|
Lo tenemos en el campo bravo del país y ha vuelto a la plaza más grande del mundo, la México de nuestros amores. Esta temporada el trapío se ha ratificado una corrida sí y la otra también, se dice entre taurinos que el juego es otro cantar y lo es puesto que el comportamiento del toro no es el mismo en la plaza que en el campo o en los corrales. Pero necesitamos al toro para reivindicar nuestra fiesta, sin embargo ahora toca ir poco a poco, no son los años de la épica tauromaquica pero si tal vez los de la esperanza, los de reconstruir para que esto continue.
En ese esfuerzo está la empresa que ahora regenta el Coso de Insurgentes, pero claro, es imposible componer de una tarde a otra los desperfectos con años de empeño en hacer las cosas mal, aunado a que ha sido una temporada muy agitada, con novilladas entre una corrida y otra. Este fin de semana se ofreció el boleto gratis el domingo al comprar el del sábado. La entrada no superó los cuatro mil asistentes, ni hablar, replantear las cosas al tiempo que se echan a andar es complicado.
Lo de primer orden es que ha salido el rey, los de José Julián Llaguno muy guapos, con excepción del lidiado en cuarto lugar que se vio escurrido de carnes. Faltos de casta, como si ya no les corriera sangre Llaguno, su presencia era leña pero fríos estuvieron los alternantes, quienes no lograron darles lidia adecuada, se libraron pero no se sale a eso si no a ponerle candela.
El deseo, esa hambre mucho más insaciable e importante que la del estomago, es la que determina nuestra presencia en el ruedo de la vida, por eso dice la Nothomb aquello de “el hambre soy yo”. No hay duda que nada ni nadie sobre el toro bravo, pero reivindicarlo necesita de toreros con ese orgullo donde el quiero le gana al puedo así como de aficionados desde la cepa capaces de vestirse con el esperanza y oro todos los días.
¡Que no muera nunca el hambre de ver toros!
|
|