Diamante del redondel.
Tormento de las mujeres.
Monarca del trincherazo.
Torero estrella.
Príncipe milagro de la fiesta más bella.
Torero, torerazo.
No cambio por un trono mi barrera de Sol.
¡Viva Silverio Pérez!

Viernes 20 de noviembre, 8 de la noche. Se celebró una corrida ¿Homenaje a Silverio Pérez? ¿O de la Revolución Mexicana? Quién sabe, el chiste es que a las 8 de la noche se citó a la afición en el coso de Insurgentes. Y, a la hora de la verdad, el festejo no tuvo cara ni de una cosa, ni de la otra. Tal parece que la empresa solo usó está fecha para calar qué tan factible es dar festejos en viernes de la noche en México, a la usanza de como se ha puesto en boga en otras ciudades del territorio nacional (Querétaro, Monterrey, Torreón, y, en otro tiempo, Puebla, por citar algunas). Seguro que, ante el caos nuestro de cada viernes por la noche (máxime si es quincena), apostar por el sábado en la noche, y en un horario menos extremo (digamos, las seis de la tarde), podría funcionar mejor. Ojalá la empresa haga por probar otras alternativas y hallar la fórmula para meter a la gente de una ciudad tan complicada a la plaza. Además de que, si el festejo cae en fechas conmemorativas, pues al menos nos avisen de qué va la cosa.
 
En lo referente al acontecer taurino, Marco Garfías mandó una corrida bastante dispareja, aunque descaradita de pitones. En cuanto al juego, fue contante la tendencia a ir a menos, pero siempre con sus teclas que tocar. A Juan José Padilla le tocó uno con más opciones y otro con menos. Sin embargo, el Pirata, con su colmillo largo y retorcido, sabe vender cualquier situación, por lo que, con el primero, prefirió acortar distancias, y no apostar por exhibir qué tan buen juego pudo dar el morito con otra lidia. Al cuarto, que no banderilleó, le buscó las vueltas más con miras a subirse al avión que lo hizo abandonar temprano el coso, que otra cosa. El Ciclón de Jeréz pasó de noche en el LXX Aniversario de la Plaza México, un coso que le quiere mucho, pero al que difícilmente convencerá con su concepto del toreo. Hace bien al no exhibirse de más en el embudo capitalino.
 
De noche pasó también José Mauricio, un capitalino qué levantó muchas esperanzas en el público de esta plaza. Paciencia pedía el torero charro con un ademán de mano, pero es difícil seguir en la espera cuando se le ha dado tanto tiempo, y tantos carteles. En su descargo, hace falta mencionar que su lote fue el más malito. Sin embargo, es muy poco contrapeso para la terrible sensación de perder a un torero que pudo ser.

Inicios y una faena que se quedan en una orejita

Juan Pablo Sánchez dio la nota con una faena reposada, asentada, con varios pasajes de toreo de calidad y lucidez por ambos lados al castaño primero de su lote. Hubo momentos de mucho calado, que la gente premió con ovaciones de lujo. Sin embargo, la plaza nunca estuvo de cabeza. Algo de rotundidad le hace falta al aguascalentense, cuyo toreo es admirado, pero nada más. Quizás si estructurara con más claridad sus faenas, si ligara algún pase más en sus tandas, si pasara de la corrección a desbordar el sentimiento, a sobrepasar lo racional. Quizás entonces, podría triunfar con la fuerza que merecen sus formas. Mató de estoconazo, mejor ejecutado que colocado, y que le valió el corte de una oreja. Solo una oreja, con justicia, para una labor brillante, pero no tan rotunda. La México presentó sus respetos, pero no sé rindió a los pies del hidrocálido. Sánchez, con el tercero, fue luz, no el Sol.
 
…Y con el sexto, fue la sombra. Tras una esperanzadora brega de recibo, Juan Pablo se vino para abajo, y lució indolente e incapaz ante un toro que no era de dulce, pero que se fue sin lidiar. Estoy seguro de que lo incapaz fue consecuencia de lo soberbio e indolente, y no al revés. Malditos elementos en la ecuación, que tanto daño le ha hecho a los toreros, especialmente a los llamados de dinastía, y los atan irremediablemente al sitio en el que están, lejos de figurar en el toreo y de llenar las plazas.
 
Antes de despedir, quiero extender una felicitación a la autoridad de callejón de la Plaza México, por su exhibición de músculo y autoridad al mandarle la policía a un borrachín insignificante que los insultaba, azuzados por el super veterinario Javier García de la Peña. Seguramente que así mandan a los policías al destazadero para asegurar las mandíbulas a las que el señor de la Peña aplica el examen post mortem  con el mismo rigor y ahínco con el que defiende el honor de un cargo que ni es suyo. Dijeran en mi barrio, usté a lo suyo, señor García de la Peña, que, por cierto, lo hace bastante mal (¿Lo hará siquiera?). En lo que respecta a la autoridad de callejón, no vendría mal que se pusieran chamarras más gruesas, para que les cubrieran esas pieles tan delgaditas que tienen. No vayan a quedar diabéticos el día que de hecho suceda algo importante.
 
El próximo domingo, tras pasar por el rigor del super veterinario De La Peña, viene la corrida de Jaral de Peñas, y nos frotamos las manos. Venga, pues, el arte, y hasta entonces.