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De una u otra manera, para los que estamos enganchados -también de una u otra forma-, con la Feria de San Isidro, retomamos nuestras tardes. Aquí, la tarde-noche, en América, el medio día.
Llegó el último paseíllo de San Isidro 2016 Para un montón de gente, termina este largo, largo serial. Desde los abonados que fueron llegado una tarde tras otra, hasta aquellos, quizás los más anónimos, les tocaba sacar toda la basura de los tendidos, para al día siguiente, cada uno ocupe su sitio. El de las almohadillas, los vendedores de la explanada, los carniceros, los elevadoristas, el de la lotería, el cámara de la grúa, bueno, una lista, que ocuparía mucho espacio y, seguramente, me faltarían algunos.
Hoy tocaba la de Miura; uno de los hierros predilectos para cerrar las ferias de importancia. Y ahí llegaron, esos de cornamentas que nos remiten a toros antiguos, miradas de cuidado, de cajas largas y difíciles de llenar. Y, como casi siempre, un encierro en una escala de grises, no solo por las tonalidades en el pelaje, sobre todo, en cuanto a su comportamiento. Hoy, el primero vio el pañuelo verde y tuvo que ir de regreso a los corrales. El que cerró la feria, recibió varias ovaciones, la primera de salida, otras en el tercio de varas y la última, de hecho la última ovación del serial, al ser arrastrado por las mulillas.
Se acabó. Vendrán ya los premios, los reconocimientos, los recuentos y, los recuerdos.
A algunos, nos toca volver a casa. Luego de llegar al último tirón del ciclo, el camino, aunque parece de vuelta, sigue siendo hacia delante. Dejamos parte de nosotros en cada espacio en el que hemos estado. Nos llevamos también, parte de ello, pero sobre todo, de las personas que nos han esperado en este otro lado del mundo.
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