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La ficha del festejo.
Por fin,
reabrió la Plaza México. Una nueva actitud, una nueva propuesta, y un nuevo
comienzo. Muchas cosas fueron distintas este domingo, además de la histórica primera
novillada sin caballos. Algunas provocaron nostalgia, como la supresión de los
viejos programas de mano, aquellos con tanto sabor torero que se entregaban en
la taquilla junto con los también añorados boletos, y que a partir de esta
temporada cambiaron su formato a una publicidad más moderna.
Otras
dificultaron la circulación y el acceso a la plaza, como el hecho de que solo
despachasen cuatro de las nueve o diez taquillas del coso, lo que provocó
largas colas a pesar de que no llegaron muchos miles de personas; o que casi
todas las puertas de la sección de Sol, a la altura de las lumbreras,
estuviesen cerradas.
Otras
apuntaron a la renovación, como el mantenimiento que recibieron varios sectores
de la plaza, como las tablas, la contrabarrera, los corrales, etc.
Algunas más
dieron una ligera idea de lo complicado que fue reabrir la plaza, como el nuevo
sistema de sonido, que sustituyó a uno de mejor calidad instalado
recientemente, y que fue desmantelado por completo.
Además, hubo
detalles que se deben afinar conforme la empresa agarre su tranquillo manejando
un coso tan grande y con tantas teclas con tocar, como el inédito
acontecimiento del reloj con más de media hora de retraso.
Y, por
último, adjetivo numeral que resulta inversamente proporcional a la verdadera importancia
de este aspecto, se presentó un espectáculo taurino fresco, distinto,
emocionante, innovador, con muchos detalles positivos, y otros para la
verdadera reflexión.
Nueva etapa Se realizó,
por primera ocasión en esta plaza, una novillada sin picar. Un formato muy
español, cuyo éxito hemos percibido tanto en televisión como mediante las
actuaciones de muchachos ibéricos con rodaje importante en el circuito sin
caballos, pero que nunca habíamos experimentado colectivamente como afición.
Allá incluso se cortan orejas y rabos, los novilleros se lucen y se recrean
como si fuera un formato más fácil que con la lidia completa, y en el sistema
taurino español ocupan un lugar preferencial. Son como la educación básica,
pues.
Sin embargo,
los novillos acusaron la falta de castigo, toleraron poco los errores de sus
jóvenes lidiadores, desarrollaron sentido, no acabaron por definirse ni
asentarse, y cambiaron sus lidias visiblemente. Irónicamente, los dos chicos
ibéricos fueron quienes la pasaron peor con el ganado de don Octaviano García. ¿Será que acaso no
estamos habituados a observar lo cotidiano en un festejo sin picadores? ¿O será
que las condiciones del ganado de origen saltillo mexicano, famoso por ir de
más a menos, de plano ofrecen un juego muy distinto a los encastes dominantes
en España? Lo mejor será que cada quien se conteste estas preguntas.
En fin, con
la buena novillada de Los García,
encastada, bien presentada, complicada, exigente e interesante con sus matices,
se las vio en primer término el sevillano Juan
Pedro García, apodado Calerito. El andaluz exhibió por
momentos sus buenos fundamentos técnicos, pero que no acabó por hallar la lidia
adecuada para un animal que acusó severamente la falta de sangre, y que no
ofrecía ninguna certeza. Mató de un bajonazo y se retiró entre división de
opiniones de una concurrencia que, desde el mismo inicio, se mostró exigente
con los chicos. El novillo se llamó Queretano
–n. 234, 386 kg-.
Calerito, sin suerte. Juan Pedro Llaguno, primer novillero en cumplir
con los criterios del jurado para participar de la segunda parte del festejo,
mostró dos caras muy marcadas. Es un chico muy carismático, cuya facilidad para
conectar con los tendidos era ya de sobra conocida a pesar de que esta fue su
primera comparecencia de luces en La México. Y tal característica juego lo
mismo en su favor que en su contra. Por una parte, su descaro, su desparpajo, y
su personalidad arrogante le ayudan a solventar condiciones difíciles agradando
a la concurrencia, como ocurrió con su primero (Amigo –n. 280, 380 kg.-), mediante el recurso, al que además imprime un
sello muy personal.
