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Primer jueves taurino de la Temporada Grande 2015-16 de la Plaza México, con el trofeo de la Oreja de Oro 2015 de la Asociación Nacional de Matadores de Toros,
Novillos, Rejoneadores, y Similares en disputa. En noche fría con intermitentes ráfagas de viento de lidiaron
cinco astados de la ganadería Gómez
Valle (1º,, 3º, 4º, 5º, y 6º, el segundo se despitorró). El encierro estuvo
mal presentado, con cuerpos desproporcionados en relación a sus cabezas, que
delataban su juventud. Solo el tercero fue protestado de salida. En cuanto al
juego, fueron descastados aunque con cierto peligro, excepto por el quinto, que primero se dejó y después cambió de lidia, y por el sexto, que fue una auténtica mesa. Además, se lidió un toro más de la ganadería de Los Ébanos (2º bis), muy bien
presentado, suelto y corraleado. La entrada quizás rozó los dos mil
asistentes. Actuaron, acompañados de cuadrillas completas, los matadores de
toros:
Gerardo Adame (confirmó su alternativa): al
tercio tras petición.
Leonardo Benítez: al tercio tras aviso.
Fernando Labastida
(confirmó su
alternativa): palmas.
Christian Aparicio: palmas.
Israel Téllez: silencio tras aviso.
Angelino de
Arriaga:
palmas.
Saludaron en el tercio Christian Sánchez y Gerardo
Angelino.
En un acto por demás extravagante, Leonardo Benítez, primer espada,
confirmó a uno de los dos toricantanos (Gerardo
Adame), mientras que Christian
Aparicio, segundo espada y testigo de la primera ceremonia, fungió como
padrino de Fernando Labastida, con Israel
Téllez como testigo.
Gerardo Adame recibió el premio en disputa.
Foto archivo El festejo terminó pasadas las once de la
noche.
De más
a menos transcurrió la Oreja de Oro,
ante una escasa entrada y una noche que poco a poco se volvió más fría. En un
primer momento, parecía que el festejo podría ir a para arriba, y que alguno de
los matadores podría firmar una labor más redonda que la de Gerardo Adame, para quien la
concurrencia pidió, sin mucha fuerza, la oreja de Ilusionado –no. 192, 480 kg.- que abrió plaza, y con el que se
confirmó el doctorado de Adame. El hidrocálido estuvo decoroso ante un animal
con un tranquito que se podía aprovechar, pero indefinido y con embestidas poco
formales, y que regresaba rápidamente buscando al torero. Adame lució muy
voluntarioso, y consiguió algunos pasajes sueltos de cierta calidad, aunque por
momentos quedó la sensación de que acortó de más las distancias. Mató trasero y
surgió una petición de oreja, que el señor juez don Jesús Morales negó como no las negó el domingo pasado. Esta labor
se llevó el trofeo en disputa. El padrino de esta ceremonia fue Leonardo Benítez, y el testigo Christian Aparicio. Cuando todos
pensamos que vendría el turno del segundo confirmante, se anunció en una tablilla
el nombre del primer espada. Así que al segundo toro lo mató Leonardo Benítez. ¿Por qué? Sería una buena
pregunta. Para mi gusto, no parece otra cosa más que un detalle extravagante y
dejado a la improvisación. Es especialmente triste, porque si alguien debería
tener claro que nadie qué pasa con los padrinos, los testigos, las
alternativas, y las confirmaciones, es la Asociación
de Matadores. Por lo pronto, se antoja contrario a la tradición que en una
sola corrida haya dos padrinos distintos. Recuerdo –No. 170, 498 kg.-, segundo de
la tarde, se despitorró con el burladero de la contraporra y fue devuelto a los
corrales. Lo sustituyó Centauro –no.
54, 480 kg.-, un enorme y soberbio toro, paliabierto, que parecía el padre no
solo de toda la corrida, sino de todos los lidiados en lo que va de la
temporada. Naturalmente, el primer reserva acusó lo corraleado, pues es posible
rastrearlo en las tarjetas del sorteo hasta enero de este año, y salió suelto
de todo lo que tuvo enfrente, aun después de provocar un tumbo. Leonardo Benítez realizó una labor
meritoria, extrayendo del portador del hierro de Manolo Martínez aun par de
series y varios pases sueltos. Aunque nos quedamos con ganas de ver en el
venezolano algún intento por someter y fijar al toro, no podemos negar el gran
mérito de lo que pudo hacer con tan difícil enemigo. Mató de media trasera y le
tocaron un aviso. Al tercio. El nivel de interés se vino dramáticamente abajo
tras el animal anterior, en un aire mucho muy diferente a los de Gómez Valle. Fernando Labastida, en primer lugar, tuvo que vérselas con la
posibilidad de que el público echara para atrás a Luminoso –no. 180, 472 kg.- aunque las protestas no cuajaron. Para completar
la escena de rarezas, es imperioso recordar su extraña confirmación, en el
tercer toro y con otro padrino. Aunque Labastida apunta buenas maneras, su
falta de sitio y la paupérrima condición del animal, débil, probón, y quedado,
solo permitieron la construcción de una labor con muchos altibajos. Le costó
bastante trabajo matar y jamás llegó el aviso. Parece Jesús Morales interrumpe su concentración como juez para darle
cuerda a su reloj de vez en cuando, por eso a algunos les toca avisos
implacables en el minuto doce, y a otros no se los toca en quince minutos. Ya con el festejo en caída libre, Christian Aparicio lidió a Sueño Mío –n. 177, 502 kg.-, un toro que
transmitió poco, pero que tenía cierto recorrido, aunque salía con la cabeza
arriba. El matador sacó algunos buenos pases, siempre en terrenos muy cortos y
sin estirar el brazo. Claramente, a Aparicio le ha afectado no torear, como es
natural. Mató rápido, y se retiró con palmas. Israel Téllez tuvo en suerte a Fuego Lento –no. 175, 490 kg.- un
castaño que apuntó cualidades de salida. Incluso le permitió a Téllez ligar un
manojo de buenos lances de recibo, lentos y templados. En el trasncurso de la
lidia, se perdió lo fijo, lo pronto, y el buen son de Fuego Lento, que hacia el tercio final se refugió en tablas y se
paró. Tellez se alargó, y le tocaron un aviso antes de tirarse a matar. Se
retiró entre un silencio sepulcral. A Angelino
de Arriaga lidió a Caminito, un
berrendo en negro, encinchado, calcetero, rabicano, y caribello, de pésimo
juego, absolutamente descastado y parado con el que nada pudo hacer. Lo más
destacado fue el gran par de banderillas de Gerardo Angelino. Palmitas de consolación. Como colofón, ya cuando todos abandonábamos la
plaza, se entregó el trofeo de la Oreja
de oro a Gerardo Adame, como
último recuerdo de qué tan tediosa fue la noche. Surgieron, en el marco de la
ceremonia, dos apariciones fantasmales: un premio venido a menos hace muchos
años, entregado en un festejo vacío de todo, y el presidente de la Comisión
Taurina del Distrito Federal, quién, supongo, tuvo que aparecer de noche en la
Plaza México para que la luz del Sol no lo desintegrara.
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