La ficha del festejo.

Estamos llegando al final de la temporada. Una recta final en la que hemos pasado la resaca tras la ansiada presencia de José Tomás. Volvemos así a nuestro realidad del día a día; entradas de un puñado de miles. En el papel, la combinación de hoy reunía mucho atractivo; de manera individual y como conjunto. Pero, la entrada, el hecho comprobable, dio otras señales.

Para empezar, los atanasios de Barralva. Pero. Pero otros eran los Barralvas cuando se anunciaban en una temporada torista. Va pasando el tiempo y parece que con este transcurrir, estos atanasios se van achicando. Aquí también la diversidad se va –la van, en realidad- homogeneizando.

El primer espada, Arturo Macías, se supone un torero de masas, con mucha penetración en provincia y con fieles seguidores en la capital. En aquel 2007, a un joven con menos de media decena de corridas en el cuerpo, La México le honró el valor, la ambición, la entrega. Tras diez años de alternativa, y ya con cientos de toros en el currículum La México exige. El hidrocálido no es el primero que llegan a esta plaza con centenares de orejas, rabos y “triunfos” por el resto del país, pero de La México se van de vacío.

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La México es aún otra cosa. La afición, esa que se diferencia del público feriante (incluso el de Aguascalientes), se da cuenta cuando un torero se queda sin armas no solo para salir adelante, sino hasta para defenderse. Ese es El Cejas que hemos visto esta tarde y las más recientes. Sin poder echar rodillas a tierra, El Cejas desaparece. Lo que vemos es que queda un Arturo Macías a la deriva, sin saber cómo afrontar, Toreando, las complicaciones de un toro. Entonces, como medida de emergencia pretende vender el valor, acortando distancias, metiéndose de manera insustancial y vana entre los pitones. El aficionado de La México no se traga eso que el público fácil celebra. Que el lote de El Cejas no se toreaba solo, desde luego. Fue un lote al que había que entenderlo, torearlo, poderle. Encontrarle la cuadratura, la distancia, el sitio, el tempo. Macías simplemente no lo logró.

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Sergio Flores se llevó el lote más claro; de entre los dos, un quinto de nombre Carasucia para cortarle el rabo, para dejar esta fecha en la historia, para cuajar un trasteo memorable. Flores le cortó una orejita producto del entusiasmo y no de un quéhacer suficiente ante un toro que le pasó por encima. Se podrá leer muy duro. Quizá. Al tlaxcalteca se le escapó de las manos un toro bravo, con mucha emotividad, pronto, que iba a más, codicioso, con calidad. Flores hizo cuánto pudo. Ello puede ser un halago, pero también un motivo de seria preocupación. El toro terminó siendo mejor de lo que el torero pudo hacer. El trasteo no llegó a esa fusión plena entre toro y torero, mientras el primero se mantuvo –si es que no fue a más- y de ahí terminó por aburrirse, el segundo no logró ir in-crecendo y por tanto se fue diluyendo. Cierto es que Sergio fue generoso, dejó lucir al astado para así también darle emoción a la faena. También, intentó estar bien, firme, a la altura, pero Carasucia llegó más alto. Todo quedó en una orejita que sumada le regló una salida a hombros que premia sí, pero muy lejos quedó de poner a La México de cabeza.

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Con el tercero, con menos cualidades aunque el siguiente mejor, la historia tuvo similitudes. Flores apuntó a andar con la cabeza clara para técnicamente hacer lo conducente, sin embargo, el trasteo no cuajó. El animal apuntó mansedumbre y terminó mandando terrenos y tempo.

Aún así, Sergio Flores sigue apuntando, se mantiene y, como hoy, en teoría se trata de un torero cuyo nombre en los carteles resulta un atractivo.

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Cerraba el cartel y el interés en el festejo Roca Rey. El peruano ha puesto ya su nombre a girar entre la gente del medio. Hoy día es futuro. Tanto que, tiene por delante que el gran público tenga en cuenta su nombre.

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En su confirmación en La México falló la suerte. El de la ceremonia fue un astado descastadito, muy soso y deslucido. Andrés Roca Rey fue fiel a su expresión, quedándose siempre muy quieto y en la cercanías. El espadazo tan bajo dividió la salida al tercio. El sexto tampoco dio buenas señales. Su administración creyó en el recurso de salvación del toro de regalo y sin más, actuaron como hubiese funcionado hace no mucho en La México cuando el recurso del obsequio era una salida fácil y del todo viable.

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El regalo no pudo ser. Entre la confusión y la polémica primó la atinada política de por fin renunciar a esa mala práctica. Lo de Castella hace unos días rompía esa buena voluntad, pero lo mejor ha sido recuperar pronto el buen camino. Sí, se lamenta que un torero no haya tenido materia para hacer algo más, pero es parte de la naturaleza de la liturgia, la no certidumbre de lo que llevan por dentro los toros.