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Primera corrida de la Feria de Cuaresma de la Monumental
Plaza de toros México. En tarde fría, con ráfagas de viento y amenaza de
lluvia, y con algo más de mil personas en los tendidos, se lidiaron seis toros
del hierro tlaxcalteca de Rancho Seco,
bien presentados, y desiguales de juego, de entre los que sobresalió el
encastado cuarto. El jurado, conformado por representantes de las porras y
peñas de La México, determinó que Juan
Luis Silis y Antonio Mendoza lidiarían
a los toros que hicieron quinto y sexto respectivamente, sin que ello se
anunciara a la concurrencia. Actuaron los siguientes matadores de toros: Christian Ortega: silencio tras aviso. Juan Luis Silis (confirmó su alternativa): oreja, y silencio tras
dos avisos. Oliver Godoy: palmas. Antonio Mendoza (confirmó su alternativa): división de opiniones
tras tres avisos, y bronca tras tres avisos. Ortega apadrinó en su confirmación a Silis con el abreplaza Pelotari
–n. 134, 512 kg.-. Por su parte, Oliver
Godoy cedió los trastos a Antonio
Mendoza para lidiar al tercero de la tarde, Don Juan –n. 136, 522 kg.-. Destacó en varas Alejandro Martínez por el soberbio puyazo al cuarto de la tarde.
Por su desempeño en banderillas se desmonteraron Ángel Martín González hijo, y Christian
Sánchez, y Héctor García.  Silis se llevó la tarde Gran parte de la tragedia de nuestra fiesta brava
mexicana pasa por la reducción de espacios y oportunidades para los jóvenes
valores de la fiesta brava. Nos encontramos en un medio cada vez más pequeño,
en el que la filiación con ciertos apellidos, familias, o cuadros de poder
determina lo tormentoso que será el camino para tal o cuál torero. Así, pues,
esperamos manojos de años para ver a toreros que no deberían andar rogando
oportunidades, al mismo tiempo que vemos hasta la saciedad a toreros con más
caché, pero que aportan muy poquito a las temporadas de la Plaza México.
Las consecuencias de este estado de cosas son funestas
para la fiesta brava. Muchos de los toreros con mejores condiciones taurinas se
encuentran fuera de sitio y con una sola certeza: solo la Plaza México los
puede sacar de donde están. Sin embargo, y a pesar de la mala leche que muchos
le tienen a la afición capitalina, venir a la Monumental tiene otra proporción
en comparación con casi cualquier otra plaza del país. Y venir sin sitio, a
jugarse todas las canicas en una única oportunidad, y ahora con la dificultad
añadida de no saber ni siquiera a cuántos toros se van a enfrentar, es un
galimatías comparable casi con cualquier Miura. Un caso paradigmático es el de Juan Luis Silis, al que ni el cobijo de una gran figura del toreo,
ni triunfar fuertemente en corridas televisadas, ni toda la coba que le dieron
tras de un terrible percance lo han rescatado de un incómodo e injusto
ostracismo. Casi cinco largos años se postergó la confirmación de Silis, que
parecía natural tras de su esplendorosa faena televisada a nivel internacional
en la feria de Pachuca de octubre del 2012. Cuando por fin se le anunció, en
2013, se atravesó el maldito percance, tras del que se hicieron muchas promesas
y se derramó mucha buena voluntad. Tuvo que llegar otra empresa para que el
nombre del torero de Santa Anita volviera a la cartelería de La México. Y el
resultado fue totalmente predecible. Sí, era totalmente predecible que el oficio, los
recursos, y el buen quehacer de Juan Luis Silis caería con el pie derecho en el
coso de Mixcoac. Solo faltaba que le tocara en suerte un enemigo que le
permitiera desplegar su tauromaquia con cierto éxito, y lo tuvo en Pelotari –n. 134, 512 kg.- un toro tardo
pero con cierto buen estilo. El capitalino lo entendió muy bien desde el saludo
capotero por buenas verónicas, seguidas de un sobresaliente quite por tapatías
de las afueras hacia los adentros ya sin caballos en el ruedo. En el último
tercio, Silis desarrolló una labor inteligente, estructurada, eligiendo muy
bien terrenos y distancias, y logrando correr la mano con temple, con torería, y
con un estilo muy personal. Personal y mexicanísimo, que no le permite mentir
acerca de la fuente de la que abrevó el toreo, la del maestro Mariano Ramos, a quien muy seguramente
dedicó la faena cuando brindó hacia el cielo.  Tapado injustamente el torero del rumbo de Jamaica La obra estuvo culminada con una estocada entera,
apenas defectuosa, en la suerte de recibir, la cual dibujó con verdad y entrega
por delante. El toro dobló prontamente, y Silis cortó su primera oreja de peso
como matador de toros en la Monumental de México. Tal triunfo le valió el derecho
a lidiar al quinto toro de la tarde, Frontonista
–n. 107, 504 kg.- un toro complicadísimo, parado y tirando gañafonazos, al
que lidió con poca fortuna y mucho viento. Tan solo destacó la buena brega que
ejecutó el matador, y la última gaonera del quite, ligada con una hermosa
revolera y seguida por un recorte torero. Con la muleta solo los poderosos
pases por la cara tuvieron cierto lucimiento, aunque poco los comprendió el tendido.
