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No podía
faltar, el pañuelo más rápido del oeste no podía despedirse de la temporada sin
reafirmar su tremenda ineptitud en el palco de los premios (antes palco de la
autoridad). El regala orejas número uno del mundo se apuntó la puntada de
regalarle a Pablo Hermoso de Mendoza su
cuarto rabo en esta plaza. El estellés es un revolucionario del toreo a
caballo, y ayer firmó una actuación destacada con el quinto de la tarde, en la
que hizo gala de dominio de la técnica moderna que él mismo ha establecido,
ante un buen toro de Los Encinos,
mutilado de las defensas hasta dar pena. Sí, una actuación destacada,
sobresaliente, pero distante de sus mejores faenas en esta plaza. El 29 de enero
del 2006, Pablo Hermoso le tumbó los máximos trofeos al toro Santorini de Montecristo, en la que debe ser una de las obras cumbres del
rejoneo contemporáneo. Poniendo en la balanza aquella faena, los entregados
este domingo son simples retazos de toro protestados, que no cuentan, que son
de chocolate, un chiste, una burla, un ultraje, y un acto de exhibicionismo. Con
esto, Morales se apunta los tres rabos más recientes entregados en el coso
capitalino, y dicho sea de paso, los más
ridículos y vergonzosos de la última época de esta plaza. Dos de ellos debieron
ser devueltos. Inmejorable criterio en el biombo.  Pablo Hermoso, otro triunfo en México. Aun en el
entendido de que aquella faena fue un garbanzo
de a libra, a nadie le pueden ver la cara: en la Plaza México hemos visto
lo suficiente al navarro como para saber sus alcances aun sin un Santorini enfrente. Su carrera ha sido
un maremágnum de emociones para el público capitalino, que poco a poco ha
integrado a su cotidianeidad lo que de inicio fue un acontecimiento que marcó
al nacimiento del siglo. Pero aun a pesar de los años, Hermoso puede estar en
maestro, en maestro en serio. Este hecho no hace más que atizar el fogón y
avivar la repugnancia ante la forma en que en la Plaza México se le entregan
sobras a una figura del toreo. ¿Para qué? ¿Hace falta? No lo creo.
Para
completar el cuadro de nauseas, está la falta de vergüenza crónica en Pablo
Hermoso que lo lleva a darse coba con lo que entregue el palco de los retazos
sin importar qué tanto proteste la gente. Lo hemos visto muchas veces, y este
domingo lo hizo de nuevo. Pero no importa: el rabo valió tanto, pero taaaanto,
que lo regaló a la altura del burladero de la contraporra durante su vuelta al
ruedo. Mejor debería conservarlo para su peón de confianza, el señor José F. Serrano, alias Grenho,
que viene a México a encararse con los jueces y a exigir cual encomendero a las
tierras que le entregó la corona. Debe ser el hombre con más afición al caldo
de oreja en el mundo. En fin,
queda en la conciencia de cada quien en qué tanto circo quiere sumir su obra.
Lo bueno ahí queda, y lo malo también.  Una escena de otro tiempo. El otro
atractivo de taquilla en el cartel era el valenciano Enrique Ponce, de los famosos “consentidos” de esta plaza, y quien
debía una tarde redonda desde hace algún tiempo. Afortunadamente el diestro de
Chiva anduvo en figura, adueñado de la escena, presentando lo suyo a cabalidad.
Muy dentro de su estilo, a veces afectado, incluso sobreactuado, pero también
arrebatado y decidido. Más allá de todo está lo indudable, Ponce tiene un
cerebro prodigioso, unas muñecas superdotadas. No por nada ha cimentado una
prolífica carrera, quizás la más importante de las últimas décadas, con números
de miedo, que en el contexto actual de la fiesta no se divisa alguien en el
panorama que lo pudiera alcanzar.
