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La ficha del festejo: http://opinionytoros.com/noticias.php?Id=55102 Ayer lamentábamos
amargamente que no fuesen visibles los elementos que hacen falta para que La
México vibrara con una gran tarde de toros. El factor clave que rompió con la
constante de aburrimiento y tedio que veníamos padeciendo procedió del lugar
más inesperado: la ganadería queretana de Teófilo
Gómez. Para nadie es un secreto que en esa casa se cría el toro para el
torero, y que se esmeran en mandar encierros cómodos para el disfrute de los
diestros que están en condiciones de exigir condiciones. Sin embargo esta
corrida tuvo algo más de interés, una cierta mejora al respecto de lo que
Teófilo ofreció muchos años. La corrida, por lo menos, se mantuvo en pie,
caminó, se empleó, y hasta pelearon más o menos en varas, un par incluso le
exigieron a los toreros. Aunque una golondrina no hace primavera, es cierto que
si Teófilo sigue mejorando en ese sentido, representará una mejor oferta para
los públicos y el aficionado, que es quien hace las entradas e ingresa capital
al espectáculo. Ojalá no sea llamarada
de petate. El que secundó la
magnífica actuación con la que nos deleitó la temporada pasada fue el de la
Puebla del Río. ¡Y de qué manera! José
Antonio Morante ha toreado sin complejos, sin el peso en sus espaldas del
cuento, del duende, de las broncas a propósito, y demás sarta de estupideces
que han afectado su carrera a lo largo de los años. No señor, Morante estuvo en
torero, a carta cabal, valiente y maestro, técnico y arrebatado, pero a la vez catedrático
y sacerdote de esa expresión tan especial y tan profunda que solo él ostenta en
la actualidad. Todo comenzó con el soberbio toreo a la verónica con el que
recibió a Don Ricardo –n. 355, 541
kg.-, rematado con una media para el recuerdo. En el último terció sobó con
torería a un animal que regateaba las embestidas, y le endilgó momentos
supremos en redondo, además de adornos de cartel. Resolvió con mucha habilidad
los problemas que le planteó el torillo, hizo el silencio, luego hizo rugir a
la plaza, y de paso dejó bien claro que su intención era triunfar. Mató con
dificultades y saludó recatadamente desde la tronera del burladero de matadores. Se hizo el toreo La gran faena vino
con el cuarto de la tarde. Un animal anovillado de nombre Peregrino –n. 337, 520 kg.-
con el que vimos torear. Vimos bordar el toreo. Vimos variedad, temple, sello,
arte, expresión, personalidad, entrega, disposición, valor, aguante, maestría,
y una multitud indecible de virtudes condensadas en uno de los trasteos más
conmovedores de la presente década en esta plaza (por lo menos). El oficiante
comenzó su lección magistral con un gran recibo por chicuelinas, tan
voluntariosas como personales, pero no tan extraordinarias como sus lances, de
los que regaló dos antes de rematar con el manguerazo de Villalta. La
borrachera capotera continuó con la llevada al caballo suave, tersa,
simplemente sensacional, rematada a una mano de forma superior. Morante Camacho
imprimió variedad con un quite de delante por detrás, cercano al quite de oro,
pero rematado por arriba antes de una revolera a mano cambiada que desquiciaron
definitivamente a la Plaza México.
En el último tercio,
a bordar el toreo. Vaya inicio de faena le endilgó nuestro concertista
magistral al Teófilo, andándole con tronío, con imperio, quebrando
sensibilidades, reventando gargantas, levantando a la gente de sus asientos,
reventando al toro por abajo antes de firmar un cambiado de mano por delante
simplemente majestuoso. La siguiente porción de la faena fue hacer el toreo por
la mano derecha, templado, con un calado y perfección, con un sentido de esteta
superior. Pero no hay que dejarnos llevar por la estética: Morante estuvo en
maestro, en torero, el toro estaba absolutamente con él, como embrujado,
definitivamente metido en el quehacer del diestro sevillano, desmelenándose por
gustar, por gustarse, por conmoverse como nos conmovió. El trasteo tristemente
perdió fuerza tras de que el torero se pasó la muleta a la mano izquierda, cosa
que poco importó a un Morante que siguió porfiando y robando grandes momentos,
incluida una breve serie pase por pase por el pitón izquierdo. Hondura morantista ¡Silencio! Que se va
a tirar a matar Morante, su gran punto débil. Y el silencio se hizo, sepulcral,
roto en un rugido unánime cuando dejó, más derecho que nunca, un espadazo
entero en la mera yema. La obra estaba rematada, y Morante consagrado. Jesús Morales entregó dos orejones de peso,
y todo fue alegría, Morante con una sonrisa que no le cabía en la cara, y la
plaza entregada. Una lidia bastante completa, variada, donde solo faltó un buen
tercio de varas para completar el bello cuadro del que también participaron Gustavo Campos y Diego Martínez con sus buenos pares de banderillas, y José Antonio Carretero con su brega.
