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Fermín Rivera, cual manecilla de brújula indicó el norte magnético de la tarde, interpretó el toreo por nota sin necesitad de instrumentos musicales y finalmente vino a clavar sus muletazos en el corazón de la setentona más guapa del planeta.
Cuan polisémica es la palabra saeta, y como si fuera algo sencillo, el espigado torero vestido de la aguja vino a llenar tantos significados. Fermín puso lo que no traían los del Vergel, de los que esperábamos tanto, la calidad y fineza, además de la entrega.
Esa hambre infinita de ser y mandar la ha templado de tal manera que aun con toros parados ha conseguido hallar la distancia para hacerles embestir en redondo. Con un poder infinito presenta su muleta muy tersa, se hace de los morlacos, los sujeta a ella y los lleva a compás, toreando muchas veces sólo con la cintura. Así, ni Amoroso ni Fer se resistieron al mimo de su toque, embistieron por donde Rivera les ordenó y a mi se me ha quedado muy sequita la garganta de jalear con tanta fuerza cada vez que el torero bordaba naturales y derechazos, se me ha ido en agradecer trincherazos y desdenes.
 Vestido de nazareno y oro Tanto ha sido Fermín que hizo crecerse a Sergio Flores, quien tuvo en el quinto de la tarde lo mejor del encierro, aunque el burel terminó aburrido por no sentirse sometido en su totalidad, el tlaxcalteca se sobrepuso con disposición en todo momento.
Por lo que toca al español José Garrido, también le puso empeño y técnica, pero poco pudo hacer con su lote, será en otra ocasión. Así cayó la noche en la México y salimos aclimatados del buen toreo, con el calorcito de estar en casa cuando las cosas pintan bien y para mejor.
Ojalá por fin vengan mejores sorteos para Fermín, ayer con hechos no con artilugios, menos con sonrisas, aunque una si que dejó para el tendido de sol a petición del público, demostró que hoy por hoy es el mejor torero que tenemos en nuestro país, capaz de levantarnos del asiento; deseamos pues se convierta en esa brújula que imante a todos los que por diversas causas están alejados del coso capitalino. Por lo pronto su toreo nos reconcilia con la tauromaquia y con la vida misma.
*Foto: Humbert
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