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La corrida de este domingo estuvo precedida por la
gran expectativa de un encierro que lució en las distintas imágenes que de ella
se difundieron en la semana. Tanto en campo como en corrales, la corrida de Los Encinos levantó suspiros con su
tipo tan peculiar, muy en Santa Coloma, pero sin negar sus raíces en San
Martín. En ese sentido la corrida no decepcionó un ápice, sin embargo, aquellos
toros de ese hierro, que anunciaban apenabas abrirse de capa el toreo que eran
lío gordo, están desapareciendo. Felizmente conservan mucho que torear, y un
chorrito extra de raza que es aire puro tras tanta mansedumbre, pero tampoco
correspondieron al buen sabor de boca dejado hace cinco largos años, cuando el
personaje ese cuyo reinado de terror llegó a su fin recientemente decidió, por
sus bigotes, vetarla. La afición respondió con una buena entrada, apenas por debajo de la media plaza. Los Encinos vino con cuajo Abrió plaza, pues, el caballista mexicano Jorge Hernández Gárate, vestido a la
federica, y que lidió un toro de El
Vergel. A pesar de cierta deficiencia constante en la colocación de las
banderillas, lo cierto es que Hernández clavó con lucimiento, variedad, y
verdad, además de encelar al toro durante un buen tramo de la faena ante un
toro que se desplazó con alegría. No obstante, Centauro –n. 91, 471 kg.- se apagó poco a poco, y también lo hizo
el torero. Mató con dificultades y se retiró entre muchas palmas, y algunos
pitos.
Hernández Gárate, decorosa actuación Sebastián Castella dio un golpe en la mesa atrayendo, por fin, a una
mayor cantidad de gente, con un buen avío de Roca Rey. El francés debería ser,
ya a estas alturas, una figura rotunda, un torero completo, y tras el gran
fenómeno que representó para la afición mexicana a finales de la década pasada,
ya debería llenar la plaza. Sin embargo Castella no es aún ese torero para
todos los toros, ni ese para todos los aficionados. Este domingo lució
pundonoroso, entregado, valiente a carta cabal, echado pa’lante, dispuesto a
ganarse a la gente, pero no lució aquel torero templado, ese que corría la mano
izquierda que era un dechado, que paraba el tiempo cuando se cambiaba la muleta
de mano, y que se entendía muy bien con el público, pero sobre todo con el toro
mexicano.
Jardinero –n. 51, 526 kg.- fue el primero de su lote, un toro
escaso de fuerza, pero que tenía un buen lado izquierdo, con el que Castella, a
pesar de que extrajo buenos pases, no alcanzó a acomodarse. Repetidamente se
embarullo, e incluso se llevó un golpe en una mejilla del que sangró
abundantemente, por lo que no alargó de más el trazo, a pesar de que el toro
parecía prestarse para ello. Por el derecho era más corto, y le volvía pronto, a pesar de ello, el de
Beziers optó por torear por ese lado. Mató de un bajonazo trasero, escuchó un
aviso, y saludó en el tercio. Castella echó mano de todos sus recursos... Con el quinto de la tarde, el imponente Arbolero –n. 82, 535 kg.- cárdeno,
bragado, y meano, Castella tardó en entender al toro, que exigía mando y buen quehacer para
permitir el lucimiento. Por la vía del toreo por derecho poco pudo levantar al
cotarro, sin embargo nunca dejó de porfiar, en una actitud digna que el público
agradeció. Máxime cuando el francés se decidió a atacar y ejecutó un trasteo de
cercanías, un arrimón en el que destacó el aguante para llevar a buen puerto lo
que inicialmente plantó por arrimón. Aquí, pues, afloró el sentido del
espectáculo, del valor espartano, y los recursos de Castella, que hizo explotar
a las casi veinte mil personas que se dieron cita en el embudo tras una tanda
enrabietada con la mano derecha.
...y cosechó resultados Mató de una estocada en buen sito, y Arbolero vendió su muerte tan cara como
le permitió su raza, lo que enardeció a la gente como no puede ser de otra
manera, pues pocas cosas pueden equipararse a la grandeza y la magnificencia de
la muerte de un toro bravo. Posteriormente, el pañuelo más rápido del oeste
otorgó dos orejas de las suyas, aunque en su descargo, y en honor a la verdad,
nadie las protestó. Así mismo, se otorgó un arrastre lento un poco exagerado,
pero que la concurrencia aprovechó para ovacionar fuertemente al buen toro de
don Eduardo Martínez Urquidi.
Octavio García “El Payo” dejó los momentos más sólidos en términos taurinos
de la tarde. Unos tersos y templados pases al natural al primero de su lote, Posturero –n. 51, 526 kg.-
extraordinariamente presentado, cárdeno, bien puesto, astifino a más no poder.
Sin embargo este toro fue muy falto de fuerza, y por ende tuvo menor
acometividad que otros de la corrida, menos emoción, menos transmisión, y menos
posibilidades para el torero. No obstante, el rubio queretano logró mantenerlo
en pie para dejar los pasajes más toreros, más ligados, y más clásicos de la
tarde. No obstante, la miel duró poco, y la gente, que no le perdona a Octavio
los acontecimientos de su pasado, en los que fue consentido en exceso por la
empresa que sufrimos tantos años, y se rozó demasiado con la farándula. Pero
todo aquello ya pasó, y el toreo que esa desarrollando el Payo bien vale para
creer en él, a pesar de la irregularidad. Grandes estampas al natural del Payo Irregularidad tan manifiesta que esta misma tarde,
con Vaquero –n. 55, 578 kg.-, Octavio
simplemente no estuvo, a pesar de un torero inicio de faena. No sabemos si su
mermada salud se manifestó de nuevo, pero realmente estuvo extraviado, para
beneplácito de aquellos que tienen reservado su encono para la menor
oportunidad que les ofrezca el diestro queretano.
Andrés Roca Rey tuvo una actuación gris que alargó su sequía en la
Plaza México, coso que, inundado por noticias de grandes triunfos, le espera
con paciencia, pero que ha visto poco de él. Al cuarto, Caporal –n. 19, 518 kg.- lo
mató de una estocada extraordinaria, que para el criterio de quien esto escribe
valía por sí sola una oreja. El juez de plaza, en cambio, debe atenerse a la
petición mayoritaria y reflexionarlo bien antes de mostrar el pañuelo, cosa
que, para no variar, Jesús Morales no
hizo, y entregó una oreja que pitó toda la plaza. El peruano, por cierto, la
aventó cual vil retazo. Con el sexto poco pudo hacer, parece, en lo poco que
le hemos visto, un torero que intenta hacer las suertes con verdad, pero cuyas
formas no son precisamente las más finas, lo que le complica la acción de
corregir los defectos de los toros, mandarles, poderles en el último tiempo del
muletazo. Sin embargo, también es cierto que hace verlo con un lote más potable.
En el madruguete del año, y pasándose por salva sea la parte el acuerdo que se
anuncia después de cada sorteo en presencia de empresa, ganadero, y apoderados,
Roca Rey alzó su dedo antes de tirarse a matar. ¡Volvieron los malditos
regalos! Solo que, para variar, esta vez soltaron un torototote, con el que el
peruano pudo hacer muy poco. Respectivamente, Guardapuerta –n. 55, 578 kg.-, y Regador -n. 15, 562 kg.-
hicieron sexto y regalo. El matador se despidió arropado por una afición que, mientras
haga ruido, le seguirá esperando.Uno por favor Fotos: Luis Humberto García "Humbert".
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