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Cuarta corrida, de triunfadores, de la feria de
Cuaresma, y veintiunava y última de la temporada de corridas. Ante menos de dos
mil personas en los tendidos se lidiaron cinco toros de San Marcos y uno de Valparaiso
en tarde soleadísima. Los primeros estuvieron bien presentados en términos
generales, entre los que destacaron primero, tercero, cuarto, y sexto, aunque
los pitones del penúltimo de éstos daban lugar a cierta sospecha. En cuanto a
juego fueron complicados, embistiendo a arreones, sin mucha codicia, y con algo
de sentido. Destacó quizás el sexto, que se dejó meter mano con la cabeza a
media altura y sin mucho recorrido. El de Valparaiso,
menos de trapío que los San Marcos, fue débil, al grado de echarse por varios
minutos, soso, y parado. Actuaron cuadrillas completas a las órdenes de los
siguientes matadores de toros: Fabián Barba: palmas en su lote. Fermín Murillo: pitos, y al tercio por su cuenta. Juan Luis Silis: silencio, y vuelta por su cuenta.  Silis se recreó en los trincherazos Saludaron en el tercio Gerardo Angelino por su par al segundo de la tarde, y Pascual Navarro tras hacer lo propio
durante la lidia del quinto.
Tras la lidia del tercero se anunció la despedida de
José Ignacio Flores tras 62 años
laborando como torilero del embudo monumental.  Se despidió un habitual de toda la vida en esta plaza Juan Luis Silis se apunta para el próximo derecho de apartado en el cerrojazo de la Plaza México. Barba también gusta frente a complicado encierro de San Marcos.
Terminó, por fin, una temporada parteaguas, una de
gran importancia para la supervivencia de la fiesta de toros en la capital de
la República, y sobre todo en la Monumental. Y es que pasaron dos cosas muy
importantes con la llegada de la nueva empresa: en primer lugar, se desmontaron
las telarañas de un modo desastroso de hacer empresa y quedó demostrado que no
necesariamente debe funcionar así, a pesar de la mala costumbre de más de dos
décadas. Por otro lado, se presentó un espectáculo de otro tipo, de otra
categoría en el coso de Insurgentes. ¿Hubo matices, claroscuros? ¿No todo fue perfecto?
¿Algunas cosas estuvieron clara y abiertamente mal? Sí, un poco naturalmente, y
otro poco por diferentes cuestiones que hemos mencionado a lo largo de veintiún
tardes. Pero en términos generales, y muy circunscritos al estado de cosas que
prevalece en la fiesta brava (y que en más de un aspecto es la clave para
entender su decadencia y su esterilidad) se ofreció un espectáculo digno de
esta plaza, liberado de la mala leche y los tejes y manejes oscuros y
truculentos que caracterizaban a la administración pasada. Al elemento taurino de ver corridas de toros
estructuradas conforme a la sabia estructura tradicional (es decir, por lo
menos cuando no hubo figuras, un empresario compró encierros escogidos por el ganadero
y contrató toreros dispuestos a matarlos), se añadió otro importante. Y fue el
de asistir a la plaza en un ambiente sin desconfianza, sin soportar el afán absurdo
de dirigirlo todo dentro y fuera del ruedo de un señor con muchos problemas
para mantener bajo control su propio estado de ánimo. Por tonto que parezca, el
cambio en ese sentido se sintió de verdad, y aportó para disfrutar la
temporada. De entro lo mucho malo que vimos, las dos peores
consistieron en el hermetismo de los carteles de la parte fuerte de la
temporada, vedados en favor de un grupo de toreros mexicanos ungidos por el
sistema taurina, cuyos méritos taurinos en más de un caso comienzan a
tambalearse. El colmo del asunto fue la corta y nulamente atractiva oferta de
toreros nacionales en los carteles del aniversario, asunto en el que no
ahondaremos. Y, finalmente, el asfixiante descastamiento del toro que se lidió
por lo menos en toda la primera parte del serial. La crisis de la ganadería
brava en México y la vuelta sobre las mismas ganaderías cada año es ya
insostenible. Un pequeño oasis, en el que aparecieron toros más y
menos bravos, pero siempre en otro aire, fue esta primero Feria de la Cuaresma,
y finalmente Sed de Triunfo. Las corridas de oportunidad de cada año, pues.
