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Salieron por toriles Tortolito, Aguaclara, Pesadillo y Atrevido, cuatro prototipos del toro moderno, del medio toro: con el trapío, poder y casta justos para que en los pueblos se diviertan los públicos… Madrid es otra cosa. Tuvo que saltar Tramposo de Núñez del Cuvillo, un manso encastado, y Buzonero del Conde de Mayalde con fiereza en sus venas para despertar la emoción en la plaza más importante del mundo. Rompió plaza Tortolito -con él confirmó Roca Rey-, anovillado, delantero y de poco trapío. En el caballo recibió una simulación de pueblo en la primera entrada y más o menos en la segunda. Contra natura, tenía más brío al inicio de la faena de muleta que a la salida de toriles. Tuvo fijeza y prontitud, pero se acabó pronto. Un toro a medida, un toro moderno en el que la nobleza vence a la bravura y la emoción es inexistente. Castella lidió a Aguaclara, un negro listón chorreao, justo de presencia. De un comportamiento muy parecido a su anterior hermano pero algo más completo. Tampoco soportó un tercio de varas en regla, tomó una vara y le simularon la siguiente. Fue alegre en banderillas. Repitió pronto y con claridad por ambos pitones, tuvo buen fondo. Pesadillo fue a parar a manos de Talavante, de buenas hechuras y cuerna acucharada. También empujó fijo en la primera entrada y se volvió a simular la segunda vara. Se acabó pronto, quiso y no pudo, las protestas de los aficionados en el primer tercio eran razonadas. Dos tandas a izquierdas fueron el fondo de este Núñez del Cuvillo. El cuarto, pertenecía al Conde de Mayalde, y su lidiador Castella. De aceptable presencia, algo atacado de kilos. Repitió flojeando en el capote. Tomó un puyazo en regla y más medido el segundo. Apretó en banderillas. Fue pronto, algo brusco por la falta de fuerzas. Tuvo veinte arrancadas antes de desinflarse. Una tauromaquia diferente... Saltó el quinto de nombre Tramposo, del hierro de Núñez del Cuvillo, de pelo Jabonero sucio; basto, con hechuras de cherolés empestillao. Y bastas fueron sus primeras arrancadas en el saludo. Peleó con fijeza pero sin poder en el caballo y se dolió y echó la cara arriba en banderillas. De esa guisa llegó a la muleta, tirando gañafones toda la faena, signo inequívoco de mansedumbre. Basto de hechuras y comportamiento, que transmitió la emoción que no hizo el resto de los lidiados anteriormente. Su lidia corrió a cargo de Talavante. Buzonero, sexto de la tarde, mostrando su fiereza El que cerró el festejo pertenecía al Conde de Mayalde. Un toro feo, tirando a veleto, sin cuello y cuesta arriba; pero serio -¿Cruce contreras-domecq?-. Repitió con genio en el capote y con poder en el caballo en la primera entrada, se repuchó en la segunda. Se movió en banderillas y renunció a los adentros, nunca quiso tablas, signo de bravura. Repitió con fiereza las primeras tandas a derechas y con menos entrega por el izquierdo, más listo; muy mirón por ese pitón. Desafiante, engallado espero a Roca Rey a la hora de matar.
La emoción es la base de la fiesta, sin ella, ha quedado claro en los cuatro primeros toros, la fiesta se hunde. Bienvenida sea a través de la casta, la fiereza, la mansedumbre... sean cualesquiera sus componentes. Foto: Las-ventas.com
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