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Si ustedes quieren ser unos aficionados de los de verdad, vayan aplicándose el cuento de que el buen aficionado nunca debe desentonar, nunca conjugar el verbo criticar, quedarse solo con lo “güeno” y si no lo hay, uno se lo inventa y esconder cualquier manifestación del ánimo, excepto lo del ¡bieeeeeejjjnnnn! y aplaudir. Aplaudir mucho, da igual que en ese momento se le hayan caído las pipas en el cuello de la camisa del de adelante y le haya vaciado el paquete por la espalda llegando por dentro hasta los Abanderado, cuando hay que aplaudir, se aplaude y punto. Bastantes son los siesos que no dan palmas ni para llamar al camarero, mesero, joven, garçon o jefe. Y en la corrida de Parladé se ha podido recibir un curso acelerado de aplaudir porque sí, nivel entre avanzado y experto.
 Ole, ole, ole y al que no diga ole, que se le seque el trole Daba lo mismo que los espadas no pudieran con los toros de Parladé, que al menos en la muleta podrían haber sido “colaboradores”, eso que tanto gusta. No había que tener en cuenta que Padilla diera un mitin en banderillas, con pares a toro pasado o a violín desafinado, que se liara a trapazos, a no quedarse quieto; ni que Fandiño siguiera más perdido que Marco en los Andes; o que José Garrido confundiera la plaza de Madrid, con una de carros, aunque esto hasta puede entenderse, tal y como anda últimamente Madrid. Se aplaude el que los espadas se vean superados constantemente por el toro, que les coma el terreno y que acaben desarmados o dados a la fuga. Hay que aplaudir. Ni cartel hace falta que saquen, se aplaude siempre y ya está. Y si se siente un ligero hormigueo en las piernas, se saca el pañuelo y en ese ratito, entre ponerse en pie y el movimiento acompasado de mover el pañuelo, se reactiva la circulación de la sangre y se les alegra el espíritu a los voceros que micrófono en mano tanto hacen por mantener esta pantomima.
Aplaudan, aplaudan y aplaudan. Y si pueden y les apetece, por favor, explíquenme por qué es una virtud el estar de acuerdo con todo y un defecto el sentido crítico. Si criticas, hasta te tildan de maleducado, aparte de lo clásico de ser un amargado, un reventador, un extremista carente de sentido común, un bárbaro, un desalmado, un ser insociable y un ignorante. No sé si me podrán convencer de las bondades de la benevolencia rayana en la estupidez, pero yo sí que les puedo dar un motivo para mantener vivo el sentido crítico y la exigencia: tal ausencia nos lleva a la degradación, al desmoronamiento de todo esto y en último término a su desaparición tal y como lo entendemos ahora. Si realmente aman esto de los toros, luchen por detener su degradación. Si tampoco les importa mucho, entonces ya saben, sigan las consignas y estén atentos al director de la banda cuando diga Un, dos, tres, ¡Aplausos!
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