Se hizo un lío con el descabello, que no maneja con la mejor de las técnicas, y
el toro dobló ya en extrainnings tras
de dos avisos.
 ¿Así o más de verdad? Regresó a la Plaza México Christian Ortega, un torero que se benefició de un conflicto
político estelarizado por la empresa anterior del coso. Felizmente, esos
tiempos tan oscuros por fin quedaron atrás, y con ellos un racimo de
oportunidades para el capitalino. En esta ocasión, con sabor ya a postrera,
poco pudo hacer en la cara de Fervoroso –n.
165, 526 kg.-, con más movilidad que el primero de la tarde, pero con menos
calidad. Dejó un par de banderillas muy expuesto, y escuchó un aviso para
despedirse entre algunos pitos.
 Christian Ortega, viejo conocido El tercer toro de la tarde fue el de la segunda
ceremonia de confirmación de alternativa. Una que el toricantano recordará por
el resto de sus días. Antonio Mendoza,
michoacano, otrora triunfador de esta plaza, otrora gran promesa, que
seguramente está atravesando justo ahora el momento más difícil de su carrera.
Algo que ni nos incumbe ni nos consta ocurrió con él en el proceso hacia su
alternativa, verificada en Morelia el 2 de noviembre del 2015. Desde entonces
se desdibujó aquel chamaco que hacía las suertes con verdad y clasicismo, con
buen gusto, reposo, y arte. Su breve carrera de matador de toros cuenta ya con
situaciones tan atípicas como un retiro manejado con hermetismo. Toño
simplemente desapareció del panorama, y un buen día volvió tal como se fue.
Con todo ello a cuestas reapareció, pues, lidiando a
Don Juan –n. 136, 552 kg.-, un toro
muy parado, de viaje cortísimo, que no le permitió lucirse más que con el
capote, que utilizó para recibir por sabroso mandiles. El resto fue echarle
valor y disposición, metiendo a la gente en una labor que bien pudo ser totalmente
estéril de no ser por la actitud del chaval. Aunque no se reencontró con
aquella solidez taurina que le caracterizó cuando novillero, sí que sostuvo la
atención de la concurrencia. Incluso después de sufrir de más con su talón de Aquiles
de toda la vida, los aceros, encontró cierta comprensión en la gente, que lo
arropó con una tímida ovación a pesar de los fatídicos tres avisos que cayeron
como truenos desde las alturas del gran embudo.  Mendoza sufrió la dureza de la profesión El resto de la tarde fue un marcado despropósito,
puesto que el formato de los festejos, anunciados con seis toros para cuatro
matadores, adolece de marcados puntos flojos que dirigieron la situación hasta
un completo desastre. Y es que el tapatío Oliver
Godoy estuvo decoroso en su encuentro con el mejor toro de la corrida, el
precioso Campanero –n. 126, 503 kg.-
cárdeno, entrepelado, bragado, meano, nevado, y caribello, muy en el tipo del
toro de Tlaxcala. Campanero se robó
el show embistiendo como pocos toros lo hacen en México al caballo de Alejandro Martínez, quien se creció
y aguantó con valor espartano la fiera pelea del ranchosecano. Hay que dar
crédito también al aguante del caballo, que estuvo muy torero, a la altura del
gran momento taurino que protagonizó junto con su jinete y el toro.
