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12/11/2015
  (Temporada Grande-México) Gómez Valle quita el brillo de la Oreja de Oro (Crónica completa)
 
Firma: Jorge Eduardo
 
     
 

Primer jueves taurino de la Temporada Grande 2015-16 de la Plaza México, con el trofeo de la Oreja de Oro 2015 de la Asociación Nacional de Matadores de Toros, Novillos, Rejoneadores, y Similares en disputa. En noche fría con intermitentes ráfagas de viento de lidiaron cinco astados de la ganadería Gómez Valle (1º,, 3º, 4º, 5º, y 6º, el segundo se despitorró). El encierro estuvo mal presentado, con cuerpos desproporcionados en relación a sus cabezas, que delataban su juventud. Solo el tercero fue protestado de salida. En cuanto al juego, fueron descastados aunque con cierto peligro, excepto por el quinto, que primero se dejó y después cambió de lidia, y por el sexto, que fue una auténtica mesa. Además, se lidió un toro más de la ganadería de Los Ébanos (2º bis), muy bien presentado, suelto y corraleado. La entrada quizás rozó los dos mil asistentes. Actuaron, acompañados de cuadrillas completas, los matadores de toros:

Gerardo Adame (confirmó su alternativa): al tercio tras petición.

Leonardo Benítez: al tercio tras aviso.

Fernando Labastida (confirmó su alternativa): palmas.

Christian Aparicio: palmas.

Israel Téllez: silencio tras aviso.

Angelino de Arriaga: palmas.

Saludaron en el tercio Christian Sánchez y Gerardo Angelino.

En un acto por demás extravagante, Leonardo Benítez, primer espada, confirmó a uno de los dos toricantanos (Gerardo Adame), mientras que Christian Aparicio, segundo espada y testigo de la primera ceremonia, fungió como padrino de Fernando Labastida, con Israel Téllez como testigo.

Gerardo Adame recibió el premio en disputa.


Foto archivo

El festejo terminó pasadas las once de la noche. 

 De más a menos transcurrió la Oreja de Oro, ante una escasa entrada y una noche que poco a poco se volvió más fría. En un primer momento, parecía que el festejo podría ir a para arriba, y que alguno de los matadores podría firmar una labor más redonda que la de Gerardo Adame, para quien la concurrencia pidió, sin mucha fuerza, la oreja de Ilusionado –no. 192, 480 kg.- que abrió plaza, y con el que se confirmó el doctorado de Adame. El hidrocálido estuvo decoroso ante un animal con un tranquito que se podía aprovechar, pero indefinido y con embestidas poco formales, y que regresaba rápidamente buscando al torero. Adame lució muy voluntarioso, y consiguió algunos pasajes sueltos de cierta calidad, aunque por momentos quedó la sensación de que acortó de más las distancias. Mató trasero y surgió una petición de oreja, que el señor juez don Jesús Morales negó como no las negó el domingo pasado. Esta labor se llevó el trofeo en disputa.

El padrino de esta ceremonia fue Leonardo Benítez, y el testigo Christian Aparicio. Cuando todos pensamos que vendría el turno del segundo confirmante, se anunció en una tablilla el nombre del primer espada. Así que al segundo toro lo mató Leonardo Benítez. ¿Por qué? Sería una buena pregunta. Para mi gusto, no parece otra cosa más que un detalle extravagante y dejado a la improvisación. Es especialmente triste, porque si alguien debería tener claro que nadie qué pasa con los padrinos, los testigos, las alternativas, y las confirmaciones, es la Asociación de Matadores. Por lo pronto, se antoja contrario a la tradición que en una sola corrida haya dos padrinos distintos.

Recuerdo –No. 170, 498 kg.-, segundo de la tarde, se despitorró con el burladero de la contraporra y fue devuelto a los corrales. Lo sustituyó Centauro –no. 54, 480 kg.-, un enorme y soberbio toro, paliabierto, que parecía el padre no solo de toda la corrida, sino de todos los lidiados en lo que va de la temporada. Naturalmente, el primer reserva acusó lo corraleado, pues es posible rastrearlo en las tarjetas del sorteo hasta enero de este año, y salió suelto de todo lo que tuvo enfrente, aun después de provocar un tumbo. Leonardo Benítez realizó una labor meritoria, extrayendo del portador del hierro de Manolo Martínez aun par de series y varios pases sueltos. Aunque nos quedamos con ganas de ver en el venezolano algún intento por someter y fijar al toro, no podemos negar el gran mérito de lo que pudo hacer con tan difícil enemigo. Mató de media trasera y le tocaron un aviso. Al tercio.

El nivel de interés se vino dramáticamente abajo tras el animal anterior, en un aire mucho muy diferente a los de Gómez Valle. Fernando Labastida, en primer lugar, tuvo que vérselas con la posibilidad de que el público echara para atrás a Luminoso –no. 180, 472 kg.- aunque las protestas no cuajaron. Para completar la escena de rarezas, es imperioso recordar su extraña confirmación, en el tercer toro y con otro padrino. Aunque Labastida apunta buenas maneras, su falta de sitio y la paupérrima condición del animal, débil, probón, y quedado, solo permitieron la construcción de una labor con muchos altibajos. Le costó bastante trabajo matar y jamás llegó el aviso. Parece Jesús Morales interrumpe su concentración como juez para darle cuerda a su reloj de vez en cuando, por eso a algunos les toca avisos implacables en el minuto doce, y a otros no se los toca en quince minutos.

Ya con el festejo en caída libre, Christian Aparicio lidió a Sueño Mío –n. 177, 502 kg.-, un toro que transmitió poco, pero que tenía cierto recorrido, aunque salía con la cabeza arriba. El matador sacó algunos buenos pases, siempre en terrenos muy cortos y sin estirar el brazo. Claramente, a Aparicio le ha afectado no torear, como es natural. Mató rápido, y se retiró con palmas.

Israel Téllez tuvo en suerte a Fuego Lento –no. 175, 490 kg.- un castaño que apuntó cualidades de salida. Incluso le permitió a Téllez ligar un manojo de buenos lances de recibo, lentos y templados. En el trasncurso de la lidia, se perdió lo fijo, lo pronto, y el buen son de Fuego Lento, que hacia el tercio final se refugió en tablas y se paró. Tellez se alargó, y le tocaron un aviso antes de tirarse a matar. Se retiró entre un silencio sepulcral.

A Angelino de Arriaga lidió a Caminito, un berrendo en negro, encinchado, calcetero, rabicano, y caribello, de pésimo juego, absolutamente descastado y parado con el que nada pudo hacer. Lo más destacado fue el gran par de banderillas de Gerardo Angelino. Palmitas de consolación.

 

Como colofón, ya cuando todos abandonábamos la plaza, se entregó el trofeo de la Oreja de oro a Gerardo Adame, como último recuerdo de qué tan tediosa fue la noche. Surgieron, en el marco de la ceremonia, dos apariciones fantasmales: un premio venido a menos hace muchos años, entregado en un festejo vacío de todo, y el presidente de la Comisión Taurina del Distrito Federal, quién, supongo, tuvo que aparecer de noche en la Plaza México para que la luz del Sol no lo desintegrara.  

 
     
   
     
   
     

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