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Con lleno de 'no hay billetes' se han lidiado dos toros de Fermín Bohórquez para rejones y cuatro de Núñez del Cuvillo para lidia a pie; justos de presentación y manejables en conjunto. Manuel Manzanares, silencio y silencio José Tomás, oreja y dos orejas tras aviso Manzanares, silencio y dos orejas.José Tomás y Manzanares a hombros Existe un escalafón de toreros y luego está José Tomás. Cualquiera que hoy estuviese en la plaza de toros de Alicante suscribiría lo anterior y lejos de fanatismos, tomasismos y adoraciones extremas, la frase en si, es una gran verdad, quizá la única verdad que mantiene viva la llama de la tauromaquia. Podríamos hablar de la expectación que genera el de Galapagar, de las personalidades que concentra sus contadas aparaciones, de las reventas, de los hoteles completos, de los restaurantes, de los millones de euros que se quedan en una ciudad tomada por los "antis" desde el balcón del ayuntamiento... cualquier cosa es insignificante con la dimensión que alcanza su toreo o mejor dicho, con la dimensión de lo que siempre debió ser el toreo. José Tomás, ya en su primero, dejó muestras de la inmensidad de su toreo cortando una oreja tras una estocada pasada, suaves verónicas de recibo a pies juntos, chicuelinas impasibles, trincheras, molinetes, naturales y derechazos, todo suave, muy suave, todo quieto, muy quieto... Luego llegó Cacareo y con él, el toreo eterno, otra vez capote, pies juntos y suavidad, como si las tres cosas fueran una, luego vino el quite impasible, recto quieto, por delantales y tafalleras en la misma boca de riego, para cuando cogió la muleta todo había merecido la pena, todo estaba amortizado ya. Los cinco estatuarios seguidos a pies juntos y mirada al suelo seguían siendo el preámbulo de lo que estaba por llegar. Y entonces llegaron los derechazos cruzados girando sobre la pierna de carga, los naturales lentos de figura firme, los trincherazos de cartel, los pies clavados, la muñecas rotas, algo diferente, pura eucaristía. Tras el estoconazo llegó el momento del toro y por un momento José tomás, como buen Mesías, fue capaz de parar el tiempo y dárselo al toro, hasta tres veces se levantó muerto, hasta tres veces se aplaudió la muerte, ningún animal morirá tan dignamente jamás, ninguno. Los dos trofeos y la vuelta al ruedo del toro, lo de menos, premios banales ante la inmensidad de lo efímero.
Un nervioso José María Manzanares también le acompañó por la puerta grande, tras cortarle las dos orejas al sexto, a pesar de jugar en casa, le costó entrar en la lidia, el quite por chicuelinas le pudo costar un mal trago pero salió airoso, ya con la muleta ligó vistosas tandas con la derecha y tiró lineas con la izquierda, mucha ligazón, con el viento a favor de sus paisanos y el estoconazo en la suerte de recibir la puerta grande estaba abierta. Con su manso primero poco pudo hacer Manzanares y acabó despachándolo por la vía rápida
Pasó con más pena que gloria el rejoneador Manuel Manzanares, incapaz de conectar con el público en su primero y sin suerte en su segundo.
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