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Un palco para la felicidad con pañuelos blancos, muchos pañuelos blancos A punto de concluir la feria de Madrid, en el último momento un presidente se ha ganado el Paraíso. Corrida ultramoderna de Alcurrucén, ya podían los seis y el del Cortijillo cocear, bramar, salir despavoridos del caballo, que cuándo llegaban a la muleta, cuándo no les hacían pupa, iban y venían como ángeles de la Tauromaquia 2.0. Y con ellos los oficiantes propicios, El Cid, en su línea adocenada ya habitual, al que su mala espada privó de que se le entregaran las masas, las mismas que ignoraron a Adame tal y como él lo hizo con sus toros y las que alborozadas respondieron al pegapasismo tan moderno de Juan del Álamo. Se le vociferó una segunda oreja en su primero, que el usía no dio. Menos mal que la providencia le regaló una nueva oportunidad para que se abriera la Puerta Grande, con esa nueva orejita, en el sexto, al salmantino. ¡Qué alivio! Al final todo se arregló y el presidente se redimió.
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