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15/11/2015
  (Temporada Grande-México) EnTendido Joven: Un mano a mano para llenar la Plaza México
 
Firma: Jorge Eduardo
 
     
 

Ni siquiera me acuerdo de la faena, no me hace falta, ni me preocupa. Lo que queda ahí es lo vivido y lo sentido, en el mismo sitio de cada domingo. Vino, vio, y triunfó, con el garbanzo de a libra de Bernaldo, Diego Urdiales confirmó la sensación permanente de que es más que un torero de formas magníficas y una pureza que pocos representan en la actualidad. Hoy, además, deslumbró su cerebro de artista, su capacidad de construir, con perfecta armonía, una obra de arte como no recuerdo habérsela visto en las transmisiones de las ferias de España. Es cierto que ya lo habíamos visto con más ligazón en Bilbao y en otros sitios, pero lo de hoy estuvo revestido de una rotundidad definitiva. El riojano nos regaló, simplemente, una pieza suprema. Y la Plaza México respondió a la altura del desafío que es paladear una labor de estos vuelos tan altos, callando muchas bocas, y dejando en claro, de una vez por todas, que Diego Urdiales es, en efecto, un torero para las masas y para todos.
 
Con el miserable bicho que hizo quinto pudimos ver muy poco más de Urdiales, aunque por un breve momento pareció que el torillo funcionaría mejor que el de la confirmación. Aunque la afición pidió un regalo con ahínco, acertadamente Diego y la empresa decidieron no echar pa’lante. Aunque, por avorazados, hubiésemos querido otra dosis de toreo, no cabe duda que prescindir del regalo es lo más sano. Quedamos, por lo tanto, a la expectativa del día que se sepa la feliz noticia del regreso de Urdiales al coso capitalino.
 


¡Torero!

La respuesta mexicana llegó por parte del siempre esperado Fermín Rivera, que en esta ocasión mostró su faceta de gallo de pelea. Para no perder la costumbre, Fermín tuvo que pelearse con un animal que no valía cinco centavos, en algo que ya podemos considerar una constante en sus actuaciones en la Plaza México, que siempre lo ha apoyado y lo ha puesto muchísimas veces, pero siempre con el ganado más malo disponible. Todas las faenas de Fermín aquí han sido faenas imposibles, construidas de la nada  gracias a la abrumadora expresión torera del torero potosino.
 
En esta ocasión, el de dinastía no alcanzó a poner a todos de acuerdo, y suscitó una sabrosa división de opiniones entre quienes respaldaron su toreo, pase a pase, y quienes le recriminaban el no dejar la muleta en la cara del toro. Solo Fermín sabe por qué le ligó únicamente metido en tablas, y nunca cuando el toro quedaba hacia las afueras, situación en la que retiraba la muleta en vez de dejársela en la cara y levantaba algunas protestas. En todo caso, la apuesta funcionó, tan funcionó que fue el único en tocar pelo.
 
Lo realmente importante fue el sabor de agarrón entre dos gallos representantes de conceptos taurinos basados en el toreo por sí mismo, y que además conectan con el público. No debe haber duda: aquí está el futuro, serio y en el gusto de los aficionados. Estoy cierto de que, si los estamentos taurinos hacen su parte para engrandecer los conceptos toreros que vimos este domingo, estaremos frente a un mano a mano que, llegado el momento, va a llenar la Plaza México. Por supuesto, para que eso suceda, es imperioso que jamás los vuelvan a poner con el ganado-basura de Bernaldo de Quirós, a contraestilo del toreo como verdad que practican este par de toreros, hechos y derechos. Eso que se lo dejen a los embaucadores y estafadores.  
 


Qué sería de Fermín Rivera con algo de suerte en los sorteos.

Fermín Espinosa, Armillita IV, tuvo una tarde para pensárselo. Se le puede perdonar todo, es un chico con poca culpa de lo que ha pasado con su carrera, pero encararse con el público es imperdonable. No debe olvidar que, en un movimiento al menos cuestionable, le dieron ¡TRES! Tardes en México, y eso sí que la afición del embudo no va a perdonárselo. Con el pie izquierdo comenzó una temporada que, de no frenarse o remendarse muy, muy bien, puede ser de pesadilla.
 
El matador de toros Javier Bernaldo, para no variar, mandó un señor corridón de toros (en sus sueños), dechados de bravura, codicia, acometividad, y transmisión (en otro mundo paralelo). Por supuesto, el lesionado maestro Enrique Ponce, como de costumbre, impuso un cargamento de borregos para realizar su arte y luego, ante el escándalo, repetir sus frases ya de antemano conocidas (“es que no entiendo, qué quieren que toreé”, “me quieren como a nadie pero me exigen como a nadie”, “han salido toros más chicos en la temporada y no los han pitado”, o el más reciente “en México solo sirven cinco ganaderías”). Quedó bien claro: con los Urdiales, Riveras, y hasta los Adames (denostados por ciertos sectores) ya no necesitamos más a Mr. Ponce, es hora de que se vaya y se lleve con él a sus bernaldos. Si en la empresa está escondido algún buen mercadólogo, seguro que debió haber echado a andar su imaginación con los múltiples gritos que surgieron contra el ausente maestro de Chiva.
 
También es destacable la actuación del rejoneador Alejandro Zendejas, quien anduvo bastante bien en su toro, que, comparado con los otros astados de Fernando de la Mora lidiados la semana pasada, no se le distinguía lo despuntado por reglamento. Tiene idea del toreo a caballo, y con el rodaje suficiente eso lo puede llevar lejos.

La próxima semana se celebrarán dos festejos en esta capital, y hasta entonces nos leeremos de nuevo. Pero antes, como Diego Urdiales, queremos brindar este artículo los hombres y mujeres vilmente asesinados por los orangutanes al servicio del Estado Islámico. Todos con Francia, y todos con Siria e Irak, que están por vivir más momentos difíciles cortesía de una marabunta de brutos fanáticos.

 
     
   
     
   
     

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