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Al final Madrid se tuvo que rendir al maestro, lo que en vida le negaron, lo que en los despachos fue un continuo impedimento, ha tenido que llegar con un minuto de silencio, mientras Rodolfo Rodríguez, “El Pana”, acudía en una calesa para hacer el paseo en esa plaza de la eternidad en la que solo torean los mitos. Los aficionados seguirán viéndole desplegar el capote en su memoria, dará mil veces mil ese trincherazo mágico y otras tantas brindará su toro a las mesalinas, meretrices, sultanas... a todas ellas, porque, cómo me enseñó un gran aficionado de Linares, ellos hacen inmortales a los genios. Seguro que allá arriba se verá en los carteles de todas las ferias, no habrá plazas que le nieguen una confirmación, no habrá públicos a los que se les niegue el verle de luces. Desde hoy vestirá de gloria y oro, de genialidad y azabache, con cabos de luz y paz. La paz en la que ya descansa. Rodolfo, va por ti.
Hasta siempre Quizá podrían haber pensado lo mismo los tres matadores que se desmonteraron para cumplimentar ese escaso minuto de silencio entrecortado por voces impertinentes e inoportunas, más preocupadas de su suspiro de gloria, que de rendir homenaje a un torero. La misma gloria que los de Victorino Martín ofrecían generosamente con sus bonancibles embestidas llenas de nobleza y ausentes de aquella casta y fiereza que se le suponía a los Albaserradas. Pero de estos no tenían ni la presencia, ni las maneras, si acaso el nombre y la capa cárdena que sus ancestros lucieron sembrando los cosos de terror y triunfos. Quizá el viejo Victorino no se reconozca en este tipo de toro más próximo a lo que en su tiempo desdeñó y alarmantemente alejado de lo que se enorgulleció.
Lejano queda también aquel Uceda Leal con gusto y buenas maneras y una espada que era un trueno; en el cambio hemos salido perdiendo y nos tenemos que conformar con un torero sin afición, pasado de vueltas y sin ambición, al que poco le importa al menos poder justificarse. El Cid al menos lo intenta, pero tanto sucumbió a la modernidad, que parece imposible su regreso a la verdad, a la pureza, al clasicismo del que un día fue convencido practicante. Abellán quizá es el que menos ha cambiado, sigue con sus formas de toreo vulgar y adocenado que perpetra de siempre. Y mientras iban saliendo los de Victorino y sus matadores los iban viendo desfilar ante ellos, unos preguntaban quién era el Pana, otros que por qué nunca vino a Madrid, otros por su toreo, otros no preguntaban y unos pocos ni hablaban, si acaso para musitar un leve Hasta pronto, Rodolfo.
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