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La vida es una apuesta permanente. Día a día, tomamos decisiones con base en indicios. Apostamos. Si todo fueran certezas, esto sería muy aburrido. Así, una tarde de toros es también un apostar constante. No solo por parte de los profesionales, sino que lo hace hasta el aficionado. Esta tarde por ejemplo, apostaron quienes tomaron camino hacia Las Ventas. Luego de tanta lluvia, estaba en juego que pudiera darse el festejo.
Varias semanas atrás hubo otro que apostó a no estar hoy: Joselito Adame. Conocemos la historia. En resumen, a mi compatriota le pareció que este cartel no estaba a su altura. Decidió –apostó- entonces, no venir este año a San Isidro. Por lo pronto, su apuesta fue ausentarse de la feria más importante del mundo con un encierro muy bien presentado. Con un poco de suerte, y con matices le habría podido tocar algún toro para puntuar en este San Isidro. El tiempo nos dirá qué tanto “ganó o perdió”.
Llegados al patio de cuadrillas, los toreros miraron las condiciones del ruedo. Aceptaron que los operarios de la plaza continuaran con los arreglos con miras a echar pa’lante. Tras las composturas hechas, los tres matadores de la terna decidieron que serían suficientes para la salvaguarda y el buen devenir de la lidia de los seis astados anunciados.
Los toreros apostaron y echaron pa'lante con el festejo El francés Juan Bautista encontró pronta recompensa con el mejor del encierro y la oreja que logró pasear. En cambio, José Manuel Mas salió despelucado. Venir a Madrid, y aún más, con un puñado de festejos en el currículum de matador de toros es una aventura; un atrevimiento desesperado, pero así es como está funcionando esto. Una apuesta que, podemos afirmar, perdió. La jugada buscaba el milagro del triunfo o un algo que le diera un poco de impulso. Y no. Lo que menos necesitaba el torero madrileño era un revés.
Palabras más, palabras menos, ya lo dice algún adagio: Los valientes son aquellos que apuestan a entregarse completos a sabiendas que pueden volver hechos pedazos.
*Foto: Muriel Feiner
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