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15/11/2015
  (Temporada Grande-México) La Crónica del Festejo: Un privilegio de vida
 
Firma: Nadlleli Bastida
 
     
 

La Ficha del Festejo.

Para aquellos que vieron por primera vez a Diego Urdiales "en vivo"; en 'nuestra plaza'. Para quienes tuvimos este privilegio de vida.


Ver Torear es un privilegio de vida. Por ello somos aficionados. A veces, nos confundimos -o nos confunden-, y nos hacen creer que Torear es algo que en realidad no se parece a eso que hemos visto, y sentido, hoy en La México. Otros, ni siquiera lo entienden; por ello quisieran que desapareciera.

Hoy hemos visto Torear a dos Toreros.

Ha sido un privilegio de vida ver lo que hoy Diego Urdiales ha creado en La México. Ahí otro privilegio. A pesar de lo mal gastada que está nuestra plaza, parte de su historia le sigue otorgando abolengo.

Hoy escribiré en primera persona, porque hay días que vale romper las reglas de los géneros periodísticos. Las reglas son para otras ocasiones.

Estoy segura que hoy Diego Urdiales y Fermín Rivera, congregaron aficionados; el público de ocasión se quedó en casa a la caza de otros carteles. Por ello, el recibimiento fue como a pocos. Quienes nos dimos cita esta tarde en nuestra Monumental llegamos con la ilusión que Fermín Rivera renueva cada tarde.  Luego, esa ilusión creció con la inesperada entrada del Torero riojano. Urdiales fue recibido como se acoge a quien se espera con esperanza. Apenas asomó por la puerta de cuadrillas, le tiraron confeti, y una vez que pisó la arena escuchó la primera ovación.  La aclamación se repitió para Fermín Rivera. Tras el paseíllo, sin duda, el potosino fue llamado al tercio. La deferencia la compartió con Urdiales quien aún sin haber hecho aún nada en el ruedo de La México, estaba respaldado por su andar en los cosos ibéricos y franceses; de ello los aficionados estamos muy al tanto.

El primero de Bernaldo de Quirós fue avanto y su comportamiento de salida no fue del todo cierto. No obstante, Urdiales dibujó un par de esas verónicas que ya ansiábamos ver. La cita en el caballo fue un trámite. En banderillas esperó y no dio muestras de entregarse. El brindis fue a los micrófonos, supusimos que en solidaridad hacia el pueblo francés; ese país que taurinamente le ha dado tanto.  Tras los primeros muletazos de recibo, por alto y muy toreros ya, llegó la primera tanda. Primorosa. Una obra de culto. Eso es el toreo, como lo fue el resto del trasteo. Una faena como pocas hemos visto, y seguramente como pocas contaremos así. Aquello fue sentir; tocarnos el espíritu con la sutileza amalgamada con la fuerza del empaque, de la torería a rabiar, con el clasicismo. Con esa naturalidad que nos desbordó el alma. Como se sueña. Y las palabras no alcanzan.  

El silencio en los tendidos era eso. Se pedía y se guardaba. Como ocurre en las plazas francesas y como no ocurre, prácticamente nunca, en La México. Ese silencio de respeto, de expectativa. Ese silencio que es un también un privilegio de vida. Los olés crujieron. La México no se guardó nada y nos entregamos al de Arnedo como él lo hacía con el toro, con el toreo y con nuestra plaza.

El de Bernaldo ayudó con su carácter pastueño, noble, que fue entregándose poco a poco a la muleta del de La Rioja.

Hondo, profundo, cadencioso, verdadero fue lo que Diego Urdiales trazó con ambas manos.  Encajado en el sentimiento propio, y así, con temple, sin artimañas, sino con la dimensión para bordar el toreo. De principio a fin; hasta aquellos doblones eternos. Una pena honda el pinchazo porque le privó del premio material, pero ni ese pinchazo nos roba un milímetro de haber gozado esto.

Una obra cumbre. Pureza tal que purificó no solo nuestro ser, sino el toreo mismo.

Por todo ello, estoy convencida que este milagro ha sido un privilegio de vida para la afición de esta plaza; en primer lugar para quienes estuvimos hoy ahí. Y creo también que para este gran Torero, lo creado, lo vivido hoy, quedará en un marco único.


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El trasteo con el cuarto no provocó la conmoción que suscitó el de la confirmación. El animal fue una birria. Manso de principio a fin. Sin fuerza ni raza; solo reculaba buscando desistir. Pero Urdiales nos obsequió con otra lección, revestida también de verdad. El Torero nunca se venció. Para el recuento, una tanda de naturales soberbia, y la seriedad de trazo, de construir por ambos pitones. Con los aceros tampoco estuvo fino, pero lo cerrado de la ovación, era el veredicto de cuánto había hecho.


