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No hay arte que se pueda ocultar tras una lupas tintadas Ya puede alguien considerar un cartel perfectamente rematado, que siempre queda la guinda. Podían ser los de don Victoriano del Río, prototoros modernos, de los que incluso sale uno del que podría hablarse de bravura. Quizá esa idea del modernismo ya clásico de Perera dando pases y más pases, con sus ventajitas, pero que llegan o ese vanguardismo de Roca Rey de trapacear con alegría, entusiasmando a la concurrencia, pero trapaceando al fin y al cabo. Y López Simón, pues que le tocó el bueno y lo trituró en un batido de brócoli con acelgas, vulgaridad, abulia y el no saber dónde se haya. Pero esa guinda la puso el ser supremo del toreo, Morante, que se dejó caer por el tendido. Que cómo estaría la cosa, que entre orejas, alegrías y festivales de España, al final a la gente le preocupaba el de la Puebla. ¿Qué te parece, Morante? Decía una voz y es que lo importante era eso, cómo se apreciaba el trapisondismo a la vista del ser supremo.
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