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Un comentario breve como fue el contenido de la
corrida, en la que solo sobresalió Sebastián
Castella ante la impotencia del cartel para extraer lo mejor de los toros
queretanos de Xajay. Castella anda
en figura, entre maestro y maestrito. Como ya lo he dicho, ser figura, ser
maestro, no es más que imponer el concepto propio del toreo al toro y al
público. Sin embargo, se extraña la intención de entender al animal, sí de
someterlo a la voluntad del matador, pero siempre con base en su
comportamiento. Castella está en la línea de toreros como, por ejemplo, Julián
López, cuyos procedimientos bruscos (algo nuevo en el francés) los hacen lucir
más sobrados que inteligentes.
El francés alcanzaría el mayor lucimiento en el festejo Tristemente, muchos valores juveniles están más
ocupados en imitar este modelo, que en desarrollar una interpretación propia de
la técnica del toreo. Pero en fin, aunque a pocos les resulte, a la gente que
queda le agrada ver eso, y el cuarto de plaza que se apersonó en el coso de Insurgentes
pidió la única oreja que fue concedida. Los resultados están a la vista, la
faena fue intensa, por momentos hasta emocionante, pero aun así, en una plaza
tan, pero tan ligera para soltar trofeos, no le alcanzó al de Beziers para
cortar más que una oreja. Algo tiene esa forma de entender y hacer la
tauromaquia que no acaba por romper.
El resto del festejo anduvo entre azul y buenas noches.
El maestro Zotoluco reafirmó lo que
sabíamos ya de antemano: el retiro debió haber llegado hace algún tiempo. No
aporta nada, no dice nada, y además se le agotan los recursos, o la voluntad para
usarlos, aun a pesar del viento. Y Diego
Silveti anduvo en la medianía usual ante dos toros de cualidades menos
claras que los otros que le han tocado en suerte en esta plaza. Eso sí, ha
matado de dos estoconazos estupendos. Jorge
Hernández Gárate, muy revolucionado, cumplió a secas con su papel de abreplaza. *Foto: Luis Humberto García 'Humbert'
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