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Podría apostar que para Fermín Rivera representa un privilegio confirmarle la alternativa a un Torero de ese tamaño. (Claro está que no me refiero a la estatura física, pues mientras el potosino es muy alto, sabemos que el de Arnedo es bajito). En principio, el cartel con Enrique Ponce era una remembranza al doctorado que recibió en esta plaza hace casi justo 10 años, de manos del valenciano. Cosas de la vida, hoy le ha tocado ser el padrino de otro maestro en una ceremonia muy significativa para los toreros.

Tras el clímax vivido en apenas el primer turno de lidia ordinaria, la tarde, naturalmente, se puso un tanto cuesta arriba. Superar enseguida el tocar tan alto, o tan sutil, o tan profundo, es casi imposible. El de Bernaldo además, hizo todo para no permitirlo. Un animal mal presentado, falto de raza, atacando –si se puede decir- a la defensiva, esperando todo y descompuesto, fue la materia menos apta. Fermín no quiso abreviar, seguramente por pundonor, pero aquello no tenía razón de ser para alargarse.

Quizá con todos ya, con los pies más de vuelta a tierra, otra cosa fue el trasteo con el quinto. También acusó una pobreza extrema en su supuesta calidad de toro bravo. Hubo que rogarle para que acudiera al caballo, y prontito dejó en claro que eso de embestir o defender su vida con casta no era lo suyo. Descompuestito y sin fondo, Fermín tuvo que sobarlo de principio, solo que el animal no tardó para refugiarse en las tablas. Ahí, donde ya parecía que no abría nada, el Torero potosino muy convencido, sin abandonar en ningún momento su concepto clásico, cuajó una faena maciza, con mucha verdad y torería. Otro privielgio, ver Torear sin falsos espectros, entregado con naturalidad, conduciendo no solo al astado, sino a nosotros en lo que es posible cuando se es verdadero y Torero.

Sabroso se puso el asunto que llegó a dividir por los procedimientos. Que si había que dejarle la muleta en la cara o no, aquello tomó vuelo. Un pinchazo no emborronaba para cortar la oreja. No hubo pirotécnia, sino verdad, repetimos. Al segundo viaje, además, deletreó la suerte.


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Otro privilegio de vida, vive Armillita IV. Un jovencito que si de verdad tiene vocación, entenderá que de lo que hoy goza son prebendas, y no méritos. Ninguno tiene hasta ahora para estar anunciado tres tardes en una Temporada Grande, y más si se le suma que allá afuera hay una fila con toreros que han hecho mucho más, y de obra propia. En su caso, es la casa de la que le ha dado ese sitio que aún no se ha ganado. Seguramente por ello parecería desconcertado ante las fuertes protestas por su desempeño de hoy. No lo entiende, y eso es absolutamente lógico y comprensible; es un jovencito. El por qué de los pitos es relativamente sencillo: lo que hacía delante de sus dos ejemplares no era Torear. Torear no es esperar a que un toro te colabore, embista con claridad, ritmo, calidad, recorrido. Torear es otra cosa, y hoy tuvo otros dos Toreros delante de quien bien aprender y nos lo mostraron. Torear tampoco es acompañar el paso de los animales. Torear es mandar y poder sobre las virtudes y defectos de los animales. Torear no es salir de maestrito, sino entregarse, vaciarse es la palabra, y punto. A ello, se le suman otras cosas como la disposición, la humildad, el respeto y un largo etcétera. Entonces, se despeinará y no se le escaparán las cualidades de uno como el sexto -que pudo ser mejor que el primero-, preocupado por insistir que era a él a quien no lo entendimos. Entonces, otra cosa será.


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Abrió plaza otro joven; este a caballo. Discreto, aunque él sí mostrando más ganas. Quizá sea de lo mejor que veamos entre los rejoneadores mexicanos anunciados. Tiene idea, afición y disposición. Con más rodaje podrá afinar procedimientos y, como todos, ir moldeando una interpretación propia.


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Decíamos que si Diego Urdiales y Fermín Rivera fueron bien recibidos, la despedida no fue menos. Hasta entonces, La México se entregó también a estos dos Toreros, de los pies a la cabeza. Dos Toreros que dictaron cátedra. Nos marchamos de la plaza habiéndolos visto, habiéndolos vivido y habiéndolos sentido. ¿Se puede pedir más?

*Fotos: Luis Humberto García 'Humbert'

 
     
   
     
   
     

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