Este domingo la corrida de San
Marcos (algunos con el hierro madre de San Mateo) ofreció un juego complicado, de embestidas entre arreones, sin
entrega, y pidiendo papeles a todos los que estuvieron enfrente. Después de ver
este tipo de exigencia geniuda de verdad, es difícil comprender los múltiples y
rebuscadísimos peros que pusieron muchos toreros a la única corrida que exigió
embistiendo, lo que invariablemente se presta más para el lucimiento que los
arreones. De entre los tres toreros que repitieron en este
festejo, sin duda Fabián Barba, el
de más experiencia en este coso monumental, no debiera estar relegado a las
postrimerías caritativas de la programación. No cabe duda de que lo más
importante es estar anunciado en México, por mucho que de la oportunidad no se
entere ni Dios padre dada la falta de difusión. Fabián tiene un enorme dominio
de la técnica, pero parece maniobrar sin claridad y sin estructura, lo que
redunda en acciones desconcertantes y mucho batallar antes de lucir un poco.  La seriedad del San Marcos Abrió plaza el imponente Tango –n. 234, 502 kg.- cárdeno con dos velas por pitarracos, que
estuvo en el ruedo con sentido, sin pararse, siempre atento al torero y
andarín, tirando algún derrote. Mala cosa para el hidrocálido, que se las tuvo
que ver con el toro y con el viento, lo que le complicó todavía más el actuar
con claridad. No obstante nunca perdió su firmeza característica, consiguiendo
finalmente algunos pases pisándole el terreno al toro antes de un susto. El
toro le apuntó en el antebrazo mientras Barba hacía por cruzarse desplantado.
Mató tras pinchar y se fue ovacionado.
El cuarto fue el precioso Clásico –n. 771, 545 kg.-, negro bragado y girón, aunque
abruptamente mogón, lo que despertó ciertas sospechas. Éste metió la cabeza a
las sedas de Barba, pero conforme avanzó la lidia adquirió resabios. El
aguascalentense comenzó su labor doblándose toreramente, pero antes de rematar
optó por adornarse en un molinete y a partir de la faena ya no pudo despegar.
El burel no puso de su parte, pues midió mucho al torero, y por el izquierdo de
plano le tiró el gañafonazo arriba. Cierto sector del público perdió la
paciencia, pero ciertamente no quedaba mucho por hacer. Mató de bajonazo y se
fue con leves palmas.  Y las dificultades en su lidia El señor José
Murillo emborronó su breve carrera como matador en este coso haciendo un
feo desplante, carente de todo respeto, al público de La México. El hombre
seguramente es millonario y no tiene ninguna necesidad de escuchar voces
molestas que no entienden su magisterio, en consecuencia lo ideal sería que se
construyera su plaza de toros en donde solo invite a quien esté dispuesto a aplaudirle
(y que seguramente son muchas menos de mil personas). Aquí, o respeta al
aficionado, o que no vuelva si no le gusta.
Su lote se compuso por Sombrerero –n, 12, 538 kg.- de Valparaiso,
noblote y mortecino, con el que el tapatío logro cierto lucimiento con capote,
instrumento que maneja bastante bien, y de muleta, con la solo consigue
detallitos, antes de que el cárdeno lucero se echara definitivamente. Mató con
muchos problemas y le apretaron. El quinto fue Rockero –n. 782, 513 kg.-, posiblemente el más potable del
encierro, aunque nunca lo descubrimos a ciencia cierta, pues Murillo, con su
sitio de novillero, se dedicó a exhibir un abanico enorme de carencias
técnicas, principalmente en el último tercio. Hizo su chou robándose la salida
al tercio entre abucheos. Felicidades.  Murillo, poco Juan Luis Silis lideraría cualquier ranking de toreros
desperdiciados. Un tipo profesional, muy torero, con una actitud y un discurso siempre
centrado en lo suyo. En el ruedo se desenvuelve con oficio y seguridad,
sostenido por la invaluable herencia taurina de su maestro Mariano Ramos. Pero además tiene arte, profundidad, largueza de
trazo, y la expresión de ese estilo tan mexicano basado en la magia de aquel
toreo en la línea y de costado, que tanto fastidia desde hace generaciones a
los partidarios de que el toreo sólo
puede ser como yo diga y nada más.