Sin embargo,
jugar esa carta le significó emborronar el magnífico trasteo que le estaba
construyendo a Ganador –n. 306, 375 kg.-, al
que le corrió la mano sabroso, con torería y personalidad, con temple y sabor,
conectando fácilmente con el público. Fueron dos tandas por la derecha y dos
por la izquierda en tono ascendente que desataron la locura en los tendidos, y
que de haber seguido en ese tono, seguramente le hubiera redituado al queretano
con el corte de dos, o posiblemente hasta de los máximos trofeos.
Llaguno, primero espléndido, después a menos. Pero no fue
así, Juan Pedro optó por buscar el lucimiento de rodillas, y a partir de ese
momento la faena naufragó. Es cierto que el astado comenzó a quedarse corto y
embestir con algo más de sosería, pero también fue claro que se modificaron los
procedimientos en el ruedo, y que la apuesta falló. La faena se enfrió
visiblemente, y hasta algunos pitos se dejaron escuchar por ahí. Tras la muerte
del novillo, después de la gran entrega, se despidió al novillero con una fría
ovación, y a Ganador con arrastre lento. Llaguno apunta muy alto,
nos quedamos con muchas ganas de verle pronto de nuevo para paladear sus
adelantos.
El joven aguascalentense
Miguel Aguilar, hermano de Mario,
resultó el triunfador del festejo con una oreja en su espuerta y un par de
actuaciones prometedoras, en las que dejó claras sus buenas condiciones a pesar
de su evidente poco rodaje. Así, pues,
entre ciertos altibajos, como no puede esperarse de otra forma en ningún
participante de un festejo de este tipo, le corrió la mano con mucha largueza al
novillo Contador –n. 287, 390 kg-.
Destacado con el capote. Dimensión en
el trazo, profundidad con la muñeca, expresión con la cintura, y valor que no
se menguo con el aguacero que se le dejó venir en plena faena. En conclusión,
un torero más mesurado, y que también puede ser muy del gusto de esta afición y
de esta plaza. Mató de un bajonazo efectivo, y Jorge Ramos le concedió la primera oreja de la nueva etapa.
Con el
sexto, un novillo castaño, de una catadura más que imponente a sabiendas de que
no sería picado, y bautizado Oregano –n.
286, 374 kg.-, encastado, con repetición y codicia, aunque sin el mayor de los
recorridos. Era importante someterlo con mucho mando y poder para lograr
someterlo. Difícil tarea para chicos tan nuevos. Sin embargo, estuvo ahí con
valor y firmeza, y pudo extraer algún buen trazo suelto. Se retiró entre
ovaciones.
Y qué decir de la muleta. Mató al
cuarto novillo de la función el espada de presentación más reciente entre los
anunciados. Se trata de Francisco De
Manuel, quien tuvo una tarde difícil ante un novillo complicado (Regio –n. 193, 375 kg-)con el que pasó fatigas. Por si fuera poco, también se las vio con
un público que le aprieta a los muchachos como debería apretarle al Juli y
similares. Pitos tras dos avisos.
Tarde aciaga del madrileño. Así pues,
volvimos a nuestra casa taurina. Volvimos para convencernos cada vez más de que
aquellos que claman que no hay novilleros tienen un serio déficit de atención
(suponiendo que vayan a las plazas), y que las voces que clamaban por suprimir
los festejos menores lo hacían por la pura holgazanería que les provocaba la
lejana idea de hacer algo bien, o de esforzarse un poquito. Confiamos, pues, en
que todo mejore en esta nueva etapa, en que los errores se corrijan, y en que
nuestra fiesta sea la principal beneficiada.
*Fotos: 1. La Plaza México. 2 en adelante: Luis Humberto García.
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