Muy toreros anduvieron los subalternos, haciendo gala de eficacia y lucimiento,
por lo que se llevaron una atronadora ovación en el tercio.
Dos orejas de la Plaza México Fuera de la plaza,
donde todo el momento fue sublime, se levantó cierta polémica por la
premiación, azuzada por los comentaristas de televisión, y particularmente por Giraldés. El veterano comentarista hizo
algunos comentarios subidos de tono atacando al juez en el ámbito personal y
demeritando su trayectoria como torero por no dar el rabo. En este espacio
hemos criticado duramente al juez Morales, pero en esta ocasión premió con
acierto y no repitió el numerito de otorgar un rabo que no exigió nadie más que
los locutores. Es justo reprobar su criterio como juez... ¿pero injuriarlo públicamente
sacando a colación otros aspectos? Seguro que no.
José María
Manzanares repitió en la Plaza México tras de su magnífica actuación al inicio de
la temporada, pero no logró repetir color. El primero de su lote fue San Juanense –n. 375, 530 kg.-, un
torillo protestón y con sus complicaciones con el que el alicantino no se
comprometió de más. Abrevió tras una decorosa lidia por la cara, y mató de metisaca
y estocada. Palmas. El quinto de la tarde fue un toro muy serio de presencia,
encastado y duro, protestón, que poco a poco se volvió más peligroso hasta el
grado de darle una voltereta al torero de tanto recostarse y buscarle.
Manzanares destacó con un buen saludo capotero por lances, chicuelinas, y larga
magnífica; una gran tanda por el pitón derecho, y muletazos poderosos caminando
hacia tablas por el final de la faena. Mató muy mal tras complicársele el
asunto de cuadrar al animal y se retiró bajo una cariñosa ovación. Manzanares no pudo asegundar De la actuación de
esta cuadrilla es justo recalcar el gran puyazo de Pedro Morales “Chocolate”,
quien bordó el toreo a caballo encelando al morito con los movimientos del
cuaco. En la primera entrada al caballo, el toro le tiró un derrote muy fuerte
apenas por debajo del lomo del animal, a consecuencia del cual montura y
piquero visitaron la arena del ruedo capitalino. Aunque se truncó lo que
pintaba para un gran puyazo, la expectación revivió cuando Chocolate volvió a la suerte con disposición y torería, citando con
inteligencia y oficio, para colocar una magnífica vara en todo lo alto,
aguantando la pelea del bicho, y recibiendo una gran ovación.
Confirmó su
alternativa Gerardo Rivera al que le
pusieron las peras a veinticinco con este cartel. Difícil cosa confirmar de
manos de dos figuras del toreo, y más cuando uno ha estado en monstruo, y el
otro bastante digno. El de la ceremonia se llamó Agua Clara , un novillo herrado con el número 359 quesque con 509 kilogramos,
protestado de salida. No obstante, el animalillo probablemente fue el mejor de
la corrida, noble, repetidor, largo, y que además duró más que sus hermanos. El
joven tlaxcalteca pasó fatigas para acoplarse, y solo dejó detalles sueltos,
entre los que destacó un gran pase de pecho. También se llevó una voltereta.
Mató de dos pinchazos y estocada caída para salir al tercio. Con el sexto, Farolito –n. 345, 536 kg.-, pobre de
presentación, lució con los palitroques, cosa que también logró con su primero,
batalló una enormidad para conectar con el público, a pesar de que porfió con
seriedad. Silencio. Gerardo Rivera, confirmación para la estadística Mañana concluye la
Feria Guadalupana, en plan ascendente, con la encerrona de Joselito Adame. Hay expectación e incertidumbre, como con todas las
encerronas. ¿Será una tarde de apoteosis? ¿Un fracaso? Mañana veremos. Por lo
pronto, en una tarde muy bonita, en la que hemos visto puyazos, banderillas, quites, y un faenononoón, le han
dejado el listón muy arriba. Lo de Morante ahí quedó, y ahí quedará para el
recuerdo, para la memoria colectiva de una afición que está hambrienta de
ídolos, y que tiene en Morante a un gran prospecto, un torero del tipo
preferido de la Plaza México de toda la vida: un torero de sentimiento, un
torero sublime.
*Fotos: Luis Humberto García "Humbert".
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