|
Ficha del festejo: http://opinionytoros.com/noticias.php?Id=55408 La primera tarde de los festejos del aniversario 71
de nuestra querida plaza irremediablemente será recordada por muchos años. Y es
que el embudo que Neguib construyó vivió
una de esas tardes de entrega absoluta y de profundo sentimiento, de esas que
hierven la sangre y llaman a las masas a los tendidos. De esas tardes que surgen
muy de cuando en cuando durante el largo año taurino, y nos incitan a no perder
el ánimo. De esas que ponen a cada quién en su lugar, y dejan bien claro para
la posteridad qué hace falta para ser figura del toreo en México, y quienes en
verdad ostentan ese título. Enrique
Ponce fue ayer el acabose, el torero poderoso, rotundo, maestro y
catedrático, imán de taquilla, ídolo, fuente de sentimiento. Fue, pues, figura del
toreo. Por otra parte, se rindió un sentido y cariñoso
homenaje, más que merecido, a un torero que, a pesar del amplio debate en torno
a su toreo, fue muy importante. Se despidió Eulalio López “El Zotoluco”,
quien fue estandarte de una generación, una de vacas flacas para la tauromaquia
mexicana, pero al fin y al cabo un periodo de tiempo que en el que sobresalió.
Era justo un reconocimiento tan bien organizado y tan sentido en el coso que lo
sacó del penoso anonimato de los toreros discretos. El establishment taurino, que tanto lo apapachó a pesar de su venida a
menos como torero, le organizó una despedida que hizo justicia al torero y al
hombre, acompañado de su familia y de los niños beneficiarios de la fundación
filantrópica que preside. La gente de La México, que le apretó con fuerza en
los últimos años, lo respetó y homenajeó calidamente. Un adios sentido El lote de Fernando
de la Mora para el chintololo se conformó por el berrendo aparejado Arete –n. 56, 554 kg.-, un animal de
embestida incierta y corta al que Eulalio templó por momentos por el pitón izquierdo,
logrando incluso algún trazo largo suelto. Por el lado derecho el berrendo era
todavía menos, y la faena poco a poco se diluyó entre desplantes entre la cuna
del Zotoluco, que todavía consiguió algún muy buen pase de pecho antes de que
se dividieran levemente las opiniones. Mató de pinchazo sin soltar y estocada
caída para ser ovacionado.
Voy y vuelvo –n. 110, 515 kg.-, homónimo de aquel que indultara
en Texcoco, fue un toro incierto de salida, parado y reservón, al que Christian Sánchez le pisó los terrenos
para colocar un sobresaliente par de aretes por el que saludó en el tercio. Tras
brindar a sus apoderados, Zotoluco pudo expresarse con el pitón derecho de un
toro que rompió a bueno con acometividad y transmisión en
cuanto se le citó con la muleta. Desafortunadamente, por el lado izquierdo no tuvo la misma calidad, y para cuando la faena retomó la senda derechista, el
toro ya era otro. Así pues vino a menos lo que apuntaba para una buena faena a
un gran toro. Mató de estocada entera y cortó una oreja de cariño.
El momento histórico Las Golondrinas
es una marcha popular mexicana desgarrada y desgarradora, música que taladra
las entrañas de la personalidad más dura, que enternece al corazón más
insensible, y libera a la lágrima más renuente a salir. ¡Y cómo las interpretan
en la Plaza México! Tal versión no solo debería estar grabada y enormemente
distribuida, sino que con un poco de acierto la hubieran incluido en el disco
de oro de las sondas Voyager. Así, un buen día, a muchos años luz de distancia,
algún alienígena lloraría irremediablemente, tal como los veinticinco mil
espectadores presentes este sábado en La México. Éstos además completaron una
escena inolvidable con las luces de sus teléfonos. Eso tan profundo, tan
irremediablemente mexicano, fue lo más memorable de la lidia de Toda una historia –n. 101, 518 kg.-, que
marcó el final de la carrera taurina de Eulalio
López, el Zotoluco.
