Así fue el devenir del segundo festejo de la temporada. Con el entusiasmo del primer domingo de temporada –aunque en esta ocasión no fuera la corrida inaugural, y el cartel un tanto menguado-, el público capitalino hizo una muy buena entrada en la renovada Plaza México.
 
Con mucha calidez recibió a los dos toreros que hoy son referente de nuestro continente. Bastante más consecuente fue la ovación para que Joselito Adame saludara en el tercio tras el paseíllo. La invitación a Roca Rey más una cortesía, pues si bien lo hecho en la temporada europea logra permear en el conocimiento de los aficionados, su tarde de confirmación en nuestra plaza no fue precisamente luminosa.
 

.

No pasó mucho tiempo para que la parroquia entregara la siguiente ovación. Salió Martino, un hermoso cárdeno del que nos enamoramos a primera vista. Ese es nuestro toro mexicano, precioso de hechuras, con edad, fuerte; con trapío, vaya. ¡Qué placer! No tan guapo fue su comportamiento. Cierta codicia, rasgos de clase, pero una dosis de casta muy medida; quedado y tardo, aunque con recorrido y nobleza. Sin embargo, materia suficiente para poder ir encendiendo la mecha. Y Adame fue poniéndole fuego. A pesar de sentir que faltó un punto de reposo, el trasteo apuntaba para que fuera concedida la primera oreja. Pero, en esa prisa, vino un chalecazo al entrar a matar recibiendo sin que el de Xajay estuviera cuadrado. Sobrevino entonces, la división de opiniones.
 
Al salir de toriles, el segundo de Xajay también sedujo y fue aplaudido. Andrés Roca Rey, lo recibió con lances que fueron gustando. El quite por caleserinas fue in creciendo hasta llegar un larga bellísima. Muleta en mano, se echó de rodillas a la arena. Un achuchón e insistió de hinojos. Entre alardes de valor y un toro con la cara por los cielos y a parones, la opinión del público fue tomando caminos divergentes. Unos aplaudían los arrestos del peruano, otros recriminaban que aquel trasteo no tenía pies, y mucho menos cabeza. La división se puso realmente sabrosa. De alguna u otra manera, podía ser un granito para irle poniendo ambiente al festejo y a la temporada.
 
El tercero fue el menos bonito del encierro. Sí, con edad, pero no tan bien hecho como sus hermanos. Entonces empezó la caída. En el recibo no hubo ninguna señal de buen agüero. Nada por aquí, nada por allá. Otro mal espadazo y comenzó la caída libre, ya caída también la noche.

La desilusión fue creciendo. Arrastre, tras arrastre, los pitos fueron subiendo de toro. La desesperación fue ganando terreno y conforme transcurría el festejo, se toleraba menos. Para cerrar, los reclamos al ganadero aparecían uno tras otro desde los tendidos. Al emprender el camino de salida, los toreros escucharon algunas palmitas que duraron algunos segundos, desafortunadamente aquello terminó prácticamente en una bronca.

Estas son también las tardes de toros.