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Tercer jueves taurino de la Temporada Grande 2015-2016. En noche menos fría que los otros jueves, se lidió un encierro de San Marcos, de buena presentación aunque algo disparejo (destacaron primero y quinto). De juego resultaron bravos y duros, aunque algunos se pararon. La entrada anduvo por el umbral de las mil quinientas personas. Actuaron cuadrillas completas al servicio de los matadores de toros:
Alfonso Hernández “El Pali” (confirmó su alternativa de manos de
Alfredo Gutiérrez: al tercio.
Juan Fernando (confirmó su alternativa de manos de Christian Ortega): palmas.
Christian Ortega: al tercio.
Xavier Ocampo: palmas.
Salvador López: palmas.
El subalterno Mauricio Martínez Kingston fue herido de suma gravedad por el quinto toro de la noche, de nombre Sangre Nueva –No. 773, 500 Kg.- por debajo de la axila izquierda. Los primeros informes de cuerpo médico indican que la cornada interesaría órganos importantes, como pulmón y corazón, aunque desconocemos cuánto daño le hizo a ciencia cierta en esas estructuras tan importantes. En la transmisión radial se mencionó que la vida del torero corría peligro. Esperamos de todo corazón que los daños en esos sitios sean insignificantes, y que los médicos puedan salvaguardar su integridad.
En este espacio estaremos informando sobre la evolución de su estado de salud.
Esta será una crónica circunscrita, estrictamente, a
los acontecimientos. No puede ser de otra manera. Este jueves en la Plaza
México se rompió la cotidianeidad, lo rutinario de la tauromaquia en México. Es
digno de celebración que saliera un encierro que fuera una prueba para todos.
Pero lo que debe ponernos a pensar, incluso en cuestiones tan profundas como la
validez del espectáculo taurino, es que mientras los toreros con mayor rodaje,
y particularmente los españoles, que además se enfrentan a un medio más serio,
se aparezcan en la Plaza México cacheteando a la afición mediante la imposición
de un toro que, si les hace algo, será mera casualidad. En cambio, a quienes se
les exige suficiencia técnica, son los pobres de las corridas de selección, sin
corridas encima, y, lo que es peor, muchas veces sin oficio, ni concepto, ni
nada de nada. Más de uno aparece en estos carteles por conveniencia, por
relación social, por jugueteo político, o simplemente por posición económica.
Esta vez se pagó con sangre. La misma sangre que aporta
a la verdad del espectáculo, pero también saca a flote el sentimiento nauseabundo
que produce la repetición de la mentira, la indignación inevitable cuando la
crudeza de la fiesta calla de una bofetada al hombre valenciano de las dos mil
y tantas corridas de toros encima, que promociona a los cuatro vientos que el
toro mexicano tiene “su carita y sus pitoncitos”. Todos estamos de acuerdo en
que los toreros deben (sin que se lo deseemos a nadie) regar los ruedos con su
sangre, deben ofrendar sus vidas en cada muletazo, deben darle sentido a la
muerte del toro. Pero en lo que no podemos, y no debemos estar de acuerdo, es
en la, llamémosle, estratificación del
riesgo.
No es justo que un torero de plata, Mauricio Martínez Kingston, a las
órdenes de un atemorizado Xavier Ocampo,
se debata entre la vida y la muerte, principalmente, por haber actuado en la
cuadrilla de este, y no en la de Castella, Juli, o Ponce. Creo que la
desigualdad entre quienes matan San
Marcos y quienes matan Fernando de
la Mora es insostenible. No puede ni debe mantenerse en pie. Es un ataque
directo contra la fiesta brava, que en última instancia la llevará a
desaparecer. Pero en fin, todo lo anterior debe tomarse como una interpretación
personal.
Y como tal, necesita que el propio autor presente
sus atenuantes. En primer lugar, y para evitar cualquier suspicacia o
malentendido, no pretendo insinuar que algún toro en la plaza no tenga peligro.
De ninguna manera, todos los toros tienen su riesgo. Pero si es incomparable el
juego duro y emocionante de la corrida de ayer, y, para sostener el mismo
ejemplo, con el ofrecido por la corrida de Fernando de la Mora lidiada antes
esta temporada.
En segundo lugar, para que ocurriera el percance, se
conjuntaron muchos factores muy diversos. Entre otras cosas, la forma en la que
se produjo el arropón fue por demás inusual, inesperada, extraña, fortuita.
Vamos, le hubiese pasado a cualquiera que estuviera en esa tronera de ese burladero
en ese momento. Después, el celo con el que el toro buscó el cuerpo del
subalterno fue extraordinario. Además, los intentos de llevarse al toro fueron
muy poco eficaces. Es decir, sería estúpido pensar que el cate se lo llevó únicamente
por salir a las órdenes de tal o cual matador de toros. Pero sí es cierto que
hay quienes manejan sus carreras con la única intención de no encontrarse con
una situación fortuita de este tipo. Eso es muy nocivo para la fiesta, ataca
los cimientos mismos del espectáculo, lo vulnera en lo más profundo. Provoca
que no todos quienes se visten de luces estén óptimamente preparados. En fin,
es la receta secreta para el fracaso de un espectáculo basado en la verdad y en
la autenticidad.