Claro que en la situación apremiante en que se
encuentra no todo es miel sobre hojuelas. El precioso castaño Romántico –n. 149, 510 kg.- puso en
aprietos a todos en el ruedo, al grado de que cambiaron el tercio y el toro
quedó tan solo con tres palos en los lomos. Aunque no es ninguna sorpresa que
las cuadrillas estén mal, no dejan de significar algo poco halagüeño que los
que torean cada ocho días pasen apuros. Y menos cuando el matador torea
tantísimo menos que ellos. Así pues, Silis hizo una labor con muchas
precauciones, un tanto falto de reposo, aparentemente desubicado y sin
encontrar consejo en el callejón, además de un tanto curado de espanto ante el
viento. En fin, poco pudo mandar a un complicado San Marcos. Mató de medio
espadazo y se retiró en silencio. Pero una oportunidad así de ansiada, lo mismo por él
que por aquellos que de alguna forma ya conocíamos las posibilidades de su
toreo, no podía quedarse así. El cárdeno claro herrado a fuego con el número
213, 493 kilogramos a cuestas, y bautizado Salsero
se dejó meter mano con algo más de nobleza, aunque con condición sosa,
desclasada, y viaje muy cortito. Silis pudo inventarse una faena con lo mucho y
a la vez poco que le ofreció el cornúpeta tapatío. Entonces sí a Silis le salió el maestro que lleva
dentro y templó las medias embestidas llenas de sosería hasta conseguir la
enorme respuesta de un público que le espera, y le apoyó con alguna manta. Los
momentos cumbres llegaron cuando, mandón y pinturero, obligó al toro a bajar la
cabeza en trincherazos de escultura, además de un prodigio de cambio de mano
por delante al ralentí. En fin, una labor en la que el diestro de Santa Anita
volvió a alzar la mano. Reiteración de aquella faena de Pachuca, de los
triunfos de Texcoco, y justa recompensa al sufrimiento carnal, pero también al
psicológico. Merecido rescate de las mojigangas costarricenses, muy admirables
y respetables, pero que están para otra cosa. Mató en dos viajes, el primero arruinado por un
tremendo derrote arriba del cárdeno, y el segundo consumado con una estocada
corta de esas que los públicos ya no valoran. Muy al encuentro como él
acostumbra tirarse a matar. No se exigió la oreja, pero sí se ovacionó con
fuerza y justicia al matador Silis, que hoy debe ser revelación para ciegos,
miopes, y simples torpes. Todo pudo quedar en una salida al tercio con mucha
fuerza, pero se arrancó a dar una vuelta protestada, algo comprensible en esta oscura
etapa en la que la foto de la salida al tercio, la oreja, o la cargada a sueldo
vale más que cualquier cosa hecha en el ruedo.  ¡Enhorabuena Silis! En fin, que tras de los consabidos toreros de
renombre vinieron las esperanzas. La Plaza México debe considerar para su derecho
de apartado a varios nombres: Fabián
Barba, Juan Luis Silis, y Antonio
Romero. Algunos otros merecen volver a las corridas de oportunidad tras de
prepararse ampliamente, y otros tantos definitivamente están para el retiro. No
obstante, será prudente que, para la próxima ocasión, si no se consigue la
televisión, se implemente un streaming, o se permita a los aficionados hacer lo
propio. Lo que sea, pero que el grito de nuestros valores no se ahogue ante el
poco eco. Lo que sea, pero que la fiesta siga crezca para bien con esta
empresa, porque en la medida de que le vaya bien, nos ira bien a todos.
Enhorabuena a todos los participantes en los
festejos, a la organización, y a la afición por una temporada más. Agradecemos
infinitamente su preferencia, y deseo profundamente que nos volvamos a leer
pronto y bien para comentar las próximas novilladas 2017. Fotos: Nadlleli Bastida.
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