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Sí señor, una corrida de toros, nada más y nada menos. Eso mandó la familia Barroso a un coso urgido de dejar de ser un chiste ante la afición internacional. Llamamos a toreros, ultramarinos y nacionales, veedores, empresas, apoderados, y ganaderos, a buscar que el ganado con esta presentación se lidie en esta plaza. Y con ello no nos referimos al tipo, es decir, no queremos ver siempre al mismo encaste ni al mismo toro. Por el contrario, queremos ver muchos toros distintos, de muchas procedencias, pero siempre, aunque sea por vergüenza, con sus cuatro años visibles y sus astas desarrolladas. Aunque el tipo sea más pequeño, el toro siempre puede ser imponente. Eso queremos y nada más. Aunque el juego siempre será harina de otro costal, la mitad de la apuesta ya estará, de antemano, ganada. Y, en ese sentido, los toros de Jaral de Peñas fueron mucho muy interesantes, aunque no fuesen lo bravos y encastados que hubiésemos querido. No es descartable, entre otras cosas, que el hecho de haber estado en los corrales menos de 48 horas nos hiciera ver una corrida que no se recuperó cabalmente del viaje. Aunado, además, al hecho de que la lidia de los animales fue bastante malita, tanto por circunstancias fortuitas, como por consecuencia de la incapacidad del material humano.
Así, como esta plaza lo merece Pero de entre todo el cúmulo de acontecimientos que ofreció esta tarde de toros (y cualquier otra), hay que destacar el soberbísimo par al relance del señor torero Diego Martínez, al que admiramos por sus grandes gestos ante todos los toros. Aquí está, señores, en un banderillero cabal en casi todas sus apariciones, (no puede ser de otra forma, nadie es perfecto) la prueba de que los toreros en México están para mucho más de lo que una tradición becerrera les ha impuesto. Y ellos lo saben, estoy seguro. También anduvo muy bien a la brega Héctor García. Y los picadores también lucieron, en su mayoría, como pocas tardes, a pesar del desastroso tumbo en el cuarto toro, en el que El Miura se vio mal citando muy a merced del toro, y Talavante se vio tantito peor dejándole al toro en un terreno tan comprometido. En fin, queda claro que a México se debe venir con una corrida como esta, y que los más beneficiados serían los picadores, que hoy anduvieron muy ovacionados. Capaz que así la gente se acostumbraría a ver la suerte de varas. Digo, una simple hipótesis. En cuanto a la torería, Alejandro Talavante tuvo una tarde aciaga. El precioso primero resultó un toro muy breve y débil, mientras que en el cuarto se desencantó tras el sainete del tumbo. Es cierto que el toro se vino muy a menos y que le hizo todo el daño posible los minutos atento a todo lo que pasaba en el ruedo, sin recibir una lidia, pero Talavante también salió sin ganas de nada. Solo algunos destellos y otra cosa mariposa, para eso tengo otra tarde, pensaría el extremeño. Arturo Saldivar luce como un torero que quiere hacerlo todo, pero que no halla la forma de darle una secuencia lógica a sus intentos. Además, parece traer una faena preconcebida que intenta imponer, aun cuando seguro que hubiese sido benéfico para el segundo salir toreando en vez de citarlo para el péndulo. En ese toro sus ganas de comerse al mundo se diluyeron en la incomprensión de las condiciones del toro, que tampoco era un dechado de nada. Alguna petición de oreja trasnochada hubo por ahí. Con el quinto, nada de nada. Diego Silveti puntuó a su favor por primera vez en muchas actuaciones en esta plaza. Y lo hizo con base en la entrega y en la honestidad de quién está a expensas de un animal mucho más poderoso y fuerte que él. No hubo mucho toreo, de hecho es posible que no hubiese nada de toreo, pero hubo honestidad y ofrecimiento sincero del cuerpo, vimos el vaciado del espíritu de un hombre que, al parecer, no tiene mucho más para ofrecer como torero además de su persona como carnada. Después, las bernardinas nos devolvieron a la rutina, pero ya con la plaza entregada al hombre ofrecido. Al esfuerzo se le otorgó una oreja, premio a una faena que pareció el grito desesperado de quién quiere ser torero y no sabe cómo. Tristemente, Diego Silveti volvió a tener en sus manos un toro de consagración en el embudo metropolitano, aunque esta vez, por lo menos, ofreció mucho a cambio, bonito contraste ante la indolencia de otros. En el sexto, no le halló la cuadratura al círculo de un castaño que se defendió a consecuencia de algún malestar que no le permitió andar. En fin, ojalá el hijo del más grande de los toreros mexicanos de los últimos tiempos tenga ocasión de examinarse a fondo, aclarar sus ideas, y decidir lo mejor para su carrera. No siempre será exitosa la estrategia de tapar las carencias técnicas entregándose al toro como carnada, además de ser el camino más rápido al retiro. El precioso burraco de nombre Mazapán, un poco menos aparatoso que sus hermanos, pero de mejor juego y mucho más potable y encastadito que ellos, merece mención aparte. Parte de la gran zaga de magníficos toros lidiados en esta plaza, que hoy se continúa después de muchos años de becerrismo casi ininterrumpido. Ojalá y nos esperen muchos más como este en la temporada.
Para el próximo domingo volveremos a ver al privilegiado Diego Urdiales con Barralva. Completan el cartel Pizarro, y El Payo que es duda por sus malestares recientes. Ojalá podamos reencontrarnos, tras dicho festejo, con buenas noticias.
*Fotos: Luis Humberto García 'Humbert'
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