Ponce
completó una tarde importante de verdad, con arrojo, con ese punto de
disposición extra que significa echar toda la carne al asador, y poner la
emoción que le corresponde al torero. Así, Ponce se desplantó en los momentos
adecuados, logró con ello momentos casi siempre afortunados, e hizo rugir al
coso capitalino. Que no quede duda: Ponce es quien es por lo que ha hecho y lo
que puede hacer. Y, por si fuera poco, su bandera es la más eficaz para
convencer a la Plaza México: la de la estética, esas formas, no exentas de
valor taurino, tan trabajadas y tan exquisitas que ha logrado. Formas muy exquisitas,
pero también empalagosas, a veces rayando también lo sobreactuado. Y lo más
importante: siempre valiéndose de la colaboración casi sin oposición de un
ganado muy particular, que él ha exigido e impuesto en el coso de Insurgentes.
Sí, Ponce es alguien que hace el toreo sólido, bueno, diciendo mucho; pero también
es un torero que ha construido una puesta en escena en la que lo hace todo él,
y el toro pasa a segundo plano. Por lo tanto, el valenciano siempre fue
garantía de recreación estética, de goce para la pupila, de cátedra, pero no de
emoción (y digo fue porque, al menos en México, atravesó una larga racha en la
que solo garantizaba que se protestaría el ganado). ¿O alguien recuerda una actuación
de Ponce en la que los “ay” se mezclaran con los “olés”, y la gente estuviese
comiéndose las uñas? Por lo menos quien esto escribe, no recuerda alguna.  Ponce, un torero del que siempre habrá mucho que decir. El otro
gran pero a la carrera de Enrique Ponce es su complicidad extrema con la
empresa de La México, que en gran parte ha modelado el espectáculo que se
ofrece al aficionado defeño. En los momentos extremos, incluso incurrieron en
actos ilegales en perjuicio de la afición, que desembocaron en el castigo justo
para Ponce. Mucho se ha barajeado la posibilidad del cambio de administración en
la Plaza México estas semanas, y resultaría significativo que dos de los
grandes productos de la administración Herrerías fuesen quienes pusieran punto
final a su etapa. Pablo Hermoso y Ponce dejaron refrescaron el domingo los
recuerdos de los grandes momentos de estos veintitantos años, pero también
dejaron muy, muy clara la funesta herencia de esta época: los toritos chicos,
descastados, y bobalicones, la falta de autoridad, la insana cercanía entre
algunos toreros y la empresa. Pero sobre todo, lo errático de un público que,
al ser echado de la plaza, se ha desacostumbrado a ver toros, de manera que no
tiene un criterio, está escaso de afición, y está más orgullosa de su
taurinismo, su abolengo, y de sus camionetas, que de su arraigo real a nuestro
espectáculo.
En los
últimos años también se apoyó profundamente a dos toreros mexicanos desde la
Plaza México. Uno que se ha forjado una carrera y un nombre tarde a tarde en
esta plaza tras estar prácticamente parado, y otro de buenas condiciones que se
ha visto beneficiado por el eco mediático que ha envuelto a su vida torera. Me
refiero a Fermín Rivera y a Octavio García El Payo, quienes completaron el cartel. Por su
parte, el potosino firmó una faena sobria, seria, seca, de muchísimo valor
taurino, de entrega y entendimiento ante un toro malo con ganas de Teófilo Gómez. El promisorio torero de
dinastía acabó por meter las escasas embestidas del teófilo en la muleta y pudo
incrementar, poco a poco, la intensidad de su faena, aunque no logró alcanzar
grandes alturas. Sin embargo, Fermín Rivera
es un torero muy, muy, para la Plaza México, y así lo demostró el que la
concurrencia mirara la faena con atención, de forma más bien respetuosa, y al
final pudiese aquilatar los méritos y el valor de la labor del espada que se
está convirtiendo en el preferido del embudo. Se le entregó una oreja que el
público sostuvo con su aprobación unánime, aun cuando parecía que no todo el
aforo estaba metido en su faena. Es alentador descubrir que la gente de La
México, aun cuando no está en la plaza, está con Fermín Rivera.  Fermín Rivera, el toreo de veinticuatro quilates. Con el
séptimo la historia fue harto distinta: Fermín anduvo muy frío y acortó los
terrenos demasiado pronto a otra mesa de la ignominiosa divisa celeste, blanco,
y plomo.