 Oliver Godoy de más a menos Ya con la muleta, Oliver se dobló correctamente, y
corrió la mano en un par de tandas por la derecha bastante buenas, sabrosas,
que levantaron el ánimo de la afición. No obstante, entre el perder la
distancia, que tampoco era del todo clara, y una actitud de cierta displicencia,
el trasteo se vino abajo. Falta de sitio, falta de oficio, falta de estar en el
toro. Mala cosa cuando toca en suerte un toro bravo. Sin embargo, lo que pudo
hacer ahí quedo, además de que no se llevó el golpe anímico que significa que
te echen un toro de vuelta al corral el cien por ciento de las ocasiones. En
consecuencia, el de Guadalajara parecía la opción más viable para matar al
sexto de la función.
Desafortunadamente, se conjuntaron una serie de
malas decisiones que echaron a perder la tarde. El formato es atractivo, y la
empresa acertó en morirse con la suya a pesar de los reclamos de cierto sector
de la plaza. Invariablemente deben buscar la mejor planeación con el objetivo
de prever y abarcar la mayor cantidad posible de escenarios. Pero no parece que
el formato de selección de los espadas “premiados” tuviese ese alcance cuando
el jurado, conformado por peñistas y porristas, decidió echar a un muchacho
salido apenas de un muy mal trago a arreglárselas con un auténtico mulo. Y
menos gracia le hizo a la gente, que hasta entonces aguantó comprensivamente
muchas cuestiones que cotidianamente se censuran en las faenas, ver salir de
nuevo al ruedo al pobre de Antonio
Mendoza para pelearse con el monstruo de las mil cabezas. En fin, pues, bonita oportunidad echar al michoacano
a convencer a la gente que protestó airadamente su designación (que por cierto
nunca se anunció al público), y al mismo tiempo al monstruoso 95 años –n. 143, 545 kg.-, que
simplemente nunca se dejó. Se fue crudo tras derrumbar en un par de ocasiones a
David Leos, que apenas y le partió
el pelo. El resto fue ver a Mendoza caer en la frustración y en la impotencia
mientras que los aficionados apretaban, a la vez alguno que otro troglodita
perdido en el tendido deleitaba su miserable existencia haciendo leña del
tronco caído. Tres avisos más se llevó en su espuerta la desdibujada promesa,
que deberá tomar las cosas con mucha calma, descubrir que el mundo no se ha
terminado, y echar pa’ lante con torería. La moraleja de esta truculenta tarde es que la
organización de los festejos debe tener mucho cuidado con las innovaciones.
Todas son bienvenidas si son exitosas y tienen sustento, pero no podemos echar
a otros seres humanos a pagar los platos rotos por decisiones atrevidas. Es
urgente definir un criterio público al que se deben de sujetar quienes quieran
que sean los que vayan a decidir a los matadores lidiarán a los últimos de la
corrida. Quizás implementar un mediador conocido y reconocido por la afición, o
de plano desempolvar el otrora socorrido e infalible aplausómetro, o simplemente que los últimos lugares puedan quedar
desiertos, o abstenerse de programar cartuchos quemados en favor de tercias
prometedoras. Lo único seguro es que, si los festejos seguirán así,
no puede prevalecer de nuevo un criterio tan dudoso como el que impusieron las
porras en el cónclave de este domingo, en el que pasaron por alto que para
sobreponerse de un golpe tan fuerte hace falta una gran personalidad, como la
del Pana, como la de Curro Romero, Antoñete, David Silveti, o Rafael de Paula.
Ello redundará en beneficio del espectáculo, y reducirá las situaciones
riesgosas que se puedan presentar tanto en el ruedo como en el tendido. *Fotos: Luis Humberto García "Humbert".
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