Sin embargo, todo este hervidero de emociones se
alimentó del gran suceso taurino del valenciano Enrique Ponce, sujeto desde hace muchos años de auténtica devoción
entre la afición capitalina, y que se reencontró de forma descomunal con ese
público que tanto le ha dado. Ponce ya no es ninguna novedad, su toreo lo
conocemos de memoria. Pero son la maestría y la expresión, su sorprendente
capacidad de entender a los toros, su oficio, su sitio, lo macizo de una figura
a prueba del mismo tiempo, lo que hizo de sus dos faenas piezas para la Historia
de la Plaza México.
Venadito –n. 133, kg.-, noble y con calidad, colaboró para
que el de Chiva tejiera una faena a más tras un inicio un tanto acelerado,
previas chicuelinas tersas, superiores. A pesar de no lucir tan templado,
asentado, y reposado, algo hace este hombre que embruja a los animales, los
mete en la muleta hasta que llega el momento de reventarlos, reventar él, y
reventarnos a todos. Qué recursos tan toreros, que temple de figura cuando
engarzó el toreo en redondo, los cambios de mano, los remates por abajo, la
elección de terrenos y distancias, sus poncinas, y su aire de dueño. En fin,
pues, una pieza muy firme, muy sólida, de una auténtica figura del toreo.
¡Se hizo el toreo! Pero la maestría no se reafirma únicamente en los
momentos de disfrute hedonista, de miel sobre hojuelas. Lo mejor del maestro
valenciano vino cuando Tumbamuros –n.
102, 561 kg.-, un toro bien presentado, mansito y geniudo, le obligó a
ponerse serio, a hacerse cargo de la lidia, y a preparar con completa claridad
lo que vendría después. Primero lo hizo él con su capote, y luego dando instrucciones
precisas a su cuadrilla. "Llévalo muy templado, muy por debajo", dijo con
gráfico ademán a su peón de brega antes de retirarse a la tronera del burladero
de matadores para que el segundo tercio terminara.
El resto fue éxtasis, borrachera, cátedra, prodigio,
desde los toreros doblones iniciales, y luego el sobrio toreo de temple
prodigioso por ambas manos. Metiendo en la muleta a un toro que parecía no
valer nada, alargando el trazo y la embestida, rematando por detrás de la cadera los muletazos de todos
colores y sabores. Hondura, profundidad, expresión, no una estética vacía, sino
torería auténtica, contenido taurino indudable. La Plaza México subió sus
decibeles a un nivel que hace un tiempo no se alcanzaba. Su corazón vibró,
palpitó, sus ojos se tornaron brillosos, su concreto sintió como los asistentes
se paraban frenéticamente de su asiento como en los buenos tiempos, como con
las grandes figuras del pasado. Tristemente, y para no perder la costumbre,
Ponce pinchó hasta que se cansó, escuchó dos avisos, y mató de un descabello.
Lágrimas de torero, lágrimas de agradecimiento, y entrega absoluta de una
afición agradecida.
En figura del toreo El menos del lote de Ponce en cuanto a trapío fue Aroma de Azahar –n. 42, 540 kg.-, más
discreto de carnes y defensas, pero precioso de estampa. Otro toro con geniecillo
y mansedumbre, menos terso, y calamocheante. Saltó al ruedo en un momento en
el que ya todos estábamos vacíos, agotados de tanta entrega, de tanto arte. Cabe
destacar que Fernando de la Mora envió
una corrida bastante por encima de la presentación a los que nos tenía
acostumbrados. Ponce, acusado por el marcado becerrismo que imperó por años en
sus actuaciones, también le salió a un toro desarrollado y bien hecho. Supuestamente
sus imposiciones y la poca vergüenza del ganadero era lo que daban al traste
con todo. Hoy parece ser que el becerrero era otro, el cáncer estaba en otra
parte de la organización de los festejos en la Monumental. El cáncer hoy está
extirpado.
¡Adiós maestro! También se despidió el gran picador de toros
mexicano Nacho Melendez, triunfador
de la Feria de San Isidro 2012, con
grosera e injusta discreción. Él y Zotoluco dijeron adiós en medio de la
cátedra. Ellos tuvieron la despedida más poncista.
|
|