Abrió plaza Don
Nacho –no. 775, 495 Kg.- con el que confirmó su alternativa Alfonso Hernández “El Pali”. Un toro en toda la regla, mucho muy duro y
complicado, con el que el jalisciense estuvo digno. Incluso logró sacarle
varios muletazos de mucho mérito, pero era muy difícil dejarle la cara tapada
con la muleta para obligarlo a repetir en función de qué tan rápido regresaba
el astado coterráneo de su matador. Mató con mérito y saludó en el tercio.
El Pali, meritorio. A Alfredo Gutiérrez
le tocó en suerte el toro 4
generaciones –No. 112, 470 Kg.-, un
toro menos imponente que el primero, más bajito y construido de abajo hacia
arriba. De salida el animal presagió buenas cosas, y le permitió al capitalino
lancear a la verónica con mucho lucimiento. Posteriormente, el juego del animal
vino de poco a menos, y en el tercio final solo permitió una labor intermitente,
a lo largo de la cual el sobrino del Coloso de Tula se vio muy torero. Abrochó su
faena con una bonita lidia de pitón a pitón por el lado derecho y saludó en el
tercio.
Así toreo con el capote Alfredo Gutiérrez. Juan Fernando confirmó su alternativa e intentó mostrar su
tauromaquia ante El Cuatro –No. 168,
490 Kg.- que se desfondó rápido y se quedó parado. No pudo hacer nada y se
despidió entre palmas.
Christian Ortega reapareció en la Plaza México con 1965 –No. 116. 475 Kg.-. Otro bonito
toro que, a diferencia del segundo, fue de menos a más. Tras un primer tercio
anodino, el capitalino tomó los palos y banderilleo con relativo lucimiento.
Destacó el primer par de banderillas. Para el tercio de muleta, el animal
rompió a bueno y entregó buenas embestidas, ligadas y boyantes por el lado
derecho que Ortega pudo aprovechar, siempre acorde a sus limitaciones. Por el
izquierdo el toro no fue el mismo. Ortega logró quizás las tandas más lucidas
de los tres jueves taurinos. Falló con los aceros y salió al tercio.
Christian Ortega, buenos apuntes. A Xavier
Ocampo le tocó en suerte el tristemente célebre toro de nombre Sangre Nueva -No. 773, 500 Kg.- que acudió
al capote como una locomotora, pronto y codicioso. El animal tendió a
desarrollar sentido y protagonizó la ya aludida escena, por demás
sobrecogedora, que mandó al hule a Mauricio
Martínez Kingston.
Vino el toro... Ya cerrado en el buladero de la porra, el animal
hizo por descubrir lo que había dentro de la tronera del burladero, y tiró
varios derrotes hacia el capote del subalterno, quien alzó las manos y el
capote. Al caer éste, el toro siguió derrotando ya sin el capote de por medio,
y se encontró la pierna del experimentado banderillero, de la que lo prendió y
zarandeó hasta que logró sacarlo del burladero por la parte de arriba. Algunos
segundos lo trajo en el aire y después lo azotó contra la arena feamente, tras
lo cual Martínez Kingston ya estaba inconsciente. De manera increíble, este
primer episodio no produjo cornadas. Estando el torero ya inconsciente en el
suelo, y ante la imposibilidad de sus compañeros para quitarle al toro, este se
volvió sobre él y le produjo el tremendo boquete en el costado izquierdo.
La gravedad de la cornada fue evidente a simple
vista desde el primer momento. Pero la escena resultó dantesca, casi increíble,
fortuita, inusual. Entre los tendidos se comentaba la sorpresa de haber visto a
un toro sacar a un torero del burladero. De verdad que, pase lo que pase, la
escena será imborrable de la memoria de todos quienes la vimos, con todo y que,
aparentemente, no quedó grabada en video de forma íntegra. Poco a poco se develaron
en el radio detalles preliminares de lo que ahora sabemos, y que se puede
consultar aquí.
En cuanto a la lidia, Xavier Ocampo pasó un trago amargo. ¿Alguien puede culparlo después
de lo que vimos? Al menos yo, no. Se deshizo del toro como pudo y se despidió
entre palmas.
...y la tragedia. Salvador López se enfrentó a 5 0 Aniversario –no. 774, 505 Kg.- y a una
Plaza México sumida en la conmoción. El toro era muy indefinido y dio un juego irregular. El antiguo repartidor de programas
de mano se tiró a matar y se retiró entre palmas mientras la atención estaba en
la información que llegaba vía radio del estado de salud del torero herido.
No quiero cerrar el texto sin antes volver a desear
la mejor de las suertes a Mauricio
Martínez Kingston y los profesionales que le atienden. Ojalá que pronto
podamos verle de vuelta en los ruedos.
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