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Muchos pensamos en una apuesta abandonada
cuando, al revisar los carteles, constatamos el que se puso frente a la
eventualidad de la Fórmula 1. Conforme se acercó la cita, pareció cada vez más
que la Plaza México quedaría fuera del ambiente de gigantesca fiesta que fue el
opulento evento automovilístico, y que no llegarían al embudo más que unos
cuantos despistados.
Pero… ¡Vaya sorpresa! Al embudo llegó una importante
cantidad de gente –o por lo menos superior a cualquier pronóstico--,
principalmente foránea, que decidió completar la fiesta en la Plaza México.
Así, quizás fortuitamente, se cambió la onza, y se revistió de vida algo que
pareció nacer muerto. Siempre será interesante seguir de cerca el
comportamiento de una multitud, y más aún cuando ésta es tan variopinta como la
que concurrió al segundo festejo de la Temporada Grande.
Las aproximadamente doce mil personas que
ocuparon los tendidos (unas diez mil extra a mi pronóstico inicial), ofrecieron
el magnífico espectáculo del cúmulo de ideas, opiniones, sensaciones, y formas
de vivir la fiesta brava que, por sí mismas, en tanto que ajenas a la
normalidad del coso de Mixcoac, dieron para ocupar la mente en un largo,
laaargo festejo. Gorras de la Fórmula 1, caras quemadas, y acentos fuereños.
Pero a la plaza de toros se van a ver toros y
toreros. ¿Quiere amargarse? Yo, honestamente, por ahora, no tengo ganas. Por lo
tanto, solo diré que tan poco hubo de una cosa, como de la otra. El hierro de
Lebrija quedó muy mal parado después
de otra tarde en México sin muchos méritos.
En el rubro de los coletudos, desfilaron tres
conceptos muy similares, y definitivamente fuera del gusto del público
capitalino, enarbolados por tres coletas entrados en años, y que tienen ya muy
poco para ofrecer a la fiesta brava. El más destacado (y eso mirándolo con un
ojo muy benevolente y comprendiendo el ambiente extra-festivo) fue el Conde, que algún pase suelto le saco a
su lote en un par de faenas largas, tediosas, y aburridas.
Buscó también el lucimiento con quites en su lote El Zapata, muy en su concepto, estuvo
lejos de llegarle a las multitudes como lo logró, a medias, en algún breve
periodo, sin que lograra atraerlas a la plaza con su nombre nunca. Lo más
destacado de su actuación fue un par al quiebro por los adentros y en las
tablas al quinto, además de la lidia de pitón a pitón que instrumentó tras
pinchar al mismo toro. Lo peor, un horrible par, también por los adentros, que
le puso al segundo, y por el que se autopremió
con una vuelta al ruedo.
Es cierto que al Fandi le tocó el peor lote, pero también es cierto que su concepto torero,
con todo e indulto, pasa completamente de noche en La México. Más aburrimiento
en un par de labores entre lo meritorio y lo honestamente grotesco. Los tres
espadas banderillearon a su lote y les tocaron dianas como si de veras.
Abrió plaza Horacio Casas, que anduvo entre azul y buenas noches. Cabe destacar
que una de sus banderillas tamaño lanza hirió
a un forcado del grupo de los Hidalguenses, que lograron la pega al primer
intento. En descargo del señor Casas, es justo decir que todos los rejoneadores
vienen con banderillas de características muy similares, al filo o
completamente fuera del reglamento.
En fin, a buen puerto llegó la intención de
muchos de quienes utilizaron su puente de muertos en la fiesta Fórmula 1, y la
completaron en la fiesta brava. Por nuestra parte, habremos de continuarla el
próximo domingo con el tercer cartel de la temporada.
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