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Un solo día fue suficiente para vivir algo muy distinto en la Feria de San Isidro. Tres matadores de toros con sus cuadrillas, seis toros y su la lidia estructurada en tres tercios, etc. Ello no cambia.
Los papeles pegados en las taquillas con el aviso ‘No hay billetes para hoy’ tenían como consecuencia lógica el arribo de más de 20 mil personas a Las Ventas; muchas de estas, poco o nada habituales durante estos 31 días, y ya no digamos en el resto del año. Esta tarde, el Rey Emérito y la Infanta Elena no ocuparon su habitual localidad en la meseta de toriles, sino que presidieron el festejo desde el Palco Real. De las andanadas colgaban festones con claveles y escudos de tres en tres.
También el contenido fue otro. El miedo de ayer ya se ha quedado atrás. Conforme fueron saliendo los de Victoriano del Río y los de Toros de Cortés, aquello se fue disipando, como si de verdad, hubiera ocurrido hace dos siglos. Sin embargo, las cuadrillas anduvieron con precauciones –no fuera ser; tal vez . Alguno por ahí, tuvo que tomar el olivo y se olvidó hasta de soltar las banderillas.
 De hoy, quedaron claveles; de ayer, ni la sombra Lo que hoy también hubo fue mansedumbre. Esta vez aderezada con flojedad, descastamiento, mucha nobleza, una pizca de calidad y dulzura en algunos; aunque también faltaron otros ingredientes como la emoción, la codicia, la emotividad, el poder.
Ayer hubo muchos avisos. Hoy orejas y ‘triunfos’. Para empezar, Don Julio Martínez le abrió la Puerta Grande a López Simón. Yo, sinceramente, sigo sin entender por qué. Lo de Manzanares lo puedo comprender mejor. Y es que, también a diferencia de ayer, hoy salió el toro de la ilusión. Ayer los toreros sufrieron; hoy el alicantino gozó y disfrutó. |
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