitos a los toreros que tienen la suerte de torearlos. La terna no tuvo suerte con ellos. Al menos no la suerte de que les tocaran
ejemplares como para desorejarlos. Aunque sí es cierto que de una u otra
manera, con más o menos entrega, los toros se movieron y alguna que
otra posibilidad sí que había. Porque Talavante le cortó la oreja al
primero de su lote en una faena que parecía que no convencía y que se
vino arriba tras la estocada. Y pudo cortársela al quinto pero falló con
la espada. A Ferrera le tocó el toro de la tarde en el cuarto y en el
sexto Marín pudo encontrar momentos aunque el animal no metiera la cara.
En fin, que toros hubo.
Lo
más destacado lo puso Ferrera ahora que luce tauromaquia nueva o que
alterna la de antes con cosas del toreo bello. Presente siempre, en el
capote, en el llevar al toro al peto, en sacarlo, en el posterior quite,
en las banderillas, en las formas con la muleta, citando en los medios
envuelto en la tela, sacando de pronto la muleta como por arte de magia,
naturales templados, suaves, la figura compuesta, el riñón metido según
avanzaba la faena. A la hora de matar dejó que el toro se viniera y
dejó un pinchazo hondo. Fue faena de oreja pero no se la vieron, no la
pidieron, estaba merendando la mayor parte de la plaza.
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