Mientras
tanto, el queretano solo pudo matar a un toro de su lote. Quizás el de más
motor, acometividad, y emoción, que de nuevo saca más o menos a flote a la
ganadería favorita de Ponce. El Payo estuvo serio, firme, y muy
torero, extrayendo pases y sujetando poco a poco al teófilo en su muleta.
Varios momentos de buen calado y ligazón fueron los cimientos de un edificio
que parecía desdibujarse con el tiempo. El Payo empezaba a quedar por debajo, y
pronto descubriríamos las razones. El extraño padecimiento estomacal del Payo
atacó de nuevo con todo su rigor. El pobre Octavio no pudo hacer nada más que
tragar un poco de agua e inmediatamente vomitarla.  El Payo, entre el éxito... Desafortunadamente
nos quedamos a medias y no pudimos
descubrir a donde iba el Payo, que apuntaba hacia arriba, y que, hasta donde
pudo, estuvo bastante bien. Incluso pegó unos buenos naturales después de
volver el estómago. Con el gesto final de quedarse a matar al toro, Octavio
pudo sobreponerse a una fracción del tendido que todavía lo hostiliza como en
los oscuros tiempos del affaire con
Belinda, aunque, ahora, sin el sustento que en aquella época proveía el propio
torero con sus distractores y su espacio en los medios. Se despidió entre
palmas.
En fin, la
recuperación del Payo como torero está estrechamente relacionada con su restablecimiento
físico. Y, honestamente, parece que es momento de parar. No puede volver a
hospitalizarse y salir a torear dos días después, solo para acabar otra vez en
el hospital. No, el queretano tiene que cuidarse, reestablecerse, y estar
algunos meses en estricta vigilancia médica, alejado de los ruedos y cercano de
los médicos. Apoyado en sus médicos y en su preparación física, que no debe suspender,
aunque sí llevarla al ritmo le indiquen los médicos, es como el torero debe
salir delante de esta situación, y esperar a conciencia a que llegue el momento
oportuno para volver a vestirse de luces. De otra forma, nos sirve de muy poco
un mártir, todos como medio preferimos ganar un torero que perder un héroe.  ...y los malos ratos. Completamos una temporada más. La del 70 aniversario. Una temporada con sus vicisitudes.
Hubo mucho aburrimiento, tedio, y pesadumbre. Hubo episodios vergonzosos y
bochornosos, y algunos otros dignos de sonrojo. Momentos de pobre planteamiento
taurino, y otros de flagrante falta de autoridad. Muestras de torpeza y de mala
leche, tanto en el ruedo como en el aspecto organizativo. Sin embargo, también
hubo momentos de interés, de gran contenido taurino, de emoción, de torería,
estampas para el recuerdo, y momentos imborrables. Frente a dos temporadas tan
pobres y mediocres como las anteriores, esta temporada marca saldo a favor: en
más de una ocasión la gente salió contenta, repuntaron las entradas, hubo un
lleno tras muchos años., más de un torero hizo sentir aire fresco, entre otras
muchas cosas que habría que desglosar en otro texto entero.
En lo
personal, esta ha sido una temporada más para aprender no solo de toros, sino
para aprender a comunicarle a usted, amigo aficionado, lo que veo, pienso, y
siento en la plaza. Una temporada para intentar aportar a la variedad de
opiniones, ideas, y planteamientos que andan en el aire a raíz de la temporada
de la plaza más gran del mundo. A veces más atinado, a veces menos, y a veces
de plano nada, pero siempre con el afán de alimentar la pluralidad y la
diversidad de enfoques, de explotar las posibilidades del internet, y de dar,
de forma humilde, una pequeña voz entre el océano de la información a un sector de la afición: el
de la juventud. Muchas gracias una vez más amigo aficionado, y tenga por seguro
que la próxima temporada, una vez más, nos leeremos en este espacio domingo
tras domingo.
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